jueves, 4 de julio de 2024

EL MATADOR SIN TOROS QUIERE TOREAR EN PAMPLONA Y CADALSO, por Miguel Moreno.

 (Adaptado sobre un texto del matador estadounidense Robert Ryan, a quien va dedicado desde Cadalso…)

EL MATADOR SIN TOROS QUIERE TOREAR EN PAMPLONA Y CADALSO

Robert Ryan, torero.

Me llevó a una pieza soleada con dos armarios de madera. “-En aquél tengo los vestidos azabaches, en éste los de oro”. Acarició los alamares como Miguel “Carvajales” acariciaba de adolescente a sus jilgueros y musitó: “-Están apagándose. Hace mucho que no los visto.” 

Hay un terno torero intermedio entre el de oro y el de azabache. Es el que está adornado con luces pálidas y confusas que se enfunda, como en un trance desconcertante, el matador que torea poco. El vestido del coletudo sin toros pierde brillo por el desuso. Es un oro tapado con un paño, un oro oculto, envejecido por las sombras del abandono. Guardado en un armario se deforma con el tiempo y pierde apresto. Sin horma, sus hombreras se caen y todo él adquiere un tacto de recuerdos cuasi olvidados. Es por la falta de sol y de angustia, es por la añoranza de la felicidad de enfundárselo.

Viejo vestido de torear.

El matador sin contratos se considera a sí mismo una figura indiscutible. Pero solo es un lidiador sin nombre y sin historia, con el rostro desbaratado por esa melancolía que le hace ausentarse de todas partes avergonzado. Despierta al alba con la  triste certeza de que se inicia otra jornada sin corrida, de que el día se irá para no volver. Mas, cuando toma conciencia del momento -paseando por la calle Victoria-, comienza a pensar en unas fechas futuras, fechas cercanas rodeadas de ilusiones y promesas. Esas fechas son su mejor defensa. “–Si tengo suerte torearé en San Fermín la de Miura y el 14 de septiembre puedo torear en Cadalso de los Vidrios, la empresa anda pendiente de mí. Dependerá de cómo me vayan las cosas en Pamplona”. Esas utópicas corridas son las que empujan de la cama al torero marginado, son las que pueden devolverle todo. Tan sólo tiene que llegar a ellas fuerte, no vencido.

Observando el entrenamiento de los niños toreros.

El lidiador sin lidia conoce muy bien los pliegues secretos de los engaños, aquellos donde velan los duendes del toreo. El espada que torea seguido tiene piernas, aliento y calma ante el cornúpeta, pero difícilmente da vida a una muleta ante bufidos imaginarios… tiene demasiado presente el toro. En cambio, el diestro sin toros, siempre con el relente castellano y clareando la alborada, intenta hallarse en la madrileña Casa de Campo donde el burel no existe. Torea de salón rodeado de pasto y a veces inicia desanimado el rito de la búsqueda del animal. Desdobla las telas con movimientos indolentes que no llegan a toreros: sin convicción, sin pulso, sin temple, sin dar salida al bicho.

Después -poco a poco- el maestro se va encontrando. Entre medios lances y mucha alma, el percal mismo le va centrando meciéndole suave hacia formas clásicas. Su mirada se fija entonces en astas imaginarias con el señuelo ya más vivo, mientras sus lances detienen el tiempo y despiertan triunfos adormecidos. El capote se enrosca con soltura a su toreo admirable, abierto el compás y embraguetado, hundido el mentón en el pecho. Con la cintura rota acompaña el viaje y su mano izquierda acaricia la salida del morlaco sintiéndose sobrecogido por la emoción. -“¡¡¡Soy como El Paula!!!”, grita a la vida desatenta con él según sale de la media cimbreando el cuerpo, arrastrando la capa y mirando desafiante al tendido. Ningún torero se aproxima ni por asomo a la perfección y a la hondura de su quite onírico. Ninguno sufre como él en soledad el pulso de su tauromaquia. A ninguno le estalla el corazón inundado de toreo y ternura como al torero sin toros. De su búsqueda incansable y de su propia derrota toma una fuerza que no alcanza a definir como esperanza.

Entrenando en Málaga.

