LECTURAS PARA
UN VIRUS SIN CORONA. QUINTA AVENIDA
Es una foto crepuscular, de esas que nunca
te dejan indiferente por lo amarillentas que aparecen ante tus ojos, aunque
para mí, la verdad, las fotos siempre terminan por ser recuerdos anudados a mi
imaginación. Creo que es James Dean paseando solo un atardecer lluvioso por la
que supongo es la Quinta Avenida -¿o
no?- Yo es que únicamente conozco Nueva York desde el Empire State Building, al que subí una nevada nochebuena que se va
haciendo vieja –lo más parecido en Cadalso es la Peña Muñana, con sus vistas apacibles que recomiendo contemplar en
primavera-. Será por eso que a veces tengo lapsus visuales (y de los otros),
pido disculpas por mi atrevida ignorancia a aquéllos que conocen de verdad
estas cosas. Ellos, bien saben, que James Dean, llegó a decir que si no
triunfaba en el cine, se trasladaría a Méjico para hacerse torero. Este hombre
ganó la inmortalidad con su desaparición, como Joselito. Por eso, se sintió
atraído por el enigma de la muerte, del rito y de la soledad que habita en el
toreo.
James camina con una gabardina –yo iría en Cadalso por la calle San Antón “a cuerpo”-; las solapas subidas y la moral baja –casi como estoy
yo en mis desamparadas noches en casa “Utopía”-;
un cigarrillo en los labios –yo nunca lo llevaría- y su cuerpo ligeramente encorvado
–yo, además, iría con las manos agarradas detrás de la espalda-. Tras él, a su
derecha, riela, en el asfalto brillante, la marquesina iluminada del cine Astor anunciando Veinte mil leguas de Viaje Submarino -que conste que me lo han
traducido-. Dean parece un modelo con un desaliño indumentario elegante y con
muchísima más clase y estilo -¡dónde va a parar!-, que éstos que están en boga
actualmente exhibiendo su patética vulgaridad en la colección de
otoño-invierno. ¡Ah, el otoño… con sus amores marchitos!
Su enigmática mirada se dirige hacia el
Oeste –que según Garci es por donde sale el sol de las Estrellas del Celuloide-, lleva unos ojos que parecen abandonados
al amor de una mujer con sabor a Don
Pereignon, o a la amistad entre un hombre y una mujer que es algo demasiado
hermoso o demasiado decente para ser real. En cualquier caso existen mujeres
que te dejan malherido de por vida y ya no vuelves a reírte del todo… Su cara
refleja los recuerdos del “LP” “Puente
sobre Aguas Turbulentas” de Simon y Garfunkel; de películas en cinemascope en cines
con pantalla grande y a todo color –como en los inviernos
las echaban en el Cine Condestable cadalseño-;
de calendarios con chicas semidesnudas mezcladas entre colores chillones que
devorábamos a hurtadillas ansiosos en la última fila de la clase de religión;
de chepudos televisores con pantallas
redondeadas donde veíamos en blanco-y-negro: “El Prisionero”, “Agente Secreto” y hasta “Crónicas de un Pueblo”; de composiciones de Patxi Andión que nos
descubría poemas desolados de Miguel Hernández según pateábamos el camino de la
vida y del amor, sin embargo, digo yo, que tampoco nos hubiera venido mal un
achuchón de vez en cuando; de revoluciones castristas que nada tenían que ver
-¡qué pena!- con las revoluciones sexuales, que eran las buenas, que encarnaban
como nadie Marilin Monroe; del Volkswagen Escarabajo
de Los Yiyos, aparcado detrás de la
calle del Calvario; de los SEAT 600 que surcaban la carretera de Rozas de
Puerto Real de ida, pero nunca los veíamos de vuelta por más que los
aguardáramos con nuestras miradas perdidas en la esperanza.
James Dean aparenta descubrirnos el misterio del instante, no hay un
antes ni un después, sólo el momento eterno de la fotografía. La luz suave de
la instantánea es como si se la hubiera inventado él mismo para que le
acariciara mejor su nostalgia, como si las gotas de lluvia que mojan su
cabellera tuvieran el sabor de la melancolía de cada Fin de Año, como si los corazones rotos siguieran latiendo después
de muertos, como si en ese punto hubiera descubierto que se había enamorado y
le estuviera enriqueciendo interiormente. Puede que ese tiempo especial suyo,
que es como una escapada a la emoción, no coincida con ningún otro especial de muchos
de quienes observan la foto en estos tiempos desolados de virus sin corona, serán los problemas del directo que dicen hoy.
Quizá aquella tarde anduviera solitario y perdido, buscando la memoria de una
época que le renacía feliz entre los remolinos que forman sobre la lluvia sus
propias pisadas. Y es que hay cosas que sólo quedan bien en el recuerdo y si es
mojado… ¡mucho mejor!
Ahora que lo pienso fríamente me parece un
hombre de los nuestros. Un perdedor incrustado en el mundo triunfador de ellos.
Va a resultar que la foto es la realidad poética de un perdedor, que el agua de
la calle es la nieve derretida de la última Navidad y que la acera es el Paseo
Marítimo sin playa de Cadalso. Son cosas que pasan cuando una ofensiva de
lucidez acaba por apenarte el corazón en la ciudad, mientras con la razón
vuelas libre a la soledad. Como James Dean en la Quinta Avenida y yo en la
calle San Antón en Cadalso… Al final la soledad –me temo- es la misma para
todos.
Miguel MORENO GONZÁLEZ