(Brindo por los toreros y los ganaderos que comen de
su sangre. Hoy, por la incomprensión de muchos, lo están pasando muy mal…)
REENCONTRARSE CON
EL ARTE
Nos pasamos toda la vida intentando encontrarnos
con nuestro estado anímico más óptimo. Un día, a una hora y en un lugar nos
visita la inspiración y somos felices con nosotros mismos haciendo algo que nos
satisface. Desde ese preciso instante nuestra vida se mece sobre el deseo de
reencontrarnos con esa sensación imperecedera pero caprichosa en sus apariciones.
Incluso hay momentos en los que aun sintiéndonos
bien, notamos que nos falta ese clímax que nos hace acariciar las nubes con las
yemas de los dedos. Esta emoción es poco frecuente y nos hace vivir pendientes
de alcanzarla, pero escapa a nuestro deseo, nos pertenece y forma parte de nosotros
aunque no la podemos manejar a nuestro antojo… Aparece y desaparece
espontáneamente y las épocas de ausencia son resacas dolorosas que finalizan
con su próxima visita.
Reencontrarse en el toreo se llama arte.
Convive con el diestro de espíritu sensible, es un don de los hados. Una
impronta difícil de analizar que unge al torero como artista nimbado -no como
trabajador- y le hace torear por satisfacción personal. Busca sentir y
transmitir sentimientos mediante su faena onírica. Faena perfecta primero
imaginada y después soñada en veladas solitarias. Cuando cristaliza en la plaza
nos hace levitar de placer a los espectadores sobresaltando lo más hermoso que
poseemos: la emoción.
Esa obra para el torero artista nunca será pura,
pero le creará dependencia y la buscará obstinado, incansable y a la vez
ilusionado como un chiquillo. Buceará en ella escudriñando la manera de
sintonizar su pálpito y el del toro con el del espectador para sorprenderle en
su fibra más sensible. Aspira a intercambiar pases por emociones, la fuerza
bruta del toro por las caricias del hombre.
El espada quiere provocar un pulso, un latido en un inmenso
corazón común. Una vez que se percibe esa sensación ya jamás se olvida. Su
recuerdo se aposenta en el alma y nos arrastra con ilusión al reclamo de su fascinante
estela para aplacar esa hermosa necesidad íntima. Es la utopía, una quimera que
por breves momentos se hace realidad alcanzando una magia inolvidable.
Rafael de Paula no toreaba mal porque no
sabía, no pretendía justificarse o “cumplir”,
ni tan siquiera agradar y esto le hacía soportar auténticos calvarios en el
ruedo. Sustentaba toda su obra en la inspiración, se abandonaba y dejaba que
ella latiera con el pulso de sus muñecas; si ésta no aparecía no había toreo, pero
tampoco mentira… No sabía “taparse” o
disimular. Todo aquél que fuese a ver a Rafael de Paula debía saber y asumir
que se encontraría con el éxtasis o la apatía, lo sublime o la indolencia.
Son las cosas del genio y su arte que él define como
reencuentro. Se nace con ello,
no se aprende ni se estudia, tampoco se adquiere con el oficio. El artista
vive, siente y ama con arte. Es una postura ante la vida que le hace sentirse
útil gracias a él. El arte del toreo al ser visual es fugaz, sólo se capta
perfectamente mediante la abstracción. Es un viaje continuo y maravilloso a un
destino llamado BELLEZA…
Miguel MORENO GONZÁLEZ
6 comentarios:
Bravo, Maestro.
Luis C. Trijueque
Amigo Miguel hay artes en la vida que se pueden apreciar en el aire en una mirada en el baileo en el compás y el temple del maestro Rafael de Paula.que bonito relato y que sentimiento le pones como buen amante del toreo que eres gracias por compartirlo
Maria Antonia Hernández
Es cierto, con arte se nace. No se aprende a tenerla, sino a desarrollarla. Tú también la tienes y la demuestras al escribir textos que transmiten tanto sentimiento.
Muy buen escrito, como siempre.
Mariano.
Gracias por vuestros amables comentarios. Espero que el toreo salga adelante (como toda España) después de esta dura prueba.
En Linares ocurrió:
Lo de la mortal cogida,
allí el califa expiró
y dio leyenda a su vida.
Publicar un comentario