(Nadie es más solitario que aquél que nunca ha recibido una carta. -Elías Canetti-)
CARTAS QUE NO VOLVERÁN
La carta manuscrita se escribe en
presente, va dirigida al futuro y se lee en pasado. La carta escrita a
bolígrafo que nos encontrábamos en el buzón era algo maravilloso. Siempre lo
fue, pero ahora que ya casi nadie las escribe lo son mucho más. Las cartas narradas
con boli valen más que las otras. Guardo
varias de ellas que nos escribieron a Argelia. La mayoría no conservan los
sellos. Se los regalaba a un argelino que tenía una colección de todo el mundo,
los repetidos los cambiaba con otros coleccionistas (s’il vous plait, monsieur,
n’oubliez pas de conserver les timbres de ses lettres). Vuelvo a leerlas
alguna que otra vez. Todas son cariñosísimas, deseándonos lo mejor mientras nos
ponían al día de lo que ocurría en nuestra tierra ausente… Familia, amigos,
compañeros... se acordaban de nosotros y nos escribieron decenas de cartas.
Sobre todo a raíz del terrible terremoto de El-Asnam
(“Paloma: si se nos cae el bloque encima y
nos aplasta, nadie sabrá que somos de Cadalso, aunque salga en el periódico El
Moudjahid…”), también se acordaron con el problema del Frente Polisario en el Sahara y los primeros atentados de los
integristas islámicos. Aquellos mensajes cerrados en sobres con franjas blancas
y azules (La Muñana) nos emocionaban colmándonos
de esperanza y satisfacción.
Recuerdo pasajes de algunas de ellas. Mi
padre se las dictaba -en presencia de mi madre y de mi hermano José Luis- a mi
hermano Justo desde nuestra casa cadalseña de Las Sillas. Una de ellas escrita en el verano del 80, nos contaba
que hacía muchísimo calor: "Hace
tanto calor que según limpio las cunetas me encuentro pajarillos muertos de
sed..." Le encantaban los pájaros. Cuando me llevaba al campo y los escuchaba
cantar me decía gozoso el nombre de cada uno de ellos. Ahora que estamos en
primavera interpretan unas sinfonías sobrecogedoras que atan mi ánimo a la
ensoñación. En esos instantes, invariablemente, me viene a la mente su recuerdo
y maldigo no haber aprendido a identificar los trinos alados de mi existencia. Mis
suegros nos daban muchos ánimos en sus cartas y anunciaban en algunas de ellas
que nos mandaban un paquete aparte con conservas (allí no había casi de nada).
Nos adjuntaban revistas (también están desapareciendo en papel) como Aplausos para mí y Hola para Paloma, que leíamos vorazmente al llegar a casa. Entre
las hojas de Hola, la madre de Paloma
introducía una misiva para que se alegrara al encontrarla. Siempre la exhortaba
a que mantuviera la calma, que no desfalleciera, que fuera paciente y
permaneciéramos muy unidos, que pronto volveríamos a España con nuestro hijo,
Miguel. Yo sabía que las leía porque lloraba en silencio…
Una mañana soleada y otoñal del 82, llegó
al Consulado un empresario español que servidor conocía de haberle ayudado a
solucionar un problema con la Administración argelina, un papeleo burocrático
sin importancia. La primera vez que nos visitó pensé: “Qué cara de buena persona tiene…” Aquel hombre atesoraba un semblante
apacible, sonrisa y expresión dulces y sinceros, irradiaba una sencillez conmovedora.
Poseía innata educación hablando y comportándose, además su elegancia y clase
vistiendo eran ejemplares. Aquella mañana me alargó un sobre de tamaño medio y
me dijo: “Toma, es para ti…” Coincidió
que no había mucha concurrencia en la sala consular. Gratamente sorprendido lo
abrí y vi que incluía un walkman rojo
-de aquellos primeros que salieron- y una cinta de casete de Patxi Andión, “Amor Primero”. Lo acompañaba un texto
en forma de misiva que decía algo así: “Miguel,
gracias por tu ayuda. Sé que hace poco murió tu padre y que tu cantautor
favorito es Patxi Andión. Disfruta escuchando a tu cantante mientras recuerdas
a tu padre…” Después de aquella mañana jamás volví a verlo. No recuerdo su
nombre. Era un ser humano fascinante, singular, dejaba tras de sí una estela de
admiración mágica. Fui un privilegiado encontrándome con alguien como él. En
realidad, si no hubiera sido por su regalo, creería que fue producto de mi
imaginación o de un sueño. Le recuerdo cuando contemplo la película “Qué bello es vivir”. ¿Dónde estará…?
