Mulhacén Sierra Nevada.

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Mulhacén, techo de la Península Ibérica

Museo de Montaña Zorro Corredero

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jueves, 17 de agosto de 2017

BAR LENNON DE TORREMOLINOS. Por Miguel González



BAR LENNON DE TORREMOLINOS




                Este julio pasado de nuevo volvimos por Torremolinos. De nuevo recordé casi todo. De nuevo supe que Torremolinos siempre viene conmigo. De nuevo visité la Torre de La Roca y pasamos por su piscina y subimos a su terraza para divisar el mar y rememorar lo que sentí la primera vez que observé su inmensidad inabarcable desde la novena planta. Y de nuevo evoqué los amores de entonces, agosto de 1975 (con Franco vigilante), que comenzaron el día 3. Y por primera vez entré en el bar Lennon -frente a la Torre-, creo que sigue siendo el mismo bar de antaño, solo que mucho más vetusto, como yo y sus dueños que posiblemente son los mismos de aquellas noches. No lo sé. Nos sentamos en la barra a tomar una cerveza con un calor espeso y asfixiante, como ya sudado en el pasado y renovado con brío en este presente.



                Un cansado ventilador cercano giraba perezoso y se lamentaba contrito, igual que sus antepasados lo hacían desamparados en las películas de Bogart. Sería porque no acertaba a aminorar aquella sofoquina que te zarandeaba por las solapas. Le dije a mi mujer que, cuando entonces, siempre que volvíamos de madrugada al apartamento procedentes de la discoteca Piper's, veíamos que esos bares (había varios más) estaban llenos a rebosar. Llamaban disimuladamente mi atención y supongo que era porque atisbaba algo distinto, diferente, algo más allá de la época en la que habitábamos. Parecían tabernas de un puerto de mar en día de paga con un ambiente de bohemia, cánticos reclamando ausencias y nostalgia de amores que aguardaban en puertos del Caribe. Para mi eran una curiosidad por satisfacer, como si fuera el encanto de lo prohibido… Pero desconozco porqué nunca accedí al Lennon, ni a ningún otro.
                Cuarenta y dos años después entré y la melancolía de lo perdido me abrumó. Y me emocioné viendo a los viejos dueños saliendo con dificultad de la barra y dejando tras de sí una estela de botellas y vasos adornados con luces navideñas en julio. Observé unos arcaicos taburetes testigos de alegrías y confidencias pasadas y unos libros reposando en una pequeña estantería. Tienen dos grifos de las cervezas San Miguel y Guinnes y un peluche con antifaz. Cuelgan de sus paredes fotos viejas de pescadores en Los Álamos, de Torremolinos, de La Carihuela y de la playa de El Bajondillo. Hay un poster de John Lennon que anduvo por estos pagos antes de ser asesinado y descubro en él una inscripción en inglés: The desolation of the life (La desolación de la vida, dice el diccionario del móvil…) Incluso creí descubrirme yo en una de esas instantáneas sin haber estado nunca antes allí. O quizá sí estuve y no lo recuerdo porque éramos piratas y traficábamos con cubatas de la malagueña ginebra Larios. O Puede que lo soñara con tanta intensidad que, al final, lo asimilé como cierto. Sueño tanto y tan mal…



                Esto es como un museo, le dije en un castellano-cadalseño al viejo lobo de mar situado en el Puente de Mando del Lennon. No me entendió nada como yo tampoco asimilé su inglés de Liverpool. Únicamente nos entendimos con una mirada atravesada por infinitos y afilados dardos de ternura. Una mirada devastada por las ausencias de tantos que se hicieron a la mar con él o se fueron al campo con mi padre para nunca más volver. Y nos escrutamos -otra vez- con esa mirada vencida por el tiempo, cansada por la vida y vidriosa por las penas. Pero que aún conserva humildes destellos de esperanza. Una mirada que sigue arrastrándose enamorada e implorante desde hace cuarenta y dos años por estas playas para rescatar del olvido y de los barcos abandonados los pensamientos de los ahogados…


Miguel Moreno González

                                                                                                             

8 comentarios:

Matapollos dijo...

Miguel una persona de 10

Anónimo dijo...

Totalmente de acuerdo, una gran persona.

Anónimo dijo...

Muchas gracias por vuestras palabras. Pero las buenas personas son las que ayudan a los necesitados y, encima, lo hacen con una sonrisa. Obviamente, yo no estoy entre ellos.
M.M.G.

Anónimo dijo...

Qué alegría Miguel saber de ti. Hacia tiempo que no leía nada tuyo. Y este textito como siempre espléndido.. No pierdas nunca la memoria.
Te quiero. Besos
Chusa

Blogger dijo...

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Anónimo dijo...

Los recuerdos son, como la vida, una rara amalgama de placer y dolor.. Qué extraño es todo..
Un abrazo, compañero.
rafael

Anónimo dijo...

Hola, he leído el texto que has publicado de Miguel Moreno González.

¿Es muy reciente? Me gustaría que le hicieras llegar esto.

Yo también volví a La Torre este verano como en el 75 y como tantos otros años, yo tampoco entre nunca en el pub Lennon, ni en ningún otro quizás porque preferíamos un crepe o un helado por el pueblo, pero siempre ví también estos bares como procedentes de otra época, de otra latitud, de puertos lejanos. Sin embargo hace una semana participando en una reunión de la urbanización, oí que el bar Lennon por una mínima deuda no se si mil euros podía ser objeto de desahucio. He entrado en internet y he encontrado tu carta. El dueño del bar, Seimus, me han dicho que se llama, seguía este verano sentado a la puerta de su bar, como todos los veranos, tranquilamente y sin embargo esa continuidad fuera del tiempo, podría interrumpirse por la supuestamente muy eficaz gestión de la administración de la urbanización.

¿Qué se hace en este caso? He intentado contactar con el grupo de ingleses de la urbanización para advertirles, también a través del párroco que conoce a alguno de ellos. Me parece tan lamentable…

Si teneis alguna idea. No os conozco pero es como si fuerais amigos de siempre

Emma Lomoschitz

Anónimo dijo...

¿Qué tendrán los recuerdos y los deseos que nos asaltan una y otra vez sin descanso? Pero a algunos nos gusta.
Un abrazo.Luis C. Trijueque

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