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Pasear por la Peña a cualquier hora del día puede hacerte sentir un agradable placer, pero si lo hacemos una tarde soleada, a la caída del sol cuando toda la Peña adquiere ese tono rojizo anaranjado y nos dejamos llevar por la agudeza y sensibilidad de nuestros sentidos, nos daremos cuenta que es algo más que un placer, es un chorro de sensaciones que nos invade a través de nuestra vista, nuestro olfato y nuestro oído y uniendo estos sentidos y la soledad del lugar es la clave para sentir ese algo más que un ligero placer, es notarte dentro del entorno, es sentirnos parte de la Peña y es formar parte aunque solo sea por unos minutos de la propia naturaleza.
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No sé si tu sentirás lo mismo, puede que cada unos estemos hechos de una forma diferente y de unos placeres distintos pero a mí, ver, sentir y respirar el olor a jara y cantueso que desde siempre ha invadido la Peña me transporta a otros tiempos y a veces solo a veces aún oigo el murmullo de las gentes y de los recuerdos de tantos y tantos días del hornazo en sus laderas o peñascos y esta sensación de vida me hace sentir que aún soy yo y que estoy aquí donde siempre he estado y donde quiero estar y ya solo por esto me siento feliz y dichoso.
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