Subía lentamente la calle San Antón
empujando su carrito de helados de madera y gritando: “¡Al rico helado!”. Pasaba todas las tardes sobre las cinco y todos
los chiquillos nos arremolinábamos unos a comprar, otros a mirar como
ceremoniosamente despachaba los helados con su maquinita manual alargándoselos
a los más pudientes. En aquellos pequeños intervalos nos hablaba y nos gastaba
bromas; le queríamos porque para nosotros y a pesar de su mayor edad era como
un amigo de correrías. De él me llamaba poderosamente la atención su sempiterna
fatiga y sus labios y dedos amoratados, alguien aclaró que ello era debido a
que padecía del corazón. Una tarde, como en los cuentos tristes, le echamos de
menos, comprobábamos que pasaba la hora y él no aparecía con su carrito y su
mandil blanco inmaculado; los niños nos mirábamos y hacíamos sonar las monedas
en nuestras manitas extrañados por su tardanza. Nos quedamos huérfanos de
helados aquella tarde y… de nuestro amigo. Jamás volvimos a verle y nuestra
calle lloró por el amigo fiel al que le dolía el corazón. “Abuela: ¿Qué pasa cuando duele el corazón?”
En aquella enciclopedia no hablaban de
niños yunteros; sí de generales y muy poquito, como si no quisieran que nos
enteráramos, de poetas como Miguel Hernández. El amigo mayor que nos hablaba de
los niños yunteros me descubrió a Miguel Hernández un atardecer de octubre,
mientras jugábamos sobre los "escobajos"
procedentes de los racimos de uva que nuestros paisanos recolectaban en la
Bodega Cooperativa. Supe entonces del porqué de los niños yunteros, de las nanas
de las cebollas, de elegía al
amigo del alma, de labradores "que
van dejando por el aire impreso un olor de herramientas y de manos…",
de cárceles, de tuberculosis, de adioses: "Adiós amigos, despedirme del sol y los trigales…"; de
libertad: "Por la libertad sangro,
lucho y pervivo…" Era republicano y poeta, añadió mi amigo. Quedó
callado y con la mirada perdida. A aquellas alturas la tarde se envolvía con
melancolía y vendimia y me revelaba a uno de mis más grandes mitos. Y es que
antes no teníamos virus sin corona, pero
teníamos estas cosas…
Mi abuela materna me tenía dicho que cuando
oyera las campanas que anunciaban la misa de las ocho de la tarde yo debía
estar en casa. Esa señal nos pillaba jugando con el carro de rodamientos
echando carreras por la explanada de las escuelas, al oír el tañido yo me
ausentaba mientras mis compañeros decían que aún era temprano, que no me
marchara, que esperara un rato más… Yo salía corriendo sin escucharles. Al
arribar a casa mi abuela me lavaba, y al llegar a los pies su cariño hacia mí
se deshacía en tiernas caricias, sólo comparables a cuando con la "liendrera" buscaba parásitos en mi
cabeza y amorosamente acariciaba las ondulaciones de mi pelo.
Al poco
aparecía mi padre por “La Ré” lleno
de polvo y cansancio. Su despertar se remontaba a las cuatro de la mañana de
aquel día. Toda una vida dedicada al trabajo para "sacarnos a todos adelante". Yo sigo queriendo a mi padre
incluso ahora que está muerto. Tengo la impresión de que en vida no supe
manifestarle ese cariño; es decir, le quería, pero no sabía encauzar de forma
adecuada ese sentimiento hacia él. Sin duda achaques de mi personalidad que
dejan en mí un poso, un resquemor, cuando pienso que posiblemente no estuve a
la altura de las circunstancias. Ahora puede ser tarde para rectificar. No sé… Casi
siempre llegué rezagado a casi todo.
Cuando realmente cambiaba nuestra vida era en las Fiestas, a mediados de septiembre, los ruidos de los cohetes nos anunciaban unos días diferentes y bonitos. Siempre me impresionó la procesión del Cristo del Humilladero. Aquel hombre tan grande clavado en una cruz y acompañado por todo el pueblo adornado con sus mejores galas, forma parte indisoluble de mí desde niño. Soy contradictorio y ateo, pero es algo mío porque también es de mi pueblo y cada año, puntualmente, asisto a esa procesión solo y perdido entre la gente y cada vez me cuesta más trabajo contener las lágrimas, al ver esos brazos tan grandes que hacen posible que por una vez todos los cadalseños estemos de acuerdo. Por la tarde la asistencia a los toros era obligada. A la salida marchábamos a casa de mis abuelos paternos, “Las Casetas”, donde toda la familia merendaba feliz y satisfecha encentando ese jamón largamente deseado, regado con vino moscatel especial.
