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jueves, 26 de octubre de 2023

BERNARDO GAVIÑO Y EL LUCERO MUERTO. Adaptado por Miguel MORENO GONZÁLEZ sobre un texto de Fernando CLARAMUNT LÓPEZ

 

Leyendo la Historia de la Tauromaquia del erudito Don Fernando Claramunt López, médico y estudioso de la Tauromaquia, me encontré con la magnífica biografía que hace del torero Bernardo Gaviño. Puede o no gustar el toreo, pero desde luego este texto me parece exquisito, preñado de buena literatura histórica taurina, romanticismo y poesía. Es un hermoso relato. Cada vez que lo leo la emoción contrae mi pecho y extrae lo mejor de mí. Creo que merece muy mucho la pena y albergo la indisimulada esperanza que le guste a todo aquel que lo lea. Una lejana tarde calurosa de San Isidro, reconocí a Don Fernando y me acerqué a darle la enhorabuena a la entrada del Patio de Arrastre. Le di la mano muy respetuoso. “Detalles como el suyo y el de otros muchos, compensan el inmenso trabajo que realicé hasta ver acabada la obra…”

BERNARDO GAVIÑO Y EL LUCERO MUERTO

Bernardo Gaviño nació en Puerto Real (Cádiz), el 20-08-1812, un buen día –muy bueno, de veras- tomó un barco para La Habana “por motivos íntimos”, según Cossío. A Don José Ortega y Gasset le gustaría haber dicho algo sobre ese punto en el cual los motivos “íntimos” se vuelven “ex-timos”, cuando los amores de dentro se tornan amores de las afueras.  En la voluminosa enciclopedia taurina no se dice nada más de las razones –o sinrazones- de Bernardo para tomar el barco. Si el motivo era una pasión, tanto da que el barco pusiera rumbo a La Habana o a Montevideo, que en los dos sitios estuvo. Fernando Villalón, poeta y ganadero, debería haberlo contado por su cuenta: “Mi caballo es muy buen mozo; ir en jaca es ir a pie, que nadie llegó a La Habana en un cascarón de nuez.”

            Bernardo aprendió a torear en el matadero de Sevilla, no lejos del río: “…seis toros en medio y mi novia en la ventana ¡Puente de Triana, yo he visto un lucero muerto que se lo llevaba el agua!” Ya sabemos, gracias a Villalón, por qué se fue Bernardo Gaviño de Andalucia: se le había muerto un lucero y se lo llevaba el agua. Cuando lamentábamos no comprender por qué acabó el viaje en México, resulta que el propio Villalón nos lo descubre: “Yo vi un nopal entre rosas y una zarza entre jazmines, y una encina que encerraba el alma de los jardines.” ¡Qué bien! Ya está. Lo demás son velas blancas, pañuelos de despedida, adioses a las salinas y a los garrochistas de la isla. El Bernardo que nos importa es el que ahora vive feliz en México como el pez en el agua, y nunca mejor dicho. Todos le quieren y él quiere a todos.

            Se hallaba mozo y muy mimado del pueblo y de los aristócratas. El Conde de la Cortina y los marqueses de Calderón de la Barca lo hallan hermoso, listo y hábil, “con cierto aire pesado”. Era alto y fornido, su tosquedad era más bien cosa de primera vista. Había que ver a Bernardo jugar a prendas y bailar. Un andaluz bailador injerto en mexicano de corazón. ¿Puede la vida ofrecer más?  Al día siguiente en el ruedo era cosa de asombro verle de azul y plata o de azul y oro, llevaba ese color metido en el alma, color de su “Bahía de los Mitos”, de Cádiz. A la marquesa de Calderón se le iban los ojos detrás de aquellos adornos bordados sobre el raso brillante.

