Mulhacén Sierra Nevada.

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Mulhacén, techo de la Península Ibérica

Museo de Montaña Zorro Corredero

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jueves, 8 de abril de 2021

Mari Carmen Taravillo Ortega, La "7"

 Mari Carmen "LA 7"


     La recuerdo perfectamente, tenía andares elegantes y era inteligente, educada y muy guapa, tanto que la conocíamos como Mari Carmen, "La 7", por aquella camiseta amarilla que, con la inscripción de "77 Sunsset Street", llevaba aquel verano de 1969 cuando por primera vez llegó a la Panda de la Plaza. ( Aunque yo siempre había pensado que era evocando a las hermosas chicas que acompañaban al agente "007" en sus películas). Pasaba largas temporadas en Cadalso donde sus padres tenían un chalet en la zona de “El Bosque”, allí la conocí y la oía hablar cosas que me parecían dibujos de colores.

       Cuando llegaban las Navidades, los amigos y amigas solíamos ir a tomar vinos -de mesones, decíamos entonces- al Madrid de los Austrias. En uno de aquellos mesones, un viejo de mirar abstraído tocaba en un acordeón canciones románticas inmortales. Una de esas tardes, en la puerta de aquel mesón, ella me dio un beso. Aquella noche -y otras muchas-, antes de dormirme pensaba en aquel beso. Otras desconfiaban de mí, no llegaba a inspirarles confianza, en cambio ella me besó... 

     Pero se enamoró de Tomás, gran persona y buen amigo. Se querían como adolescentes que eran y se miraban a los ojos, protegidos por las sombras de las encinas y los chopos, cuando por Semana Santa marchábamos todos de excursión al campo, cerca de los Toros de Guisando, junto a un meandro del arroyo Tórtolas, allá empezaba a oler a primavera antes que en ningún otro lugar; en cambio, a mí me parecía que el olor venía mezclado con algo parecido a un dolor.



      Un día me enteré del ingreso de Tomás en el hospital Clínico. Tenía leucemia. Yo iba a visitarle con frecuencia y comencé a sentir verdadera veneración por él. Nunca olvidaré cómo luchó contra su enfermedad convencido de su victoria. Recuerdo que le componía escritos diciéndole que se recuperaría y cuando le dieran el alta yo no sabría ya qué hacer por las tardes en Madrid. Un atardecer, parecido a otros muchos atardeceres de hospital, hablé con Mari Carmen en el pasillo, me dijo con lágrimas en los ojos que estaba cansada, que eran muchos meses soportando esa situación y que sus días pasaban sin vivirlos… Al poco tiempo rompieron su noviazgo, como única explicación él me dijo que ella no merecía aquella situación.

 Coincidí en Barcelona con Tomás, yo cumplía la "mili" y él hacía frecuentes viajes esperando le transplantaran la médula espinar de su hermano Fernando. Una vez volvimos juntos a Madrid, dormí en casa de sus siempre hospitalarios padres y comprobé que su habitación estaba llena de libros que trataban de su enfermedad. Estaba convencido de su triunfo y se instruía para mejor combatirla. Jamás le escuché quejarse y a sus labios afloraba casi siempre una sonrisa, ¡qué gran ejemplo fue para mí!     Cuando me casé asistió sólo a la boda. Su ex-amor ejercía su carrera docente en Canarias. En aquel entonces Tomás ya había vencido su dolencia: leucocitos, plaquetas, glóbulos rojos y todo lo demás pasaron a ser recuerdos. Incluso comprobé que había recuperado el pelo que los fuertes tratamientos médicos le tomaron prestado.

      Después yo pasé junto a mi fascinante mujer, Paloma, casi seis años en Argel. Al cabo, volvimos a la normalidad, tan anhelada por mí, de Madrid y Cadalso. Una noche en Cadalso, siempre Cadalso, me dieron la noticia: En Canarias, en un accidente de tráfico absurdo murió Mari Carmen. Contaba 28 años y seguía siendo inteligente, educada y muy guapa. Y cuando caminaba parecía flotar y acariciar suavemente el suelo. Yo la admiraba y ella, estoy seguro, no lo supo nunca.

      Esta tarde primaveral y lluviosa me hace pasar por dentro de mis recuerdos y me descubren lo que ya no soy y, pienso, que con el paso de los años la vida se convierte en una nostalgia de las dulzuras perdidas, de las ingenuidades robadas… Yo sigo recordando en Navidad a aquella mujer, a su beso y a aquel viejo con su acordeón y sus canciones, que ahora me parecen las más tristes del mundo.

 

                                Miguel MORENO GONZÁLEZ


9 comentarios:

Anónimo dijo...

Explosión de sensibilidad y delicadeza. Como siempre, Miguel, te superas en cada escrito. Un abrazo.
Luis C. Trijueque

Anónimo dijo...

Miguel, qué te voy a decir... Era muy buena amiga mía muy buena gente, yo me llevaba muy bien con ella y con sus padres, por cierto, su padre murió.. Le veía que iba a comer todos los días al Pope... Miguel, nuestra juventud fue muy bonita. Ahora la juventud es muy distinta.
Vicente

Anónimo dijo...

Muy Hermosas vivencias 😍😍

Antonia Frontelo Morales

Anónimo dijo...

Que Bonita Historia y triste a la vez hay lo dejo hay que leer .me a encantado Pedro siempre Recuerdos ❤️

Aurora Ferrera Ruiz

Anónimo dijo...

Bien Miguel, si los buenos recuerdos de los días del bollo y del hornazo, adornados con las dulces y tiernas referencias a tus padres, a los que debiste adorar, venerando su recuerdo ya le ponen a uno un tanto melancólico, lo rematas el jueves con un escrito magistral haciendo una magnífica descripción de lo que es una amistad que, además, también lleva una carga emocional importante. En fin da gusto leerle señor.
Pepe Vázquez

Anónimo dijo...

Grandes recuerdos, que emanan de tu corazón y compartes, una vez más, con todos nosotros como tú solo sabes hacer, con grandes palabras y emocionantes testimonios de tu juventud.
Luis M. González

Javier Perals dijo...

Recuerdos mezclados con añoranza, cariño, alegría y ese triste sabor que deja la muerte de una persona a la que amamos. Amores de juventud que se quedan a vivir en un rincón de la memoria y que a veces renacen, reviven o rebrotan mezclando ese sabor agridulce de lo vivido y de lo perdido. Muchas gracias por estos relatos que no nos dejan indiferentes, que nos tocan por dentro y reviven nuestros fantasmas y nuestros recuerdos.
Un abrazo.

Miguel Moreno González dijo...

Son más bonitos vuestros comentarios que cualquiera de mis escrititos.
Muy agradecido. Muchas gracias.

Anónimo dijo...

Que precioso recuerdo!!! A ella le encantaría, seguro. Es curioso que la llamarais "La 7" porque es un nùmero que representa todo lo celestial y eterno.Representa la totalidad.
Hipócrates dijo que el número 7, por sus virtudes ocultas,es dispensador de vida y fuente de cambios.Es el número del idealismo y del intelecto.
Nùmero que le corresponde a una mujer tan especial. Allí donde esté, se la sigue recordando.

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