A LA MUERTE DE VICTOR BARRIO
Viendo estaba la corrida
pegado al televisor,
ráfaga de aire invasor
trajo a la muerte homicida.
Sangre manó de la herida
del valeroso torero,
de rojo tiñó el albero
y el alma de Victor Barrio
ya se halla en el escenario
del ruedo del Dios Ibero.
Saturnino Caraballo Díaz
El Poeta Corucho
1 comentario:
Era castellano. De Segovia. Alto como un junco que nunca se cimbrea. Torero sin concesiones a la galería, como dicen que son los toreros castellanos. No era de aspavientos ni reclamaba aplausos como limosnas falsas. Se limitaba a torear con su sobria autenticidad. Murió toreando en silencio, sin gritar al toro para provocarle arrancadas vanas. Sólo se cruzaba y adelantaba la muleta con la pretensión de torear de verdad.
Murió haciendo lo que amaba, lo que más le gustaba. De la plaza de Cadalso le sacaron en volandas los muñaneros y su expresión era melancólica, con su mirada dirigida hacia el lugar del que nunca se ausentan los toreros: La Gloria. Lo demás nada le importa ya. Él es un privilegiado, un héroe ancestral imposible de igualar.
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