De azul se nos murió Bernardo, de azul con alamares negros, porque la ocasión de morirse es tan solemne en México como en España, y eso que se murió contento, estallando de alegría frente al toro en los últimos lances de capa. Un astado de Ayala le cornea mortalmente en Texcoco el 31-01-1886, domingo. Muere el 11 de febrero siguiente, a las nueve y media de la noche. Había salido a torear acompañado de una cuadrilla no muy brillante. Menos  lo era su fortuna por aquellos tiempos, puesto que casi en la miseria vivía y aceptaba torear por 30 pesos, que es lo que cobró a cambio de su vida. Pero le seguían queriendo. Todos respetaban la nobleza de aquel anciano torero, sobrado de dignidad y afición, rondando los 75 años de edad. A Bernardo le alcanzó el toro por falta de agilidad, después de haber rematado con arte y buen oficio un pase de muleta por alto. No pudo dar un quiebro ni vaciar la embestida con el pase forzado de pecho. Sabía muy bien las reglas, pero ya no era capaz de ejecutar las suertes que tantas veces había enseñado a otros. Marchó por su pie a la enfermería, nombre que se aplicó a un cuarto en que sólo existía una cama y un montón de heno. Buenos doctores vinieron a curarle, pero la infección ya estaba en marcha y el torero, estaba bien claro, había emprendido el viaje del delirio hacia la muerte. Gritaba a toros invisibles y jaleaba suertes arriesgadas.

A su último toro lo había piropeado y jaleado por la casta y fiereza que mostró durante la lidia. El toro correspondió al elogio con la cornada certera. Bernardo tenía sed y bebía con agradecimiento el agua que le daban, pero volvía a lo suyo, a su corrida. Nada más morir le cubrieron con un paño negro y le pusieron coronas alrededor. Cirios no, porque no había dinero para comprarlos. De todos modos, a manera de cruz tenía sobre el pecho la empuñadura de un estoque que se dijo había pertenecido a “Pepe Illo”. Todos los Toreros que se encontraban en México acompañaron a Gaviño al cementerio.


En sus buenos tiempos había sido el ídolo de los públicos, respetado y querido por las autoridades de su  país de adopción. Muchos fueron sus discípulos, el más destacado Ponciano Díaz. Ponciano y otros toreros de la época contribuyeron a aliviar la situación de la familia de Gaviño y ayudaron a perpetuar su memoria. Ya todo daba igual. Si no le hubiera matado el toro seguro que habría muerto de melancolía, como Bécquer, añorando aquel lucero muerto que se llevaba el agua…

Adaptado por Miguel MORENO GONZÁLEZ sobre un texto de Fernando CLARAMUNT LÓPEZ

9 comentarios:

Anónimo dijo...

No había oído hablar de ese torero. Menos mal a la enciclopedia viviente que tenemos en ti.
A. Acuña

Anónimo dijo...

Una bonita historia... algo curioso por el viaje y lo que no entiendo bien es que pone que nació en agosto de 1835 y fallece en febrero de 1886, luego son 51 años y después pone que disfrutaban de él con cerca de 75 años, así que eso es lo que no me cuadra... 😎😎. Cuando veo tus "escritos", pienso que será algo curioso y dulce, bonito, emotivo..etc... por eso me he dado cuenta...
José A. Álvarez G. de Guzmán

Miguel Moreno González dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Miguel Moreno González dijo...

Buena observación. Yo no me di cuenta. Ya sabes que muchas veces en las fechas se bailen números y provocan esos errores. Muchas gracias, José, por estar tan atento. Se ve que te lo lees entero y pones atención en la lectura. Agradecido por tus siempre cariñosos y acertados comentarios. Un fuerte abrazo.

Miguel Moreno González dijo...

A. Acuña: Gracias. Pero las enciclopedias son de otros... Yo, simplemente, las leo. O mejor, las leía. Tus comentarios son dignos de mi agradecimiento.

Miguel Moreno González dijo...

Estimado amigo José "Peque". He consultado otros textos y el error de las fechas viene dado porque Bernardo no nació en 1886, sino en 1812. El Zorro ha sido sensible a tu comentario, como no puede ser de otra forma, y lo ha corregido cabalmente. Gracias José, por leer los escrititos del Zorro con ese interés y cariño y no quedarte únicamente en la superficie. Es un grato honor tener un lector tan agudo y comprensivo y siempre tan fiel amigo de sus amigos. Gracias en nombre de Pedro y en el mío propio. Sigue conservando largos años tu eficaz comprensión lectora. Se nota que hiciste aquel bachillerato nuestro tan completo...

Anónimo dijo...

Merece la pena leerlo y, como es costumbre, aprender cosas desconocidas hasta ahora y a toreros de los que no había oído hablar. Cómo siempre gracias por un bonito escrito.
Pepe Vázquez

Anónimo dijo...

Los toros no me gustan....

Elena Rojas Mayor

Anónimo dijo...

Madre mía que foto más antigua

Maria Antonia Hernández

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