Puente de la Cantina.
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Puente de la Cantina.
Arco iris
(Adaptado sobre un texto del matador estadounidense Robert Ryan, a quien va dedicado desde Cadalso…)
EL MATADOR SIN TOROS QUIERE TOREAR EN PAMPLONA Y CADALSO
Me llevó a una pieza soleada con dos armarios de
madera. “-En aquél tengo los vestidos azabaches, en éste los de
oro”. Acarició los alamares como Miguel “Carvajales”
acariciaba de adolescente a sus jilgueros y musitó: “-Están apagándose. Hace
mucho que no los visto.”
Hay un terno torero intermedio entre el de oro y
el de azabache. Es el que está adornado con luces pálidas y confusas que se
enfunda, como en un trance desconcertante, el matador que torea poco. El
vestido del coletudo sin toros pierde brillo por el desuso. Es un oro tapado
con un paño, un oro oculto, envejecido por las sombras del abandono. Guardado
en un armario se deforma con el tiempo y pierde apresto. Sin horma, sus
hombreras se caen y todo él adquiere un tacto de recuerdos cuasi olvidados. Es
por la falta de sol y de angustia, es por la añoranza de la felicidad de enfundárselo.
El matador sin contratos se considera a sí mismo
una figura indiscutible. Pero solo es un lidiador sin nombre y sin historia,
con el rostro desbaratado por esa melancolía que le hace ausentarse de todas
partes avergonzado. Despierta al alba con la triste certeza de que
se inicia otra jornada sin corrida, de que el día se irá para no volver. Mas,
cuando toma conciencia del momento -paseando por la calle Victoria-, comienza a
pensar en unas fechas futuras, fechas cercanas rodeadas de ilusiones y
promesas. Esas fechas son su mejor defensa. “–Si tengo suerte torearé en San
Fermín la de Miura y el 14 de septiembre puedo torear en Cadalso de los
Vidrios, la empresa anda pendiente de mí. Dependerá de cómo me vayan las cosas en Pamplona”. Esas utópicas
corridas son las que empujan de la cama al torero marginado, son las que pueden
devolverle todo. Tan sólo tiene que llegar a ellas fuerte, no vencido.
El lidiador sin lidia conoce muy bien los
pliegues secretos de los engaños, aquellos donde velan los duendes del toreo.
El espada que torea seguido tiene piernas, aliento y calma ante el cornúpeta,
pero difícilmente da vida a una muleta ante bufidos imaginarios… tiene
demasiado presente el toro. En cambio, el diestro sin toros, siempre con el
relente castellano y clareando la alborada, intenta hallarse en la madrileña Casa
de Campo donde el burel no existe. Torea de salón rodeado de pasto y a veces
inicia desanimado el rito de la búsqueda del animal. Desdobla las telas con
movimientos indolentes que no llegan a toreros: sin convicción, sin pulso, sin
temple, sin dar salida al bicho.
Después -poco a poco- el maestro se va
encontrando. Entre medios lances y mucha alma, el percal mismo le va centrando
meciéndole suave hacia formas clásicas. Su mirada se fija entonces en astas
imaginarias con el señuelo ya más vivo, mientras sus lances detienen el tiempo
y despiertan triunfos adormecidos. El capote se enrosca con soltura a su toreo
admirable, abierto el compás y embraguetado, hundido el mentón en el
pecho. Con la cintura rota acompaña el viaje y su mano izquierda acaricia la
salida del morlaco sintiéndose sobrecogido por la emoción. -“¡¡¡Soy como El
Paula!!!”, grita a la vida desatenta con él según sale de la media
cimbreando el cuerpo, arrastrando la capa y mirando desafiante al tendido.
Ningún torero se aproxima ni por asomo a la perfección y a la hondura de su
quite onírico. Ninguno sufre como él en soledad el pulso de su
tauromaquia. A ninguno le estalla el corazón inundado de toreo y ternura
como al torero sin toros. De su búsqueda incansable y de su propia derrota toma
una fuerza que no alcanza a definir como esperanza.
