La calle Real está desierta, son casi las tres, y como me
suele pasar siempre voy tarde a comer. En mi rápido caminar escucho una voz que
me llama, es la voz de un amigo que una vez más me invita a pasar a compartir
la comida y a charlar de nuestras cosas, esas que ocurren a nuestro alrededor y
que para casi nadie tienen importancia, pero que la mayoría de las veces son
fuente de información de lo que ocurre en el día a día de Cadalso.
No pensaba pasar, pero al final paso, me integro y recibo el
calor de la estufa que cargada de leña de encina desprende un agradable calor,
creando un ambiente de gran confort y
difícil de despreciar.
Vamos, cómete un plato de arroz, nosotros ya hemos comido,
como siempre vas tarde nunca llegas al principio….es igual contesto, aquí queda
todavía bastante arroz, así que tranquilos que tengo de sobra.
Me siento a la mesa y enseguida me ponen un vino, un caldo
de Cadalso que siente bien en boca y que desprende ese olor a tinto de garnacha
tan fácil de asociar a nuestras uvas y a Cadalso. Te gusta? A que está bueno…este
le he hecho yo, es de este año, me dice Benito, pero Daniel con la cabeza
afirma que no puede ser, está muy fuerte y parece “añejao”. Mientras ellos
discuten del año, cosa que me da igual, yo me como mi plato de arroz con
níscalos y conejo de campo, que este no es de corral que los mata mi nieto dice
Daniel, parando de discutir sobre el vino y mientras Víctor observa sorprendido
la amena y amigable discusión sobre la añada del caldo de garnacha.
Al final, pruebo tres vinos diferentes de sabor, olor y
color, los tres de garnacha pero diferentes y no me atrevo a decir cual me
gusta más, mejor dejarlo así.
No tardo muchos minutos en hacer buen recaudo del arroz, de
saborear los vinos y de comprender una vez más que lo sencillo es lo que te
llena, que los amigos siempre están dispuestos a compartir, que la vida está
plagada de buenos momentos que pueden suceder en cualquier lugar y que para mí éste
de hoy ha sido uno de ellos.
Cuando me voy, Daniel se mete en la cocina, dice que a
fregar, será verdad, aunque hay alguno que no se lo cree, pero lo que si me creo y puedo afirmar porque lo percibo es que aquí hay amistad de la buena, que los brindis son auténticos y que sentirte bien y querido es uno de los mejores placeres que hoy en día te pueden suceder. Unos minutos más tarde volví a comer, esta vez guisantes con cordero, pero esto ya fue en otro lugar y con otra gente.
Zorro Corredero
Fotos: Archivo Fotográfico Pedro Alfonso
Esto que has descrito aquí es uno de esos momentos que la vida te ofrece y que si no fuera por esta entrada en tu blog, posiblemente se olvidaría del recuerdo, pero que queda impreso en ese cachito de "disco duro" donde se almacenan las vivencias. Creo que la felicidad no es un estado permanente, es algo que se elabora con pequeños trocitos, con vivencias que parecen cotidianas, con pequeños detalles.
ResponderEliminarGracias por transmitirnos un momento de paz y felicidad, algo que deseamos mucho por estas fiestas navideñas.
Javier.
ResponderEliminarAmigo Javier, los momentos humildes, esos que se obran sin engaño vienen muchas veces cargados de tradiciones orales que al pasar de los años son la mejor forma de testificar la historia de un pueblo.
No es la comida, ni el vino, ni la casa, ni el momento, es todo eso que te va llenando poco a poco de leyendas que a través de los tiempos se han ido viviendo. Este es el verdadero conocimiento de todo lo que no está escrito pero que al final es el testimonio que perpetúa nuestras costumbres y nuestra formación como personas. La próxima prometo invitarte para que tú también formes parte de la leyenda de este pueblo que desde hace años elegiste como tuyo.
Un abrazo
Pedro
Talita Villamar Marin
ResponderEliminarQue buenos recuerdo de Cadalso de los Vidrios nunca en mi vida me olvidaré y su gente muy buena y agradable
ResponderEliminarRuqela Tuyes
se ve la casa dónde nacio mi marido!!!
Ayer a las 0:00
EL FURTIVO DE LA ENJALMA
ResponderEliminarLa luz que daba la luna
era su faro y su guía,
y afinar la puntería
en la noche fría y bruna.
Bajo ramas de un enebro
los conejos acudían,
y a él sus manos le ardían
y al miedo le hacía un quiebro.
El disparo amortiguaba
en la noche sepulcral,
el deslizar musical
del arroyo en que regaba.
Huertos de los Cerdigones,
linderos del Encinar
de la Parra y, al cruzar,
a conejos perdigones.
Con la llegada del alba
a la caza daba fin,
y le ponía el confín
la boina sobre su calva.
La enjalma desjarretaba
compartiendo bien la paja,
y a los conejos encaja
de aparejo que ahuecaba.
En cruce del Panigebre
le paraba la pareja
de guardias de hirsuta ceja,
buscando conejo o liebre.
Les burló en los duros años
de la terrible posguerra,
con la enjalma en la que encierra
del furtivo desengaños.
Saturnino Caraballo Díaz
El Poeta Corucho