Secretos de un cadalseño
A Ugenillo que vaga en lo más recóndito de los secretos de Cadalso
Era temprano, no más de las ocho de la mañana, aquel día de
invierno de los años ochenta, oía ruidos, risas, alegría, me levanté, y al
llegar a la cocina vi a unos hombres que
sentados fumaban y bebían vino de Cadalso, junto a ellos el fuego de leña calentaba
un puchero en el que antes habían introducido patatas “de las nuestras” y un
par de guindillas “de las nuestras” que siempre picaban a rabiar, solamente
esto y un poco de condimento necesitaban para su almuerzo. Eran unos siete u
ocho y entre ellos recuerdo que estaba “Ugenillo”.
Eugenio forma parte del secreto de Cadalso que todos
guardamos en lo más profundo de nuestro pensamiento, de nuestro ser. Los
secretos de Eugenio esparcidos por todos los rincones, están cargados de
inquietud y sigilo, son amaneceres de campo, tardes de ocio y noches de penuria
reforzada en el miedo.
Hubo otro tiempo en que los amaneceres cadalseños se
llenaban de luz para recibir los mensajes de la vida, la amistad de los amigos,
los momentos de alegría y las noches serenas y tranquilas. En realidad la vida
de Eugenio contiene muchas horas de polvoriento y sudado trabajo de campo, ese
que hoy casi nadie sabe agradecer, pero que acumula historias que yacen en la
penumbra y se diseminan en el tiempo, en otro tiempo y en el desorden que
suscita ese progresivo abandono al que a veces la vida y los vivientes nos
empujan irremediablemente.
Él es como un guardián invisible que habita los lugares más
recónditos, esos que provienen de las amenazas, el despego y las miradas, que
sólo él nota y que le susurran al oído frases que llegan de lejos pero siempre
hieren más que el silencio.
A la inquietud, el abandono y el miedo siempre se suma la soledad, que
instalada en la conciencia del olvido, sólo encuentra un vacío sin nadie y
donde todo se da por perdido
La soledad de Eugenio se percibe en esos abrazos que siempre
me regala cuando nos vemos, abrazos inquietos que callejean en el espacio
cerrado segregando el olor de las ausencias impuestas por el tiempo, el aroma
de ruina y dejadez que volatiliza lo que está dejando de existir.
Es difícil y cobarde mirar para otro lado, pero la
existencia nos ha hecho así, y así actuamos y pensamos ante el reducto del
olvido, mirando al basurero de la memoria, de lo cotidiano, como si estuviera
fuera de la vida, relegado a la indolencia de lo prohibido, cuando la
prohibición siempre radica en la vergüenza de la sociedad y de nuestras propias
tinieblas.
Los secretos de Eugenio tienen el futuro de la tragedia, de
la incomprensión, del miedo, de la
identidad, y mientras todo pasa, en el aire otoñal de estas fechas el aliento
de la desgracia de otros nos llega sólo de refilón, no va con nosotros, y esto
queramos o no va llenando de desolación el pueblo, nuestro pueblo, en cuyo
centro estamos nosotros, y claro que si, también Eugenio.
Zorro Corredero
Fotos: Archivo Fotográfico Pedro Alfonso
Nadie como tú ha sabido plasmar con tanta belleza la semblanza de los cadalseños. Hasta esas fotos que evocan un día precioso de sol veraniego que contrastan con esta noche helada de noviembre parecen representar el símil que haces en tu hermoso relato de Eugenio. La vida acaba siendo una derrota aceptada (para otros muchos es inaceptable) que asimilamos porque no nos queda otra. Pero estas letras son capaces de darle sentido a ese paso del tiempo, a veces duro e inmisericorde. La vida, también, está llena de milagros que tú sabes captar en Cadalso como nadie enseñándonos a respetarnos y ser comprensivos. Gracias por estas lecciones humanas.
ResponderEliminarUn relato cargado de sensibilidad que no hace más que intuir el amor que sientes por Cadalso y los cadaleños. Excelente.
ResponderEliminarInés
Muchas gracias por estos mensajes tan llenos de afecto.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pedro