Para los domingos y festivos teníamos una indumentaria diferente, algo con qué remedar a los niños ricos del pueblo, aunque solo fuera en el vestir externo… Ingenuamente pensaba que con eso ellos nos aceptarían en su grupo. Craso error infantil que nos hacia padecer sus bromas hirientes. Hay siempre una barrera invisible pero infranqueable, una barrera hipócrita que por turnos la adornan exteriormente buscando confundir a los que no son como ellos, una barrera que nos sitúa a cada cual en su sitio. Hay quien queda desairado queriendo ocupar en esa barrera un lugar que no es el suyo y que le hace no estar en ninguno. Mala cosa es esa… Yo aspiro, desconozco si lo consigo, a ser siempre fiel a mis humildes y dignísimos orígenes. Los míos, se lo merecen.
Me gustaba durante las noches invernales recorrer
las solitarias calles de Cadalso. En mi calle siempre hacía viento, un viento
que frenaba mi caminar pero no el ensueño en el que iba absorto. De cuando en
vez pasaba alguien deprisa como sostenido en el viento y acompañado por los
ladridos quejumbrosos de los perros. Y es que mi calle finalizaba en el campo,
cerca de la casa de Ricarda, en “La
Torrecilla”, más allá no había nada, solo soledad y cierto temor ante la
oscuridad no exenta de atracción por lo desconocido que se me antojaba sugestivo.
Cosas de niños… En todos esos lugares transcurría mi vida, sigue transcurriendo
aún fluida y apasionadamente, como si cada día me reservara una nueva aventura
que añoro cuando le abandono y que recupero al regresar. Estoy seguro que nunca
estoy ausente. Mi espíritu vaga siempre sostenido con ese viento, con esa
ilusión, con ese horizonte que delimita mi pueblo.
Esta tierra me parió y me engendró todo su
amor…
Miguel MORENO GONZÁLEZ
Fotos: Archivo Fotográfico Pedro Alfonso
Buenisimo el escrito y las fotos. Haceis un buen equipo. Gracias
ResponderEliminarCarmen.
Pedro en la foto de la izquierda siempre me queda la duda, no se ve la cara pero la pose y el aspecto me recuerda a mi madre, o a su prima la filo, a ver si la lola nos dice algo
ResponderEliminarPilar Lopez Navarro
Que recuerdos más bonitos
ResponderEliminarLucia Lop
Muchas gracias por vuestros mensajes. La persona de la foto no la recuerdo, hace muchos años. Puede ser la mujer de Barrena, me parece recordar que era ella, pero no sé si vivía en San Antón o es que pasaba por allí.
ResponderEliminarLa tía malbea y fagoto
ResponderEliminarCarmen Frontelo Morales
También me acuerdo del castillo del helao nunca los probe del tío zoilo me acuerdo de poesías de la enciclopedia dela leche en polvo del trozo de queso que nos daban en el recreo
ResponderEliminarCarmen Frontelo Morales
Pili ni es tu madre ni la tía Filo pasaría por San Anton por más que la pongo grande no la saco ami también me pareció la tía Paulina la trana pero no es ya lo averiguaremos
ResponderEliminarDolores Saez Canoyra
Creo que es la tía María. Me recuerda a ella..gran amiga y vecina de mi abuela..
ResponderEliminarEstela Lopez Cordero
Gracias Miguel por este precioso regalo!!!!!!😘😘😘😘
ResponderEliminarMaria Antonia Hernández
Me encanta este escritito de la calle San Antón.tu haces qué me ponga detrás del carrito del tío Zoilo y suba calle arriba saludando a todas las Sanantoneras .Mientras se agrupan para comprar su helado. Miguel eres un genio!!!!según leo tu escrito siento que la calle está más viva que nunca, con sus gentes,con las voces de los muchachos y del tío Zoilo tendiéndoles la mano ya cansada con el cambio de la monedita.
ResponderEliminarMaria Antonia Hernández
Me gusta mucho lo que escribes Miguel y lo bien que queda con las fotos de Pedro. Leer y mirar y enterarte de todo. Grandes cadalseños sois los dos.
ResponderEliminarMariano.
Me ha encantado. Mi bisabuelo y mi abuela vivieron en San Antón. Es mi calle preferida. Parece que guarda la esencia del pueblo y sus habitantes. Gracias por tu escrito ha sido un placer.
ResponderEliminarCristina García Izquierdo
Un placer leer algo tan bello. ��������Un abrazo.
ResponderEliminarLuis C.
Muy bueno el escrito. En todos los pueblos fue igual, en el mio sin los helados. De lo de tu padre en aquella época, esos hombres rudos y duros "mi padre era igual" no esperaban más, les valía con tenernos a todos.
ResponderEliminarJ. Carretero
Que recuerdos
ResponderEliminarRosa Merchan
Preciosa descripción y precioso relato, yo también me acuerdo del tío Zoilo y de sus helados, hay cosas k aunque vivas 100 años no se te pueden olvidar, muy bonito el relato y las fotografías aunque no conozco a nadie.
