Mulhacén Sierra Nevada.

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Mulhacén, techo de la Península Ibérica

Museo de Montaña Zorro Corredero

Museo de Montaña Zorro Corredero
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jueves, 4 de octubre de 2012

El afilador en Cadalso


Un caluroso día de verano el ruido de ese instrumento que hacen sonar los afiladores se metió por mi ventana, el pasado y la niñez regresó a mi por unos segundos, después corrí pero él ya no estaba. Hacía mucho tiempo que su presencia había desaparecido de mis sueños y mis pensamientos, ese día sólo escuché la voz que se transmitía desde su ligero instrumento musical, fue breve y algo inquietante pero me llenó de otros tiempos en un Cadalso lleno de calles vacías y personajes ambulantes.


Los afiladores no tenían rostro, sus nombres siempre eran desconocidos, eran personas anónimas que aparecían y desaparecían de nuestra vista en un instante, y con el paso del tiempo también de nuestras conciencias.
 Hablaban a través del chiflo nombre que recibe ese instrumento parecido a una flauta de pan, pero en plástico. Eran itinerantes, hoy aquí y mañana allá, y siempre llegaban cargados de sigilo y algo de misterio, haciendo sonar con maestría esos tonos que viajaban de los graves a los agudos y viceversa.

 Pasaron algunos días y de nuevo volví a escuchar los sonidos del chiflo, este vez volé y antes de que desapareciera conseguí verle y por un momento mi vida retrocedió años atrás, aquella mañana se avivó la ceniza de una hoguera que hacía tiempo estaba apagada, pude sentir la imaginación abatida por el silencio de tantos años y que ahora se iluminaba con la simple y prolongada visión de una bicicleta en la que se apoyaba un afilador que no dejaba de tocar su chiflo.

Habían tenido que pasar muchos años para que la infancia de mi mente se detuviera en una alarmante y extinguida vida que cada día parece dejarse llevar más por estos tiempos que por aquellos de antaño. Este hombre sin patria, antes decían que eran gallegos, la mayoría de Orense, apoyado en su bicicleta donde carga su esmeril y la piedra de afilar me había hecho feliz por unos instantes.  
 
 
  
Junto al cuartel me lo volví a encontrar, la verdad es que fui a su encuentro y cuando lo tuve delante la pregunte si podía hacer una foto, él contesto con un si, sin más, y disparé.
 
 


Más tarde, cuando la foto pasó por mi vista y observe su rostro quemado por el sol de tantos días y tantos pueblos atravesados en su peregrino trabajo, me asaltaron las preguntas, por qué no le habría preguntado su nombre, de dónde era, dónde vivía, y tantas cosas que me hubiera gustado conocer de este afilador, seguramente uno de los últimos del siglo XXI. Pero quizás sea mejor así, porque de esta manera el afilador seguirá siendo un hombre sin rostro, desconocido y anónimo que perdurará siempre en nuestra memoria de un ayer lejano y de un hoy incierto.


Zorro Corredero
Fotos: Archivo Fotográfico Pedro Alfonso

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuando era muchacho los afiladores eran muy normales por las calles de Cadalso, tambien los lañadores y los que vendian especias.

Leer tu reportaje es volver al pasado.

Mariano

Anónimo dijo...

Ameno y entrañable reportaje.

Gracias Zorro

Corzo dijo...

No hay palabras para todo esto...gracias

Pedro Alfonso dijo...

Gracias Pablo por tu mensaje.

Un saludo
Pedro Zorro Corredero

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