VALENCIA
RECUPERA EN CADALSO EL HUERTO DE LA VÍA
El 23-F lo pasé con mi mujer y unos pocos españoles
más en Argel. Cuando viajamos a Cadalso aquel mes de mayo mi padre me esperaba ilusionado
y yo deseaba verle, pero ninguno de los dos -jamás- nos comunicábamos esas
cosas tan humanamente mundanas, desconozco el motivo. Simplemente las sentíamos
y las transmitíamos como nos brotaban. Se lo dije a mi mejor amigo nada más
arribar a Madrid: "¿Sabes, Jose, a
quién tengo enormes ganas de ver antes que a nada ni a nadie...? ¡¡¡A mí padre!!!"
Cumplidos los habituales trámites oficiales y familiares pasamos a esperarnos por
los bares de Cadalso.
Aquella primera e ilusionante tarde estaba en la
cervecería de Cañardo con Paloma y
unos amigos cadalseños. Él apareció silencioso y solitario (ya había conocido a
mucha gente en su corta vida…), con su indisimulable altura de digno gastador
del Ejército Español, con su camisa blanca inmaculada y sus sempiternos
pantalones grises. Sus enormes manos, como siempre solía, las llevaba
entrelazadas a su espalda, su tez morena florecía arrugada, llena de paz,
trabajo y emoción. Recuerdo que los dos nos aislamos en un rincón del bar sin
siquiera proponérnoslo. Como nunca nos abrazábamos ni besábamos, comenzamos a
hablar después de pedir las cervezas de rigor.
Sorprendido vi que, en un momento dado, esbozaba una
humilde sonrisa sobre su faz (casi nunca reía, casi siempre parecía meditar),
se me acercó un poco más buscando mayor complicidad y me soltó: "¿Viste cómo los políticos (menos
Suárez, Carrillo y Gutiérrez Mellado) se tiraban al suelo en el Congreso muertos
de miedo el 23F...?” ¡Si!, le contesté. Y él añadió: "Fíjate en qué manos estamos...” Pedí a
su fiel amigo Pepe Cañardo: “¡Ponnos unas cervezas!” Fuera
anochecía nostálgico un día que me pareció muy especial. Desde el cercano quiosco
de chucherías de José Castrejón llegaban alborozadas y felices voces de niños
parecidas a las que Antoñito, Moisés y Daniel lanzaban la otra tarde en el
Parque de Bolas “Cadalso”.
El siguiente viaje que hicimos fue a su entierro.
Murió en agosto acurrucado entre las plantas, acariciando su azadón con el que
regaba su huerto de "La Vía".
Lo vivido le dio serenidad hasta para morir. Nos dijeron que fue un infarto,
poco me importó. Siempre supe que murió feliz junto a lo que amaba. Hoy, viendo
llorar desconsolada a la gente de Valencia por sus muertos (murieron
angustiados, sin un pequeño atisbo de felicidad como tuvo mi progenitor) y sin
poder abrazar sus pertenencias (como él abrazaba su azadón al partir), recordé
lo que me dijo mi padre de los políticos aquella lejana tarde de mayo de 1981.
Los valencianos le reconocieron según les abrazaba al recibirlos. Les contó melancólico
lo de que estuvo en Valencia durante su viaje de novios con mi madre. Y lo del
23F y lo de su huerto, también se lo contó. Y todos le escuchaban emocionados,
como yo aquella tarde en Cadalso…
Un Estado que no procura la justicia no es
más que una banda de malhechores (León Tolstói).
Al poder le ocurre como al
nogal, no deja crecer nada bajo su sombra (Antonio Gala).
Cada vez somos menos
cultos, cada vez tenemos menos mecanismos para enfrentar el horror y el dolor
(A. Pérez-Reverte).
Un pueblo que elige a corruptos, impostores, ladrones,
traidores… no es víctima: es cómplice (George Orwell).
Quien necesita ser
guiado por un pastor solo puede tener la inteligencia de un borrego (Friedrich
Nietzsche).
Llegará el
día en que será necesario desenvainar una espada para afirmar que el pasto es
verde (Gilbert Keith Chesterton).
La principal diferencia entre los humanos y los animales, es que los animales nunca permitirán que les lidere el más estúpido de la manada (Winston Churchill).
La guerra es el arte de destruir a los hombres, la política es el arte de engañarlos (Parménides).
Los políticos y los pañales deben cambiarse con frecuencia… ambos por la misma razón. (Bernard Shaw).
La política no tiene relación con la moral, la política es el arte de engañar (Nicolás Maquiavelo).
Miguel
MORENOGONZÁLEZ