RAFAEL DE PAULA Y
MORANTE DE LA PUEBLA
Rafael de Paula y Morante de la Puebla
Yo creo que el torero actual que le está echando más
valor y sinceridad a este tiempo incierto en los principios éticos, en el toreo
y en el virus sin corona es… ¡Morante de la Puebla! Se está mojando,
dando la cara y diciendo las cosas como las siente, inclusive a los de su
propio gremio; alejado -como los artistas auténticos- de lo político y
socialmente correcto. ¡Bravo Morante!
Si en estos tiempos de zozobra hubiera muchos Morantes, otro gallo cantaría al toreo y
a ExEspaña. No fui muy partidario de él. Sus excentricidades no me parecían
naturales, parecíame que le brotaban de algo preconcebido, no fruto de la
naturalidad del artista. Su toreo tenía pellizco intermitente pero no brillaba
hasta cegarte. Ese brillo del Paula ante el drama de la pena, de la soledad, del
desencanto… Me alegré cuando el de La Puebla compró el despacho de Joselito “El Gallo” en una subasta sevillana y se
lo llevó a su finca. Un día le vi sentado en la silla y apoyado en la mesa de
José y… no me gustó. Había algo por allí que no encajaba, que no arrebataba. Sin
arrebato no hay entusiasmo. Y sin entusiasmo no hay pasión…
Paula y Morante
En noviembre de 2006 Morante
convenció a Rafael de Paula para que le apoderara. Yo imaginé que esa relación sería
de corto recorrido. Dos espíritus semejantes acaban repeliéndose, como lo hacen
dos cargas eléctricas del mismo signo… Y así, tristemente, sucedió. No
obstante, en aquellos escasos siete meses que estuvieron juntos, Rafael adiestró
a José Antonio en la naturalidad: A tomar el capote mimándole con las yemas de
los dedos y a presentar la muleta de frente, sujetando del centro el
estoquillador con los dedos hacia abajo y el pulgar por encima del palo. Como
si acariciara con la palma de la mano el rostro de una dama.
Casi sin hablarle, sólo interpelándole con el silencioso
lenguaje de la inspiración (así se comunican los amigos de verdad), el maestro
le enseño a torear con sentimiento frente al mar. Y como Morante es listo,
rápido ahondó en ello. Sus verónicas comenzaron a ser más de aleteo que de
postura; incluso su andar se contagió del de Paula. Y sucedía que al rematar una
serie de naturales salía en trance, como cojeando, ahogado, roto… Se
desmadejaba, enamorado, en aquellos vaivenes trágicamente bellos. Eso empezó a
ocurrirle por influjo de Rafael. Morante rompió a torear con “duende”, con agónico compás; descubrió,
además, que la melancolía puede
producirla el fracaso, pero también la gloria… Tal transformación nadie la
glosó cuando para mí era de una evidencia meridiana. No supieron, o no pudieron
verlo, porque hay cosas que a simple vista no se ven.
Rafael de Paula y Miguel en chalet de Rafael en La Jara. Sanlucar.
Rafael de Paula, su maestro y el mío, me descubrió el
arte: “Te sientes ajeno a todo, instrumentas
los pases con musicalidad y poesía (aunque hay toros capaces de acabar con
cualquier poesía), pones el alma por encima de la inteligencia.” Una mañana
me dijo por teléfono desde Sanlúcar: “Siento,
Miguel, que usted sabe verme, que comprende mi toreo.” No lo sé, maestro, yo es
que únicamente siento emociones cuando le veo a usted torear -le respondí-. “¡Pues
eso!, usted y yo sentimos esto con arte. Yo sitúo el arte por delante de la
técnica.” Y se calló. Por él Morante empezó a brillar, a abandonarse, a torear desde la emoción
olvidándose del amaneramiento del principio. Morante ya es un torero y un
hombre sincero dentro y fuera del ruedo del alma. ¡Cómo el Paula! O eso pienso
yo…
Miguel MORENO GONZÁLEZ