Mulhacén Sierra Nevada.

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Mulhacén, techo de la Península Ibérica

Museo de Montaña Zorro Corredero

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jueves, 23 de enero de 2020

MISTERIOSOS ENCUENTROS MUSICALES, por Miguel Moreno


(Dedicado a la banda infantil de la U.M. de Cadalso, también a los mayores de la Banda centenaria, a los Clásicos al Atardecer de Radio Cadalso y a todos los melómanos cadalseños)

                                                               MISTERIOSOS ENCUENTROS MUSICALES



Suena Franz Liszt. Sus sinfonías y conciertos para piano me parecen cargantes. No me sobresaltan, no me elevan, no me emocionan. Sin embargo, una tarde de viernes lluviosa, yendo hacia Cadalso, sonó un vals melódico en la radio del coche que me atrajo. No lo conocía (conozco muy pocas cosas y a medida que me voy haciendo mayor cada vez conozco menos de todo, sólo reconozco que necesito que me quieran de manera arrebatadoramente bella), pero sus notas empezaron a envolverme y consiguieron que mi mente comenzara a volar imaginando historias cadalseñas enamoradas. Alguien nos ilustró diciéndonos que se trataba del Vals de Mephisto y nos contó una hermosa leyenda: “El mito del Doctor Faust, símbolo de la condición humana que se debate entre Dios y el Diablo (Mefistófeles), atrajo la atención de muchos compositores románticos que le dedicaron sendas obras. Liszt debe ser incluido en esta lista. En 1.881 compuso el Mephisto Waltz, subtitulado Danza en la posada de la aldea. Para ello se inspiró en un poema dramático homónimo escrito por el poeta romántico alemán Nikolaus Lenau. Se relata cómo el héroe, en compañía de Mefistófeles, su guía sobrenatural, escucha una música de danza en una posada pueblerina. Cuando Mephisto se pone a tocar él mismo el violín, la danza toma un cariz desenfrenado y febril, y, al final, al oírse el canto de un ruiseñor, Faust y la hija del posadero desaparecen en la oscuridad...” Pero nosotros no desaparecimos, seguíamos allí y, para mi sorpresa, aquel momento fue maravillosamente superado cuando a continuación oímos El poema sinfónico Nº3 de Los Preludios, también de Liszt. Aquella música se me reveló como una fuente inagotable de emociones y me iba abriendo camino, entre pinos y lluvia, a nuevas y bellas esperanzas que yo ya estaba gozando sobrecogido. Ahora lo estoy oyendo de nuevo según voy escribiendo estas líneas que se enredan entre la fantasía de su música.

Beethoven, Franz Schubert, Franz Liszt y Tomás Bretón


Mis recuerdos inolvidables nacen de encuentros inesperados. Para ser más exacto diría que esos encuentros lo son con un amor que me hace vivir, volar, llorar y soñar. Nunca olvido estas composiciones ni cómo se me revelaron, tampoco olvido el encuentro con la Sinfonía “La Grandiosa” de Schubert, un mediodía de septiembre viniendo de Denia a la altura de Arganda. No sé por qué él la llamó “La Grandiosa”, pero yo me inventé una historia y la acuñé para mí como auténtica y, a veces, a solas, vuelvo sobre ella y la perfecciono según me la cuento en la intimidad. Un día la escribiré y, subrepticiamente, la publicaré en La Red para que algún musicólogo o melómano se escandalice al leerla y me conteste en algún lugar con exabruptos rasgándose sus vestiduras musicales (que no sentimentales) y diciendo que eso es apócrifo y que no hay derecho a tamaña desfachatez. Menos aún olvido cuando escuché “Ante la Alhambra”, de Bretón. Me sorprendió una tarde navideña, fría y con ventisca, paseando con Paloma por una urbanización cadalseña, sus notas se colaban como susurros por entre las rendijas de las puertas y las ventanas de un chalet impersonal, blanco y pequeño por fuera que no hacía presagiar la fascinación que ocultaba por dentro, ¡lo que nos confunden las apariencias! Cuando miré indagando, me pareció observar la majestuosidad de un hombre maduro con pelo largo peinado hacia atrás y provisto de fina batuta que esgrimía con tal delicadeza que parecióme que esas notas conmovedoras brotaban armónicas de ella hacia arriba, expandiéndose seguidamente hacia todos los confines alegrando a las criaturas del bosque. Mi encuentro con el 2º Movimiento de la Sinfonía Nº9 de Beethoven, tuvo lugar en noche melancólica. Leía a Miguel Delibes y sus acordes me llegaron como fondo musical que acompañaban a alguien desconocido. Sus vibrantes sonidos me sobresaltaron llenándome de optimismo e hicieron que me reconciliara conmigo mismo al momento. Floté durante un tiempo eterno por lugares remotos y placenteros y, desde entonces, cada vez que le oigo, me veo siempre corriendo alegre a caballo.