ResponderEliminarEnhorabuena a los dos
Maria Agustina Arribas Gómez
"Hay siempre una barrera invisible pero infranqueable, una barrera hipócrita que por turnos la adornan exteriormente buscando confundir a los que no son como ellos, una barrera que nos sitúa a cada cual en su sitio" Me parece una descripción magistral. Tremendamente acertada y más ahora en los tiempos difíciles que estamos viviendo. En los que cada vez la sociedad está más resquebrajada.En los que hay muchas personas que se ven afectados por la falta de empleo y las consecuencias que acarrea. Espero y deseo que no se creen más barreras visibles o invisibles que nos dividan.
ResponderEliminarGracias maestro!!
Preciosos ,entrañables y algunas melancólicas historias , leyéndolas , me he sentido transportado a aquel ambiente y aquella época con la sensación de haberlas vivido .
ResponderEliminarManuel Olarte Olarte
Precioso Miguel.....el de los helados era el tio Zoilo....mi abuela Gregoria que vivía en la calle Santa Ana... ahora calle del Coso...muchas veces me compraba un helado de él. Qué recuerdos... Enhorabuena artista.
ResponderEliminarJosé A. Álvarez
Sin palabras, sólo los mismos o muy parecidos recuerdos, por aquellos años. Y para mi siempre me emociona leerlos y vivir los, en palabras de Miguel , pasan como la película de nuestra infancia tan parecida , por no decir idéntica, y siempre abrazada por nuestro Cristo del humillado, por eso la nostalgia recorren todas esas calles que ves como la tía Luisa , su abuela , la fe donde tantos caramelos compraba, Paco, con sus helados, y tantas personas pasan por mi mente que hoy junto a los míos, nos esperan en el cadalso de arriba, y que cada vez no se si serán los años, los a noras tanto, son Miguel parte de nuestra vida, y eso no se puede olvidar,
ResponderEliminarMaria Rosario Caballero Lopez
La foto del borrico me parece la tía malbea y fagoto
ResponderEliminarCarmen Frontelo Morales
Los recuerdos de un pasado nos permiten sentir que nuestra identidad es bella y valiosa y que valió la pena.
ResponderEliminarIsabel
En esa calle vivian dos tios de mi amado esposo y, hemos ido muchas veces de visita.
ResponderEliminarMaria Eugenia Blazquez
Precioso y muy emotivo,me ha encantado leerlo y me ha transportado al pueblo que aunque no es mio por nacimiento ya lo siento como tal,gracias a mi compañero de vida que lo ama tanto,alli me siento como en casa cuando puedo visitarlo,deseando volver,gracias por tan buenos momentos que he pasado alli.
ResponderEliminarGracias a todos por vuestros encantadores comentarios. Y a Pedro, porque sin esas fotos tan sabiamente situadas, el escritito no sería el mismo. Yo espero el escritito del jueves con gran ilusión. Sé que Pedro lo hará ser diferente, nuevo, con su cuidadoso tacto al colocarlo todo en su lugar preciso. Eso sólo lo consigue alguien con su fina sensibilidad de artista y amante cadalseño.
ResponderEliminarYa he dicho en otras ocasiones, que primero escribo para emocionarme yo y después para sobresaltar las emociones de los hipotéticos lectores. De esa forma seremos más en la emoción... Para mí es el sentimiento más bello que posee el ser humano. Ello me hace muy dichoso, me acuesto contento porque intuyo que la misión está cumplida. No hay más razón que esa. Muy agradecido a todos.
Emotivo relato, sobrepasa lo local para adentrarse en lo universal de los sentimientos.
ResponderEliminar¡Qué lecturas más preciosas! ¡¡¡Qué hondura, qué sentimiento!!!
ResponderEliminarEugenia
Mi abuela mi abuelo y mi tío Facundo
ResponderEliminarJose Maria Barderas Martin
que bonito Miguel yo tampoco me olvidaré nunca de San Antón ,media vida de la que llevo estuve viviendo allí y he querido mucho a todos los vecinos,muy humildes todos,gracias por recordarnos esa vivencia que me identifico al cien por cien
ResponderEliminarGabriel Lopez
Grandes recuerdos de tiempos pasados, lo que más me gusta y me llega es que siempre esos momentos tienen a las personas como protagonistas, muy difícil actualmente en esta sociedad tan consumista e individualista.
ResponderEliminarLuis M.
Miguel muy bonito relató me a trasportar cuando era casi una niña, q recuerdos del Tío Zoilo, Pedro con sus fotos y tu con esta narrativa tan bonitas hacéis vivir muchas muchas cosa y echar mucho de menos a los q tenemos en el Cadalso de Arriba, q los queremos, gracias,,❤️❤️💋💋
ResponderEliminarEulalia Alvarez Navarro
Viva san Antón
ResponderEliminarSi no me equivoco son los padres de Facundo, los abuelos del pintino y alguno de los hijos
ResponderEliminarMaria Rosario Caballero Lopez
Hay he nacido yo i me me criado
ResponderEliminarObdulia Cordero Santillan
Y yo he nacido hay me acuerdo cuando subían vendiendo churros
ResponderEliminarPilar Navarro
Gabi, alli también vivió unos años tú tia Angela la madre de mi amado esposo.
ResponderEliminarMaria Eugenia Blazquez