NACIMIENTO DE UN NIÑO TRIGUEÑO CON UNA EME AL CUBO, por Miguel Moreno.

 NACIMIENTO DE UN NIÑO TRIGUEÑO CON UNA EME AL CUBO

Paloma marchó de Argel a Madrid el 4 de noviembre de 1983. Yo veía que el embarazo estaba muy avanzado y no quería arriesgarme a que nuestro hijo naciera fuera de España. Para que viajara más cómoda voló en primera clase y todo se desarrolló con normalidad. Durante su embarazo le atendió en Argel, Clínica Debussi (cerca de nuestra calle Edgar Quinet), la doctora Reyes, chilena muy amable y una experta ginecóloga. A la doctora la conocí en nuestro Consulado de España en Argel, donde trabajaba servidor. Como Chile no tenía representación diplomática en Argelia, nosotros les atendíamos en lo que podíamos. Hicimos buena amistad con ella, con sus compatriotas y con la mayoría de los numerosos exilados hispanoamericanos que residían en aquel país. Años después, cuando ya estábamos trabajando en Madrid, vino ella con su familia a visitarnos al Ministerio. Se habían cambiado a residir en Madrid. Estuvimos charlando animadamente de nuestros recuerdos de Miguel niño en aquel país africano que tanto nos marcó. Rememoramos momentos agradables y las terribles experiencias que vivimos con el terremoto de El Asnam y la muerte del joven hijo del embajador de Argentina que murió asfixiado en el baño de la residencia diplomática. Aquel fue un demoledor golpe para todos los hispanohablantes.

Miguel fue un hijo muy deseado y le esperábamos ilusionadísimos. Recuerdo que siendo novios fuimos a bailar a una discoteca junto al cine Coliseum en Gran Vía. Allí le dije a Paloma que tendríamos un hijo que llevaría por nombre una “Eme” al cubo: Miguel Moreno Mostacero. El niño nació el 29 de noviembre de 1983, larguirucho y muy feo, bromeaba su abuelo materno Gabriel. Paloma me llamó al Consulado la mañana del día 30 para darme la gran noticia. Me dijo que no había pegado ojo en toda la noche esperando que llegara la hora para comunicarme el nacimiento de nuestro hijo.

 Yo estaba en el despacho del Cónsul, Diego Mª. Sánchez Bustamante, tratando un problema que teníamos con las autoridades argelinas y relacionado con la empresa española Dragados y Construcciones que estaba construyendo una carretera en la localidad de Beni Amrane. Según hablaba con mi mujer, Diego me preguntó con su locuaz, irónico e inconfundible humor: “Pregúntale si tiene cinco dedos en las manos y los pies…” Después de tantos años Diego y servidor seguimos en contacto. Se portó muy bien conmigo y sintonizamos personal y profesionalmente. Hablábamos mucho de lo divino, de lo humano y de las relaciones bilaterales con Argelia. Su mujer, Lucía, era una holandesa encantadora, poseía una sonrisa contagiosa que su acento se encargaba de resaltar conmovedoramente.

Aquella noche invité a cenar a mi hermano Nati y su mujer, Conchi, en el hotel El Djazair. Acababan de abrirlo hacía poco y poseía buena fama entre los europeos que por allí pululábamos (conservo la comanda). Fue una velada muy alegre y entretenida, al final del ágape decidí marchar a Madrid tres días después a pesar de que inicialmente había pensado volar más tarde para que coincidiera mi estancia en Madrid y Cadalso con las fiestas de Navidad. En la Embajada todo el mundo me felicitó, se portaron muy bien y nos hicieron bonitos regalos para el bebé. Recuerdo lo amable que estuvo el embajador, Eduardo Zulueta Dato, y su segundo, el leridano Eduardo Toda Oliva, un hombre muy culto y erudito del arte de la pintura. Un atardecer impartió una brillante conferencia sobre los pintores españoles en el Centro Cultural que dirigía Esmeralda de Luis. Fue un éxito espectacular y el recinto rebosaba de gente variopinta interesada en nuestra pintura.

            No pasé miedo en el vuelo, tal era el deseo de rencontrarme con mi mujer y mi hijo, a pesar de que solo 5 o 6 días antes hubo un terrible accidente en Barajas (Mejorada del Campo) con 181 víctimas. Fue un fin de año trágico en Madrid, ya que al mencionado accidente se unió el del incendio de la discoteca Alcalá 20 (bajos del teatro Alcázar) el 17/12/1983. Fallecieron 81 personas, la mayoría de ellas aplastadas por las avalanchas que se produjeron al buscar la salida los jóvenes que celebraban una fiesta navideña. Aquel ambiente triste se respiraba en Madrid cuando vino al mundo nuestro vástago. Lo peor fue cuando tuvimos que volver a Argel dejando atrás tanta pena. Nos acompañó su abuela materna, Teresa, para cuidar de él hasta que encontramos a Rania, una argelina que le quiso como si fuera su propio hijo. Nuestra sensación era de que íbamos al reencuentro de un futuro incierto debido a las especiales circunstancias políticas que vivía Argelia y que hacían de nuestra inseguridad (y de la de todos) el denominador común que atenazaba nuestro ánimo. El bebé permaneció ajeno a aquel duro ambiente y salió adelante no sin esfuerzo, esa es la verdad. No teníamos más alternativa que aguantar allí porque no poseíamos ninguna otra opción.

En los momentos de flaqueza yo meditaba en la frase que leí en un libro del Centro Cultural Español: “Soporta y resiste, ese esfuerzo te será muy útil un día” (Ovidio). Mientras Paloma estudiaba y aguardaba a que llegara el agua a nuestra casa para limpiar y hacer la lavadora, yo salía a pasear con el recién nacido. Llamaba poderosamente la atención de los viandantes de la calle principal, Didouche Mourad, por lo rubísimo y blanco que era. Parecía una espiga castellana en medio de aquel ambiente. Si hacía sol, los paseantes me rogaban que bajara la capota para que no le molestara. Los argelinos eran muy amantes y protectores de los niños. Ayer, 29 de noviembre, hizo 40 años que le levanté hacia el cielo emocionado en presencia de sus abuelos maternos y su abuela paterna, Asun y su tío, aún infante (10 años), José Luis que se sorprendió de que fuera tan pequeño. Y ayer también, como es habitual en mí, yo me enredé con estos recuerdos que se marcaron con el fuego del amor para el resto de nuestras vidas. Felicidades, hijo, sé muy feliz, especialmente junto a tu hermana Berta, y sé bueno con el prójimo que nos ayuda a pasar este trago de la vida.

                                                                       Miguel MORENO GONZÁLEZ