Mulhacén Sierra Nevada.

Mulhacén Sierra Nevada.
Mulhacén, techo de la Península Ibérica

Museo de Montaña Zorro Corredero

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miércoles, 30 de julio de 2014

Cabeza Cadalso, la Peña Muñana en El País de 1999



El País
viernes, 24 de septiembre de 1999

Cabeza de Cadalso

Pinares, viñedos, canteras y restos de un poblado medieval salpican este picacho de la sierra Oeste



Moriréis en Cadalso", dicen que le dijo una adivina a don Álvaro de Luna. Y el condestable -que acostumbrado a hurtar lo ajeno, creyó poder también hurtarse al destino- no volvió a pisar Cadalso de los Vidrios, que a la sazón era aldea de Escalona, una entre mil de su vasto señorío. Mas al fin -es fama-, don Álvaro perdió la privanza del rey, y con ella, en 1453, la cabeza en un cadalso de Valladolid, verificándose así el augurio con minúsculas y el mayúsculo lamento que en su boca puso Santillana: 

"¿Qué se fizo la moneda 
 que guardé para mis daños 
 tantos tiempos, tantos años, 
 plata, joyas, oro é seda? 
 Ca de todo non me queda 
 si non este cadahalso...".

 Los peritos en topónimos aseguran que el nombre de Cadalso equivale a lugar fortificado -tal es, poco más o menos, la tercera acepción que de cadalso da la Real Acadernia-, pero no señalan cuál es o fue esa fortaleza, porque no les pagan por concretar. En el Catálogo de castillos, fortificaciones y recintos amurallados de la Comunidad de Madrid, consta que la muralla de Cadalso de los Vidrios, de la que sólo queda un fragmento en la calle Real, era obra de finales del XIV, mientras que el nombre del pueblo aparecía ya en documentos del siglo anterior. Castillo no hubo, ni antes ni después: el marqués de Villena empezó a erigir uno tras la muerte de don Álvaro, pero no lo terminó, y tampoco está claro que se aprovecharan sus ruinas para construir el espléndido palacio de los duques de Frías. El catálogo sí registra, en cambio, la existencia de restos de un poblado fortificado, acaso árabe, en la vecina peña Muñana, y esto es motivo asaz para que subamos a indagar.La peña Muñana, Muniana o de Cadalso -que de las tres formas se llama- levanta su cabeza granítica a la vera misma del pueblo, 240 metros por encima de éste y 1.044 sobre el nivel del mar. A poco que uno se fije, verá claramente por dónde hay que hincarle el diente, pues si bien la vertiente septentrional -ladera izquierda, según se mira desde Cadalso- parece suave y pinariega, la cara sur se intuye resbaladiza, bronca y arisca como un gato en remojo.

El camino por el norte, en efecto, resulta ser algo más accidentado que la calle de Preciados, pero poco más. Saliendo de Cadalso por la carretera de Pelayos, nos plantaremos en un cuarto de hora ante la puerta del cámping El Pinar de Cadalso, y en diez minutos más, siguiendo la pista de tierra y balasto que aquí mismo nace, alcanzaremos una viña cercada con una alambrada. Cien metros más adelante, sale a la derecha un caminito que sube hasta unas canteras abandonadas, en las que tiraremos a la izquierda por una nítida senda -señalizada más arriba con hitos y trazos de pintura roja- que nos permitirá coronar la peña como a una hora del inicio. Tres cabezos graníticos separados por una pequeña explanada central componen la cumbre. En el más alto hay una caseta de vigilancia de incendios, un vértice geodésico y un negro crucifijo. Y hay también las mejores vistas: al noroeste, Gredos; al noreste, Guadarrama; entre ambas sierras, el tajo del Alberche; a nuestros pies, los tejados de Cadalso, y por doquier, un mar de pinos piñoneros y resineros, ejércitos de vides y canteras de piedra berroqueña.
El cabezo meridional -unos diez metros más bajo- depara la sorpresa de un bosquete de arces. El occidental, un roído muro de calicanto, probable vestigio de una torre defensiva. Mientras que la explanada central presenta abundantes restos de una cerca perimetral de mampostería a hueso, ruinas circulares de míseros chozos y un sillón natural de granito, a modo de trono, que sin duda probó alguno de los pobladores sintiéndose un rey entre tanta estrechez. ¿Pero quiénes fueron aquellos infelices? Quizá moros -se dice en el mentado catálogo-, que tras la Reconquista cristiana, en el siglo XII, siguieron llevando aquí una vida montaraz, marginal, insegura, condenados para sécula a expiar su derrota en este alto cadalso de piedra.

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