También fue un encuentro con el amor (dolorido) aquél que tuve, sentado junto a Paloma en una terraza de ensueño del paseo marítimo del Puerto de la Cruz en Tenerife, una noche dulce de septiembre que ocultaba dentro de sí misteriosos hallazgos para mí. Las olas chocaban perezosas contra las rocas negras y volcánicas del malecón llegando algunas rotas a mojar suavemente nuestros pies. Y recuerdo que no olía a salitre. Es curioso. En todos los días únicamente percibí ese cautivador olor una mañana que me vino sin avisar. En aquel momento de aquella noche serena y extraña me invadió un miedo inexplicable, un temor a lo desconocido que me dejó desamparado al borde de mi abismo. Ocurrió cuando me inquietó la idea de que un día ya no volveré a sentir más todas estas cosas. No siento morirme por dejar este mundo. Siento morirme por dejar de sentir. Siento morirme porque llegará un día traidor en el que ya no podrán estremecerme estas hermosas sensaciones. Siento morirme porque no tornaré a descubrir la magia y los miles de milagros que se producen cada jornada a mi alrededor. Siento morirme porque dejaré de abrazar las evocadoras madrugadas de mi pueblo.



Por eso lo siento. Y por eso, seguramente por eso y no por otra cosa, moriré definitivamente de pena. Pena por no poder seguir junto a Paloma que me rodea con su ternura infinita haciéndome sentir como si fuera un niño bueno, el cual se siente feliz de vivir y correr por entre las piernas aterciopeladas de sus mayores. Sentí una súbita angustia en aquel instante al pensar lo solo y desabrigado que estaría mi padre y todos los seres que me han querido mientras que yo estaba allí, tan lejos de ellos, sin poder hacer nada y sin saber cómo volver. Y entonces me emocioné desconociendo por qué (bueno, si lo sabía, pero daba lo mismo) y rompí a llorar silenciosa y disimuladamente. Estaba frente a ese mar tan negro, tan inodoro y tan inmenso y yo tan sin color, tan dolorido y tan pequeño, vuelto sobre mí para que nadie contemplara como me resbalaban lentamente por las mejillas las lágrimas saladas que se confundían con el agua también salada del mar. Descubrí allí desconsolado que el mar es una inmensa lágrima ¡Cuántas cosas descubre uno desalentado en esos momentos! ¡Qué maravilloso relato perdido entre las letras de mi alma! ¡Qué plenitud y qué triste alegría de vivir! ¡Y qué pena por no sentir pena! Según nos alejábamos oíamos a las olas interpretar su adagio infinito. Todavía la música…


Miguel MORENO GONZÁLEZ

12 comentarios:

Miguel Moreno González dijo...

"El escritito del jueves" de hoy, habla de música. De cuatro misteriosos encuentros que tuve con otras tantas piezas musicales (Listz, Schubert, Beethoven y Tomás Bretón) en momentos diferentes. Tanto me impactaron que un día me pregunté si sería capaz de narrarlos en un escritito para que no se perdieran en mi olvido si la memoria me abandonara en el futuro. Me puse a ello y el enlace adjunto es el resultado... Al final, todo es ponerse para intentar plasmar en letras lo que el sentimiento te transmite. Cadalso es muy melómano, siempre hemos tenido banda de música. Uno de sus componentes era "Magan", hace años que murió. Jamás olvidé lo que me dijo una noche tomando "agua de fuego" en El Yantar: -"Me gustaría tocar con la banda de música en lo alto de la Peña Muñana para que todo Cadalso nos oyera anocheciendo. Que a todo el pueblo le inundara la música. Sería maravilloso..." Nunca olvido tu frase, Magan. Me hubiera gustado que leyeras estas cosas. Mi recuerdo a todos los músicos cadalseños que se fueron... y a los actuales que siguen procurandonos emociones.