Entre los matadores arrinconados no existe la
envidia. Su desamparo les exige ensalzar las cualidades de otros espadas que
comparten el olvido. El mejor homenaje al compañero es embestirle. Crear una
pujanza alrededor de su engaño, vaciarse fingiéndose toro. Doblar el espinazo
resoplando y mandando mugidos al espacio. Humillar entre fatigas desamparadas
simulando acometidas ilusionadas. Todo son sueños: el toro, el toreo, el arte,
las ovaciones, la plaza… ¡Todo sueños!
El diestro que ha hecho de toro deja caer los
pitones al suelo. Se yergue mareado de tanto repetir embestidas sujetando con
las manos su columna vertebral. -“¡Ten, coge la muleta! -le
dice el matador torero-. El matador que ha hecho de toro toma parsimonioso la
muleta y el estoque sopesándolos. La vida endureció sus manos en el puerto de
Barcelona descargando contenedores que, extrañamente, al empuñar los trastos
parecen pequeñas y frágiles. El maestro que ahora hace de toro ha recogido los
pitones con la pala curva de cada asta apoyadas contra las palmas de sus manos.
Son suyos, como suyo, en los brazos estirados, es el cuello del morlaco. Y suyo
el instinto del burel reflejado en su mirada. Y suyo el volumen y el poder de
su primera arrancada.
Robert Ryan.
“¡Toro!” Entre imperativo e invocante llama al torero que ahora es toro: "¡Jeee, Toro!" Y recomienza el ensayo de faena que es como una bella inspiración de los artistas cadalseños: José Luis Alfonso, Antonio Fraguas “Forges”, Juan Cristóbal o Manuel Alcorlo. “-¡Qué bien estás toreando! ¡Estás sintiendo el toreo!” Le jalea el compañero y le llega tan dentro que le duele. Y torna a arrancarse entre derrotes y pezuñas escarbando. “–¡Estás toreando mejor que nunca!” Y se lo repite cuando se le consume ésta y tantas otras mañanas. Agotadas todas, rimadas con verónicas y con penas, medidas con cites que borra el desaliento, mientras siente como el polvo amargo del fracaso cubre su corazón y ahoga su garganta. “-¡Qué bien torea usted, maestro!” Y de nuevo sobresalta con su voz al artista cuando más entregado está a su arte sin toro. Cuando más conmovido transporta al olvido su hermoso toreo sin futuro. Se lo dice ahora, cuando ya empiezan a deslizarse mansamente por sus mejillas las lágrimas de su última emoción torera. Esa emoción que deja sin dueño y huérfanos sus sueños de gloria…
Miguel
MORENO GONZÁLEZ
Buenos días CADALSO
Granito y canteros de Cadalso.
En 1498 se comienza la construcción de la iglesia de Cadalso, su maestro fue Juan Campero, activo desde finales del siglo XV y mediados del XVI, cantero y maestro de obras de origen cántabro asentando en Castilla como otros muchos de esa época.
Se cree que su terminación fue en 1574 porque en ese año se instauró el Santísimo Sacramento, entes en 1565 ya se había terminado de construir la cantería del ábside de crucería en estilo gótico tardío del altar mayor donde se puede observar las letras APD y coronas del marquesado de Villena, así como jarras con azucenas renacentistas en los arcos. Construida con parte de la antigua muralla árabe abandonada por la política de desmantelamiento de fortalezas de los Reyes Católicos, tanto la piedra utilizada de la muralla como el resto de piedra, fue extraída de las canteras de Cadalso, lo que nos identifica como un pueblo de grandes canteros desde hace muchos siglos, cantería que hoy sigue activa, y todo gracias al buen granito que desde siempre ha existido en Cadalso. La iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, de estilo gótico renacentista, es una de las visitas que no te puedes perder en tu recorrido por Cadalso.
Zorro Corredero
Fotos: Archivo Fotográfico Pedro Alfonso
Unha.