GRITOS EN LA RINCONADA DEL CORAZÓN, por Miguel Moreno

(A Susana, mi última compañera, que me soporta y sabe de estas cosas)

GRITOS EN LA RINCONADA DEL CORAZÓN

Cadalso bajo la lluvia.

La otra tarde llovía con ganas y yo pensaba que puede ser encantador si se sabe mirar. Imaginaba esas tardes soleadas, cuando los días son más largos y sales del trabajo aún con sol. En esos atardeceres primaverales pienso en los de ahora, en el atractivo de la lluvia, en el recogimiento. En las sensaciones que te inundan cuando te envuelves con las faldillas de la mesa camilla y el brasero te da un calorcillo inigualable, después de pedalear por los pueblos y paisajes que rodean Cadalso o Madrid. Es una técnica placentera que uso a menudo: Mientras vivo la estación presente imagino la futura o la pasada y ello me provoca satisfacciones muy especiales. Y es que tengo la corazonada de que todo lo que nos rodea es mágico. Que basta con agudizar el ingenio y nuestra capacidad de observación, para comprobar cómo nos sobresaltan infinidad de maravillosas sorpresas que se suceden a nuestro alrededor.

Ayer reparé en una: Dos ciegos, hombre y mujer, en una esquina de la calle Toledo con la calle Segovia, se besaban con una infinita felicidad. Se miraban como si interpretaran con los ojos una colosal sinfonía que les ayudaba a oponerse a la fuerza irracional de las sombras, del destino adverso y desconocido. A hurtadillas, se tocaban sus mejillas con las yemas temblorosas de sus dedos. Se mascaba el amor en su esencia más pura y la ternura resbalaba por sus expresiones enamoradas. Medito que sólo por eso merece la pena seguir. Que yo tengo la obligación moral de captarlo, sentirlo íntimamente, para contarlo sin pudor a los cuatro vientos.

En Navidad nos perdimos Paloma y yo por el Valle de Iruelas hasta dar con una aldea nombrada “La Rinconada”. La recorrimos elogiándola por su belleza desolada. Hacía mal día por todas partes menos allí que lucía un sol desafiante que derretía cualquier nube que osara taparle. Sus rayos iluminaban los adornos de un árbol sombrío de Navidad que confería al espacio un contraste y una plasticidad única. Vimos a un lugareño tomando el sol sobre una loma sentado en una banqueta. También reparamos en una pareja, en manga corta, comiendo en el rellano de la entrada a su casa situada en una depresión del terreno. Y un hombre vimos asomado al balcón de su vivienda suspendida de una colina que dominaba el valle: Contemplaba satisfecho el paso melancólico y elegante de un gato. Abajo, el lugar se fundía amorosamente con el río que remansaba en el embalse de “El Burguillo”. Es un paraje que alberga un microclima ideal. Yo pasé días antes con la bici, lo descubrí según cruzábamos un puente sobre un arroyo que discurre libre por el campo, entre las sombras de cientos de árboles vaga sin poseer siquiera un cauce al uso.

Pantano del Burguillo

Inmediatamente pensé en cómo sería la vida de aquella gente en esas noches obscuras y desconsoladas en las que parece que nunca llegará la claridad del día, en las que todo se detiene indefinidamente aguardando sin demasiadas esperanzas la llegada del amanecer.“Puede ser que en las ciudades se sepa mejor hablar; pero la fineza del sentir es patrimonio del campo y de la soledad”, dijo acertadamente fray Luis de León. Nosotros conservamos su misterio y a veces, en las noches cadalseñas, cuando oímos caer la lluvia con fuerza contra el tejado y azotar impetuoso el viento contra las ventanas vuelvo a lo mío, a lo de siempre, y le digo a Paloma qué sentirán los habitantes de “La Rinconada” si tienen una noche parecida: Cómo mitigarán su temeroso desamparo estos actores de esta película triste, que únicamente se proyecta sobre la pantalla olvidada del cine de sus vidas. Así, hablando y acariciándola suavemente, me voy haciendo viejo a su lado, junto a estas cosas que, de tan cercanas a nuestros sentimientos, al final hay veces que no alcanzamos a ver.

                                                                 La Rinconada. Ávila

      Me gustaría tener como amigo a uno de sus moradores para que me hiciera partícipe de sus inquietudes más conmovedoras. Para mí la amistad es el ideal del ser humano, aquello por lo que se debería luchar y perseguir nada más tener uso de razón. La amistad es el resumen, el compendio de todos los grandes sentimientos que la persona cobija. Me gusta sentir la amistad en plenitud, tenerla muy cercana, saborearla muy mía al tiempo que recuesto mi cabeza, relajada, sobre ella notando la imperiosa necesidad de percibirla sólida para acariciarla de manera alegre, tangible y emotiva. Algo que no sea únicamente literatura, frases más o menos bonitas o trascendentales…

Susana, Santiago, Miguel y Manuel.

Quiero vivirla apasionadamente como en aquella escena tan sobrecogedora de la película “Bailando con Lobos” (Obra Maestra). Esa en la que el indio amigo, sobre una colina nevada y montado en su caballo pinto, se dirige al hombre blanco -que va alejándose parsimonioso bajo los copos de nieve-, y le grita con todas las fuerzas de su alma y de su corazón: “¡¡¡Adiós!!! ¡¡¡Eres mi amigo!!!” Y el eco le devolvía la ilusión rota de su voz. ¿Lo recordáis? La vi una tarde de sábado, solo y relajado en casa soñando en el sofá, reposando de la etapa ciclista y envuelto en colores y emociones juveniles enamoradas. Al ver, oír y sentir esa escena, me emocioné súbita y atropelladamente mientras pensaba que de eso estamos hechos los seres humanos: De emociones que se nos enredan, nos hacen cosquillas y nos gritan junto a “La Rinconada” del corazón:¡¡¡Eres mi amigo!!!        

                                  

                                 Miguel MORENO GONZÁLEZ