Se trata de esperar..por Miguel Moreno

 SE TRATA DE ESPERAR

Recuerdo que los jubilados cadalseños de los años 50 a los 75 del pasado siglo, bebían parsimoniosos en los bares de Cadalso (Cele, Quinito, Sevilla, Tropezón…) chatos de vino y cañas de cerveza con aperitivos de aceitunas o “alcaueses”. Tomaban asiento ante las mesas de mármol en aquellas sillas de madera con brazos acodados. Allí miraban melancólicos en las primeras televisiones del pueblo las corridas de toros y los partidos de fútbol con interferencias e interrupciones. “¡Joder! Otra vez se cortó, ahora que El Cordobés entraba a matar.”

            Algunos llegaban pronto para leer las noticias en los periódicos ABC, YA, ARRIBA… Ponían especial atención en las esquelas de las defunciones de sus coetáneos y en las de la gente importante que nombraban en la radio. Siempre había alguno que conocían y al leerlo musitaban: “¡Quién se lo iba a decir a él…!” Y luego pasaban unos pocos minutos apesadumbrados, como tristes, y bebían más despacio todavía; a lo mejor querían ahuyentar el espanto de la noticia…

            Entre ellos hablaban de los daños que había provocado el “pedrisco” en sus viñas, de la humedad en sus casas y del reumatismo en sus huesos… Comparaban sus recuerdos de los años mozos y a veces, de pasada, referían aquellas ya lejanas Fiestas del Cristo que dejaron una huella imborrable en su memoria. Conocieron a su novia la noche de la Pólvora y envalentonados, con un par de tragos de más, le declararon que la querían para siempre, que trabajarían para ella y los hijos que vinieran, que vivirían felices en aquella casa de la calle San Antón. Quedaban entonces en silencio, divisando con la mirada perdida el infinito vacío de los años.

            Nunca hubo reloj sobre la barra y el calendario ya no les servía para nada. Se dejaban ir resignados por los vericuetos de su existencia desolada. Salían del bar apoyados sobre sus cayados, con la boina calada y con un cigarrillo de Ideales (al del papel amarillento se le conocía como “caldo de gallina”) o un Celtas cortos (después llegó a largo), suspendido de la comisura “rilona” de sus labios. Tomaban indolentes el camino a casa donde esperaban las parientas resignadas y abnegadas; vencedoras en cien batallas de hijos, trabajos y carencias. Mantenían las ilusiones intactas, nunca marchitas. Nacieron hembras fuertes, luchadoras e inasequibles al desaliento…

            En verano se sentaban con ellas al fresco de las puertas de sus casas esperando estoicos el último día. La compañera alisaba con sus manos el mandil, él ponía su boina sobre la rodilla del pantalón de pana raída. Casi nunca se cogían de la mano. Únicamente se miraban. Sólo se trataba de esperar. Esperar como ahora lo hacemos nosotros. Antes y ahora el último día llega puntual, incluso sin esperarle. En eso la vida no cambia, sigue siendo igual…

                                                                                        Miguel MORENO GONZÁLEZ