Saturnino Caraballo Díaz dijo...

PROSAS Y VERSOS EN DUELOS FLORENTINOS

Solitario en mi taller
entre buriles y gemas,
música y radio mis temas
fueron mi mundo de ayer.
Hoy vivo otro quehacer
y anhelo y busco la faz
del agua limpia en el caz,
y metáforas y versos
musicales tan extensos
de sinfonía en mi paz.

Anónimo dijo...

Muy buen reportaje sobre la musica.

Mariano.

Anónimo dijo...

Me parece una virtud la forma tan bonita que tienes de expresar tus sentimientos. Gracias Miguel y Pedro por estos obsequios que llegan directos al corazón.
Luisa

Unknown dijo...

Eres un fenómeno Miguel,soy María esa está cuenta con este nombre lo puso mi hijo

Saturnino Caraballo Díaz dijo...

La mole del palacio
rocosa piedra,
se muestra muy reacio
y no le cede espacio,
a la verde hiedra.

Luis Robles dijo...

Grande Jesús que dios le tenga en la gloria buen maestro y mejor amigo.

Saturnino Caraballo Díaz dijo...

EPIGRAMA

Algunos versos ajenos,
ni me incumben ni conciernen
pues suelen ser los rellenos
en los desaciertos plenos,
qué en falsos bardos se ciernen.

El Bardo de Cenicientos

Saturnino Caraballo Díaz dijo...

ALEGORÍA A LA ESPIGA
Dedicado a la Dra. Silvia Lores Torres

Yo soy la espiga que gime
ante el embate del viento
y me doblo hasta ser fuerte
atenta a su movimiento.
Observo al cielo que esgrime
el aguacero violento,
y al pajarillo que acierta
y a mi planta hacer su nido,
oigo también el gañido;
del matacán de la liebre
sus ojos rojos de fiebre
ante los fieros ladridos
de los galgos y podencos.
Y en la noche silenciosa
a los seres afligidos
que reptan sobre la tierra
en la claridad lechosa
tutelar de las estrellas.
Y me entero de querellas
que hay entre erguidos y rencos
y los misterios que encierra
el renacer de la vida.
Ajustada a la medida
que me siembran en otoño
y convertida en retoño
prontamente me hago adulta,
y determina y faculta
que intervenga el segador
al alba madrugador
sea con tractor o la hoz
ciego y sordo ante mi voz
que le suplico clemencia
y quiero adquirir más ciencia.
Y con mi tallo marchito,
remontarme al infinito
donde reinan las espigas
y decir dulces amigas,
en la nueva encarnación,
esmeraos con afán
en ser orondas y hermosas,
gentiles como las rosas,
pues el occidente ahíto
ya por nada se conmueve
pendiente de los mercados,
comen y están desolados
si la acción no renta un nueve.
"¡Procrear sin dilación
y las legiones de hambrientos
parias de la humanidad
con nosotras hagan pan!".

Saturnino Caraballo Díaz
El Poeta Corucho


Saturnino Caraballo Díaz dijo...

Otrora con ambos pies
muchas leguas recorrí,
y en un antes y un después
ahora con sus traspiés,
mis pies reniegan de mí.

Saturnino Caraballo Díaz dijo...

Columnas eran mis piernas
a sí mismas motivadas,
movibles eran y externas
en las carreras eternas,
aro.., de mis cabalgadas.


EL JUEGO DEL ARO

Corre desde la Plazuela
trazando circunferencias,
sin aplicarle más ciencias
al ingenio que no vuela.

Con el cerco de un caldero
y de guía un grueso alambre
nos impelía un calambre
imperioso y tesonero.

Correr, correr y un sudar
como sudan los potrillos,
con aros grandes y arillos
compitiendo sin cesar.

Y siendo guiado entre alardes
por estrechos vericuetos,
¡aro amigo de secretos,
qué fueron de aquellas tardes!

Habilidad y reflejos
y velocidad de piernas,
en las carreras eternas
sin pies cansados y viejos.

Y de la sangre bullicio
corriéndonos por las venas,
y no conociendo penas
en libertad ejercicio.

Saturnino Caraballo Díaz
El Poeta Corucho















Saturnino Caraballo Díaz dijo...

Me tomo ya poco en serio
sinsabores no retomo,
los cauteriza el cauterio
de vivir un magisterio
ahora con pies de plomo.

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