SACERDOTES CAMINANTES
Aquella imagen se me quedó grabada para siempre: Dos curas ancianos y venerables paseaban todos los días por mi calle madrileña de Antonio López. Vestían sotana (en invierno incluían abrigo y jersey) e iban tocados con boina y bastón. Siempre marchaban locuaces y entretenidos en animada charla. Sólo se detenían cuando alguien les saludaba y besaba sus manos albas y limpias. Unos trescientos metros, vuelta, y volver a empezar… Me los cruzaba por las tardes volviendo de buscar a mis hijos de la escuela (Berta en el cochecito tapada con un plástico para que no se mojara, Miguel agarrado al manillar derecho), también caminaban las tardes taurinas y encantadoras de San Isidro y aquellas otras mañanas festivas de luz embriagadora y olor a limpio.
En Navidad llegaban hasta la glorieta de
Cádiz y se detenían ensimismados a observar las lucecitas del piso catorce del
bloque más alto del barrio. Los contemplaba según aguardábamos Paloma, los
niños y servidor la llegada del autobús 47 que nos trasladaba a pasar
la Nochebuena a la casa de mis suegros. Los clérigos me transmitían placidez según imaginaba
el contenido de sus conversaciones. Como en los cuentos desolados, los eché de
menos cuando
arribó aquel frío invierno de 1989 y no aparecían a la
salida del cole. Mi calle quedó huérf
Últimamente estoy triste. Siento
junto con mi nostalgia melancólica habitual una pena enorme de la que desconozco su
procedencia. La otra tarde me dio por ahí y me compré una boina, un bastón y a
aquellos años de entonces también los compré. Atardeciendo salí callado por mi calle a pasear. Soy ateo, pero creo en esa gente buena que posee
manos limpias y nos muestran la importancia del camino dialogante de la
vida.
Miguel MORENO GONZÁLEZ