lunes, 23 de junio de 2014

Atardecer en Costa Ballena. Rota ( Cádiz )


                                               Luces del océano 





Era una tarde de verano, de esas que el calor asfixia y necesitas moverte de vez en cuando para tomar algo frío que te refresque. Hacía tiempo que la playa había quedado desierta, que las gentes se habían marchado a sus lugares de residencia y que la noche parecía inminente. El océano estaba tranquilo, mientras en el horizonte el sol sucumbía tras un largo día estival, las gaviotas jugaban y realizaban vuelos suicidas para aterrizar en la arena de una playa ahora silenciosa






Hacia tiempo que había llegado al hotel, miré por la amplia terraza que me deparaba diariamente espectaculares atardeceres y grandiosos amaneceres, el sol cada vez más bajo no tardaría mucho en ocultarse, y así sin pensarlo, cogí la cámara y me lancé a la arena del Atlántico para plasmar lo que allí estaba ocurriendo. Los atardeceres nunca son iguales, cada día es diferente, cada momento viene cargado de distintos colores que le dan al paisaje una amalgama de tonalidades irrepetibles, hoy me parece haber notado algo espectacular en ese sol que muere y en esas palmeras que parecen sombras entre el cielo y el agua, en esa vegetación que filtra los últimos rayos de sol, en esas aguas que el sol, las luces y el momento han teñido de color.





Con frecuencia las luces juegan con las palmeras y la vegetación que divide el océano de la tierra, del paseo donde las gentes han sabido modificar para su propio beneficio el paisaje y la forma primitiva del lugar. No sabía la hora, tampoco me importaba mucho, sólo llegar antes de la puesta del sol era mi objetivo. Del mar manaba un olor que me hacía flotar, como si el agua me rodeara y el suelo quedara sumergido a mis pies, bajo la bonanza de la ahora fresca atmósfera. 





Esta visión de mar, agua, cielo y tierra me tenían ensimismado cuando abandoné el camino empedrado que llevaba a la playa y tomé la senda que desde aquí arrancaba para morir en el agua, en ese lugar donde nace el océano y que siempre nos hace detenernos, mirar y suspirar inquietos, no sólo por el escalofrío que nos provoca la humedad, también por la grandiosidad de la masa en movimiento que nuestros sentidos a través de la imagen, del ruido y del olor a mar perciben.





Pasó el tiempo, los segundos dieron paso a los minutos y la tarde se me fue entre algodones camino de otros mundos y otros habitantes. En el ambiente seguía flotando el aroma del océano, pero los colores ya casi habían desaparecido y la noche comenzaba a caer sobre este espació del Atlántico. Cuando tomé conciencia del tiempo decidí regresar y volver a la vida fácil, al calor del hogar y de mi gente, al lugar que nos da confianza y seguridad, al sitio desde el cual veíamos el océano como algo lejano, sin peligro y lleno siempre de misterio. Mañana regresaríamos a la playa, a sentir la arena en nuestros pies, a jugar con el agua salada, a sentirnos vivos y a disfrutar del océano calmado y atrayente. 





Las fotos son sólo momentos vividos que quedan plasmados para siempre, son espacios de tiempo de hemos hecho nuestros y que siempre nos acompañaran a lo largo de nuestra vida, consiguiendo hacernos revivir ocasiones e instantes que un día nos proporcionaron felicidad.







 Zorro Corredero
 Fotos: Archivo Fotográfico Pedro Alfonso

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