Mulhacén Sierra Nevada.

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Mulhacén, techo de la Península Ibérica

Museo de Montaña Zorro Corredero

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jueves, 16 de julio de 2020

VIVENCIAS ENAMORADAS, por Miguel Moreno


VIVENCIAS ENAMORADAS

Utópicamente perseguí la amistad. Pocas veces la conseguí. Creí erróneamente que podía alcanzarla con mi primer amor. Al poco de casarse con su hombre de siempre el matrimonio se desmoronó. “Te llamo como amiga”, me dijo una tarde otoñal. Yo estaba abandonado y enamorado en Campamento (Madrid), lamiéndome las dolorosas heridas que su desamor me ocasionó. Corrí raudo a verla engañando a mi amor con la amistad. Craso error. Aquel viaje acabó rematándome.

Alquilé un apartamento junto al mar en Estepona, allí vivía con su marido distanciados entre sí. Nos veíamos por las mañanas y al atardecer en un chiringuito frente al mar. Estaba destrozada anímicamente y buscando ayuda entró en una secta religiosa. Sus posturas se radicalizaron por el adoctrinamiento que le hacían. Al darse cuenta de su yerro los abandonó, pero ellos siguieron presionándola y acabó al borde del abismo.




Me contó que una mañana de mar embravecida se metió en el agua… La sacaron inconsciente antes de que se ahogara. Según me lo refería yo acariciaba su mano sobre la mesa y sentí cuánto seguía queriéndola. Llovía suave sobre el mar y nuestra derrota y la brisa traía un aroma amargo de salitre enamorado.

Aquella noche dejamos las razones en la playa. Diciéndonos lo que siempre se dijo nos pusimos los cascos del deseo y los manchamos de amor. Nos hicimos viejos tumbados sobre la estela de la luna que cubría el mar e intentamos apuñalar nuestras penas. Empapados y vencidos, supimos al abandonar aquel campo de batalla que habíamos hecho de aquel final una caricia inmortal.

Aún hoy vivo días repetidos a aquéllos. Los distingo por la luminosidad y el azul del cielo. Son pocos, pero se me quedaron grabados en la mente desde la primera vez que los viví. Un trozo de mi corazón sigue ocupándolo ella… Como si la quisiera demostrar, al igual que en la famosa rima de Bécquer, que algo eterno hay en mí a la que eternamente me juró su amor.
    


Volví a Madrid roto, desconcertado, la pena me rebosaba por doquier y me sumí en una triste melancolía por largo tiempo. Me rescató una chica alegre y con muchas ganas de amar y vivir. Cuando iba a buscarla a una academia de la calle Arenal, soñaba que me enamoraba de ella según nos dirigíamos a un mesón gallego sito en la calle Bordadores, pero ocurrió al revés. Una mañana de sábado que sus padres no estaban fuimos felices y risueños a comer a su casa.

Al acabar nos besamos con una pasión juvenil desenfrenada que sigo cuidando a buen recaudo. No hicimos el amor porque me sobrevino un ataque de realidad: “No estoy seguro de quererte y esto puede hacerte mucho daño”. Me miró desolada. Desconozco lo que hubiera hecho hoy… Aquella tarde me vestí despacio y salí. Ella quedó desconsolada en su habitación huérfana de caricias. Jamás volví a saber nada de ella. Pienso que en aquel instante me odió; me consuelo creyendo que quizá, posteriormente, me lo agradecería y le quedaría un recuerdo agradable de mi paso por su amor. Esa esperanza banal la conservo guardada en mi memoria. Era bonita e ingenua, y tenía una piel tan suave que no merecía que yo la abrazara sin amarla.

Mi vida es un constante fluir de sensaciones; gozosas unas, penosas otras. Épocas tengo en las que me apetece vivir todo con intensidad, sobresaltarme con lo bello que poseo al tiempo que quiero seguir descubriendo la hermosura de lo desconocido. No quiero marcharme sin averiguar cuáles son los encantos que siguen alimentando mis emociones, ni cuáles las penas que me postran en la melancolía.



Como los duendes y los artistas busco el sabor de la belleza y la emoción. Intuyo que todos los seres humanos al desaparecer dejamos flotando algo nuestro que alguien que vendrá detrás recogerá. Y es que nuestra soledad nos empuja, nos pide superarnos en las emociones. Ella nos abandona inconsciente a nuestra suerte, mientras el sol cadalseño nos acaricia y nos hace volar, soñar y preguntarnos: ¿Qué será de ellas después de tantos años…? 


Miguel MORENO GONZÁLEZ
Fotos: Archivo Fotográfico Pedro Alfonso


4 comentarios:

Anónimo dijo...

Mientras sigamos teniendo curiosidad por experimentar nuevas sensaciones, por alimentarlas, serà señal de que estamos vivos, evolucionando.
Precioso relato Miguel. Tienes mucha vida emicionante vivida y lo que te queda todavia por vivir y contarnos.

Anónimo dijo...

Yo también pero pequeña en el mar con mi flotador de patito, lo que me gusta el mar y las olas, se puso bravo el mar y tardaron en poder sacarme. Pero no le cogí miedo

Chelo Villarin Recio

Anónimo dijo...

Me gusta la historia Miguel

Chelo Villarin Recio

Anónimo dijo...

Una vez más me engancha el escritito del jueves. Bonitas vivencias de amor ,que bien podemos terminar en ese mesón de la calle bordadores tomándonos unas cañas con ese queso de untar fuerte típico de Galicia. Gracias por compartir como cada jueves

Maria Antonia Hernández

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