(Para
Carlos, “Grandón”, un gigante de la ruta y del corazón)
LECTURAS PARA UN VIRUS SIN CORONA. EL POETA DEL ASFALTO
Cuando los
veo por la carretera con sus indumentarias de colores chillones cabalgando
sobre sus bicicletas experimento una sorpresa agradable envuelta con papel
suave de ternura. Me fijo en su cadencia y ritmo de pedaleo que pueden denotar
su posible cansancio y darme la respuesta de si yo marcharía mejor o peor que
ellos. En esos instantes siempre pienso que son los poetas del asfalto que
viajan con una musa como compañera. Don
Quijotes románticos a lomos de frágiles Rocinantes
que se enamoran de Dulcineas que
viajan cómodamente. Buscadores de utopías que se creían marchitas y que se
manifiestan como euforias que el viento incrusta en su costado izquierdo.
El
ciclista vive en su soledad una aventura incomparable, siente en sus propias
carnes y mente sensaciones desconocidas y sorprendentes: Ahora puede ir agotado
y extenuado en un llano y cinco minutos después recuperarse y sentir que es
capaz de coronar el puerto más duro que le pongan por medio y eso, mientras se
recrea disfrutando del paisaje y ve como entre las revueltas de la cuesta, allá
abajo en la depresión del valle, todo va quedándose más pequeño y entrañable.
Guarda memoria fotográfica de lugares, días, horas, calores, sed, sudores,
fríos, hielos, vientos, baches e, incluso, pensamientos que en un momento dado
surcaron su mente.
El
ciclista se reencuentra consigo mismo y reconoce humildemente su palinodia que
mezcla con la sed, el hambre, el sudor y el dolor que le produce el esfuerzo
límite que lo percibe principalmente en las piernas, pero que su ofuscación
acaba situándolo en la cadena de su bicicleta e imagina que, en cualquier
momento, tanto sus piernas como la cadena saltarán hechas añicos. Cuando supera
lo peor le invade un orgullo inmensurable y comprende que eso es vivir. Analiza
ese instante y valora la vida en sorbos de agua y porciones de alimento que el
cuerpo recibe agradecido y satisfecho. Su mente se une a la alegría y en ese
momento manda abrazos con el pensamiento a la gente que quiere. Es entonces
cuando para él se produce la perfecta simbiosis con la vida al socaire de la
naturalidad que da el entorno y el esfuerzo.
El
ciclista aún en los peores momentos siempre retornará a la ruta. Una parte de
su personalidad flota en el aire y él, fiel a lo suyo, siempre irá a su
encuentro. Recluido durante semanas por culpa de este virus sin corona, hay momentos en que le es suficiente con cerrar
los ojos para verse libre y frenado por el viento de frente; ese que, como la
carcajada, te hace llorar de felicidad. Él sabe que es demasiado embriagador
todo lo que le espera. No le habléis de otra cosa. No os entendería.
Miguel
MORENO GONZÁLEZ
Cerrar los ojos, sentir el aire, la lluvia y el sol en nuestra cara. La libertad. Gracias Miguel por infundirnos fuerza y esperanza!
ResponderEliminarMiguel, muchas gracias, por tu escrito y foto, que arman, con infinita realidad y firmeza, el sentir humanista de las personas, que practicamos ciclismo, pidamos al Señor que sane a nuestro querido amigo y compañero de, sudores y fatigas Carlos Grandon. Un recuerdo, para aquel otro gran amigo FernandoSordillo, que se nos fué y con el que tanto disfrutamos y reímos ¡Que gran foto!.
ResponderEliminarRemigio
Gracias Miguel, que buen relato, los ciclistas somos "buscadores de utopías que creíamos marchitas" buena reflexion para aplicar en estos momentos, un abrazo y mucha bici
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