Mulhacén Sierra Nevada.

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Mulhacén, techo de la Península Ibérica

Museo de Montaña Zorro Corredero

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jueves, 23 de abril de 2020

LECTURAS PARA UN VIRUS SIN CORONA. EL POETA DEL ASFALTO. Por Miguel Moreno



(Para Carlos, “Grandón”, un gigante de la ruta y del corazón)


LECTURAS PARA UN VIRUS SIN CORONA. EL POETA DEL ASFALTO



     Cuando los veo por la carretera con sus indumentarias de colores chillones cabalgando sobre sus bicicletas experimento una sorpresa agradable envuelta con papel suave de ternura. Me fijo en su cadencia y ritmo de pedaleo que pueden denotar su posible cansancio y darme la respuesta de si yo marcharía mejor o peor que ellos. En esos instantes siempre pienso que son los poetas del asfalto que viajan con una musa como compañera. Don Quijotes románticos a lomos de frágiles Rocinantes que se enamoran de Dulcineas que viajan cómodamente. Buscadores de utopías que se creían marchitas y que se manifiestan como euforias que el viento incrusta en su costado izquierdo.


     El ciclista vive en su soledad una aventura incomparable, siente en sus propias carnes y mente sensaciones desconocidas y sorprendentes: Ahora puede ir agotado y extenuado en un llano y cinco minutos después recuperarse y sentir que es capaz de coronar el puerto más duro que le pongan por medio y eso, mientras se recrea disfrutando del paisaje y ve como entre las revueltas de la cuesta, allá abajo en la depresión del valle, todo va quedándose más pequeño y entrañable. Guarda memoria fotográfica de lugares, días, horas, calores, sed, sudores, fríos, hielos, vientos, baches e, incluso, pensamientos que en un momento dado surcaron su mente.


     El ciclista se reencuentra consigo mismo y reconoce humildemente su palinodia que mezcla con la sed, el hambre, el sudor y el dolor que le produce el esfuerzo límite que lo percibe principalmente en las piernas, pero que su ofuscación acaba situándolo en la cadena de su bicicleta e imagina que, en cualquier momento, tanto sus piernas como la cadena saltarán hechas añicos. Cuando supera lo peor le invade un orgullo inmensurable y comprende que eso es vivir. Analiza ese instante y valora la vida en sorbos de agua y porciones de alimento que el cuerpo recibe agradecido y satisfecho. Su mente se une a la alegría y en ese momento manda abrazos con el pensamiento a la gente que quiere. Es entonces cuando para él se produce la perfecta simbiosis con la vida al socaire de la naturalidad que da el entorno y el esfuerzo.


     El ciclista aún en los peores momentos siempre retornará a la ruta. Una parte de su personalidad flota en el aire y él, fiel a lo suyo, siempre irá a su encuentro. Recluido durante semanas por culpa de este virus sin corona, hay momentos en que le es suficiente con cerrar los ojos para verse libre y frenado por el viento de frente; ese que, como la carcajada, te hace llorar de felicidad. Él sabe que es demasiado embriagador todo lo que le espera. No le habléis de otra cosa. No os entendería.


                                    Miguel MORENO GONZÁLEZ 

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Cerrar los ojos, sentir el aire, la lluvia y el sol en nuestra cara. La libertad. Gracias Miguel por infundirnos fuerza y esperanza!

Anónimo dijo...

Miguel, muchas gracias, por tu escrito y foto, que arman, con infinita realidad y firmeza, el sentir humanista de las personas, que practicamos ciclismo, pidamos al Señor que sane a nuestro querido amigo y compañero de, sudores y fatigas Carlos Grandon. Un recuerdo, para aquel otro gran amigo FernandoSordillo, que se nos fué y con el que tanto disfrutamos y reímos ¡Que gran foto!.
Remigio

Felix "Carracho" dijo...

Gracias Miguel, que buen relato, los ciclistas somos "buscadores de utopías que creíamos marchitas" buena reflexion para aplicar en estos momentos, un abrazo y mucha bici

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