Entre los matadores arrinconados no existe la envidia. Su desamparo les exige ensalzar las cualidades de otros espadas que comparten el olvido. El mejor homenaje al compañero es embestirle. Crear una pujanza alrededor de su engaño, vaciarse fingiéndose toro. Doblar el espinazo resoplando y mandando mugidos al espacio. Humillar entre fatigas desamparadas simulando acometidas ilusionadas. Todo son sueños: el toro, el toreo, el arte, las ovaciones, la plaza… ¡Todo sueños!

Jóvenes toreros entrenándose en Málaga.

El diestro que ha hecho de toro deja caer los pitones al suelo. Se yergue mareado de tanto repetir embestidas sujetando con las manos su columna vertebral. -“¡Ten, coge la muleta! -le dice el matador torero-. El matador que ha hecho de toro toma parsimonioso la muleta y el estoque sopesándolos. La vida endureció sus manos en el puerto de Barcelona descargando contenedores que, extrañamente, al empuñar los trastos parecen pequeñas y frágiles. El maestro que ahora hace de toro ha recogido los pitones con la pala curva de cada asta apoyadas contra las palmas de sus manos. Son suyos, como suyo, en los brazos estirados, es el cuello del morlaco. Y suyo el instinto del burel reflejado en su mirada. Y suyo el volumen y el poder de su primera arrancada.


Robert Ryan.

“¡Toro!” Entre imperativo e invocante llama al torero que ahora es toro: "¡Jeee, Toro!" Y recomienza el ensayo de faena que es como una bella inspiración de los artistas cadalseños: José Luis Alfonso, Antonio Fraguas “Forges”, Juan Cristóbal o Manuel Alcorlo. “-¡Qué bien estás toreando! ¡Estás sintiendo el toreo!” Le jalea el compañero y le llega tan dentro que le duele. Y torna a arrancarse entre derrotes y pezuñas escarbando. “–¡Estás toreando mejor que nunca!”  Y se lo repite cuando se le consume ésta y tantas otras mañanas. Agotadas todas, rimadas con verónicas y con penas, medidas con cites que borra el desaliento, mientras siente como el polvo amargo del fracaso cubre su corazón y ahoga su garganta. “-¡Qué bien torea usted, maestro!”  Y de nuevo sobresalta con su voz al artista cuando más entregado está a su arte sin toro. Cuando más conmovido transporta al olvido su hermoso toreo sin futuro. Se lo dice ahora, cuando ya empiezan a deslizarse mansamente por sus mejillas las lágrimas de su última emoción torera. Esa emoción que deja sin dueño y huérfanos sus sueños de gloria…



                                                                  Miguel MORENO GONZÁLEZ

 

9 comentarios:

  1. Una historia digna. Elena

    ResponderEliminar
  2. Cada día toreas mejor Miguel. Un abrazo. Fco. Gabriel

    ResponderEliminar
  3. Al leerlo se observa que su autor te trasmite sus sentimientos sus anhelos y casi sus vivencias en ese Arte inigualable porque al desarrollarlo se pone en juego la vida
    Qué profesión tan bella y tan dura. Gracias. Mañana voy a San Lorenzo de El Escorial a pasar los meses de verano. Veré en TV. los Encierros como hacia junto a mi esposo. Que diferencia! Buen verano.
    Julia

    ResponderEliminar
  4. Parece la historia de abuelo que nos queria llevar a prao cerreo

    ResponderEliminar
  5. A torear y luego nos dejaba tirados

    Jesús López Moreno ha

    ResponderEliminar
  6. Como llegan tus escritos Miguel

    ResponderEliminar
  7. Gracias.He tratado mucho con R.Ryan.
    Y por eso me ha emocionado tu gran trabajo.
    Jorge Laverón

    ResponderEliminar
  8. VED LA MONTERA EN EL SUELO

    Ved la montera en el suelo
    en el centro de la plaza,
    ved como al burel enlaza
    mas nunca remontó el vuelo.
    Nos brindó mirando al cielo,
    y con las manos cogerle,
    y a una deidad ofrecerle
    con sus alamares de oro,
    mas nunca le pudo al toro
    y el garapullo acogerle.

    ResponderEliminar
  9. Cuántos aficionados, al leer tus escritos, sentirán envidia por no poder penetrar en el sentir del toreo como lo haces tú.
    Un placer leer tan bellos renglones.
    Un abrazo, Maestro.
    Luis C. Trijueque

    ResponderEliminar