SURCANDO SOTILLO DE LA ADRADA
No soy residente en Sotillo, ni siquiera
temporalmente. Sólo lo recorro lentamente a pie y muchas otras veces meditando
sobre mi bicicleta, entretenido con el juguete más preciado y barato que
poseemos los humanos: el pensamiento. Existe una especie de encantamiento, un
género de sortilegio, que me une a este pueblo, que me engancha, que me atrae
hacia él amorosamente.
Tiempo después, nada más casarme –hacía dos días-,
asistí con mi mujer, Paloma, un lejano atardecer del último sábado de un lejano
mes de Junio, a la Fiesta del Botijo.
Verbena que animaba la orquesta de siempre, o parecida, encaramada sobre una
tarima de madera instalada en la plaza. Las calles aparecían adornadas con
banderitas de papel y a los rostros de las gentes los adornaba la satisfacción.
Botijos llenos de limoná reposaban
festivos ante los umbrales de unas callejuelas adoquinadas y entrañables
mientras a uno le iba ganando, poco a poco, sin prisas, como si de un susurro
placentero se tratara, una alegría sotillana que se incrustaba en algún rincón
del alma al que podías acudir cuando el desaliento futuro te invadiese. Y
puestos a recordar, recuerdo por el mismo precio que he servido como camarero
las bodas de muchos sotillanos en el antiguo Hotel Nuria; los hijos de aquellos
novios hoy recorrerán los mismos rincones enamorados que entonces recorrían sus
padres. La vida, aunque a veces no lo parezca, es una sucesión atropellada de
bellos, intensos e inolvidables amores que ordenamos conmovidos al anochecer.
Muchas mañanas soleadas, cuando salgo desde
Cadalso en mi bici, tiran de mí los caballos del sol, Bootes y Peritoa, con
dirección a Sotillo; ellos me suben raudos y alegres por los puertos cercanos
de Gredos hasta que los pierdo de vista, como si a la vez que galoparan se
fueran deshaciendo por el calor ante mis sorprendidos ojos, como si luminosos
se fueran difuminando entre los rayos de su auriga. Y después, abandonado a mi
suerte, surco solitario el Valle del
Tiétar para encontrar acomodo idóneo en estos parajes que me ayudan a
reencontrarme con la fascinación que me provocan.
Este es el Sotillo que siento en mis entrañas más
íntimas y de él intento hablar con la perspectiva que me ofrece el corazón. Sé
que cuenta con personas infinitamente más capaces e inteligentes que el que
suscribe y que sabrán plasmar acertadamente todas las riquezas que contiene, ya
sean arquitectónicas, agrícolas, culturales, económicas, deportivas,
paisajísticas, políticas… Yo únicamente aspiro a describir torpemente los
tesoros de afectos y las sensaciones que están suspendidas sobre él y que en
ocasiones se desprenden sobre mí. Supongo que son el compendio de todo el
espíritu artístico y humano que él abriga y que reparte generoso entre todos
nosotros.
Miguel MORENO GONZÁLEZ
7 comentarios:
Lo conozco bien. En el año 83 compramos un chalet allí, mi exsuegra y nosotros en la Fuente de la Salud. Lo pasamos genial... ahora lo tiene mi hijo. Que recuerdos más bonitos madre mía...
José A. Álvarez G. de Guzmán
Muy bonito homenaje a Sotillo, cercano a Cadalso y también objeto y depositario de tus recuerdos.
Un abrazo, Maestro.
Luis C. Trijueque
Precioso escrito que sale desde lo más profundo del corazón y del sentimiento.
Sotillo siempre ha sido un gran pueblo.
Carmen.
Yo también he disfrutado algunos años de sus fiestas, bailes y copas, cuando pasaba unos días en Piedralaves. Bonitas palabras las tuyas, como siempre.
En Argelia ya nos pasaba ¿recuerdas Miguelón?
Diego S. Bustamante
"Es tan triste el amor a las cosas; las cosas no saben que uno existe".
(Jorge Luis Borges) Imagino que Sotillo y sus gentes sí saben que existimos. Gracias en nombre de él y en el mío propio por tan generosos comentarios.
Los buenos relatos siguen, así que ha disfrutar de ellos . Gracias
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