Barthelemy Aznar era un alicantino nacido
en Argel. Nos solicitó por escrito su acta de nacimiento para casarse. No apareció
el documento en el Consulado y lo demandamos al Registro Civil argelino que
contestó que tampoco le constaba. Se lo explicamos por carta y al recibirla nos
llamó por teléfono consternado. Atendí su llamada y le di una posible solución
que no garantizaba que apareciera su acta. Llegados a Madrid en las Navidades
del 83-84, mis suegros me entregaron un paquete rectangular. Al abrirlo, observamos
que contenía dulces navideños. La carta que adjuntaba Barthelemy mezclaba el
español y el francés con naturalidad. Poema tierno, agradecido y encantador que
hablaba de valores humanos. Concluía: “Si
pasa por Alicante, no dude en ponerse en contacto conmigo. Estoy en deuda con
usted y el Servicio Exterior español…” Durante ocho años estuvimos yendo
tres veces al año a Alicante. Pero no intenté localizarle. Pensé que el
recuerdo de nuestra relación epistolar y telefónica sería siempre inolvidable, incluso
más gratificante que viéndonos en persona. Quizá me equivoqué con aquel
enamorado agradecido..
No olvido a Donino Alcañiz Arévalo, representante
en Argel del PSOE Histórico de Rodolfo Llopis. Vivía humildemente en el barrio
español de Bab-El-Oued y charlábamos de nuestra guerra incivil en sus visitas
al Consulado. Me pidió que hiciera un despacho, firmado por el embajador
Zulueta Dato, para que le reconocieran su grado de comandante del Ejército de
la República (copia del expediente se lo entregó a Alfonso Guerra en una de sus
visitas a Argel). No hubo suerte. Acabó harto, desilusionado y roto por la
negativa. Cuando fueron los Reyes a Argelia en 1983, Donino asistió junto a
otros muchos compatriotas a la recepción que ofrecieron a la colonia española
en la residencia de la Embajada de España. Se dirigió con educación al Rey Juan
Carlos: “Yo soy republicano y agradezco
lo que usted hace por la unión de todos los españoles” -¡con un par!-. Juan
Carlos acarició su hombro sonriendo. Llevaba Donino una corbata roja preciosa… Yo
admiraba a ese hombre digno que perdió todo defendiendo sus ideas que posteriormente
otros prostituyeron. Era el adalid de mis ideales de entonces. María Tajuelo
era una mujer jerezana de vitalidad extraordinaria con hablar alto y ronco. Le
hicimos un certificado para que le atendieran en el hospital Mohamed de sus dolencias después de que nos
avisaran sus vecinos. La encontramos inconsciente en su miserable apartamento
del mencionado barrio español. La única decoración que poseía clavado en los
ladrillos desnudos y húmedos de las paredes -por llamarlas de alguna forma-, era
un programa de toros de una actuación de Rafael de Paula en su plaza de Jerez
de la Frontera. Aquello me llenó de nostalgia, pena e indefensión. Con mi
hermano Nati guardábamos unos dinares argelinos en el Consulado que
dosificábamos para dárselos a aquellos españoles olvidados por todos: “Tomad e ir a compraros algo para comer…” Fueron
muriendo solos, con hambre de comprensión, tristes y desamparados. Acordándose
de esa España suya reflejada en sus miradas (Adiós mi España querida dentro de mi alma te llevo metida…) Podría
contar tantas cosas vividas allí…
Tuve mi primer amor con 19 años. Fue un
amor sustentado en las epístolas. Vivíamos separados por 600 kilómetros y las
cartas se convirtieron en las principales protagonistas de nuestro amor. Nos
escribíamos a diario (yo más a diario que ella). Cinco días tardaban entonces
en llegar nuestros amores escritos. Una eternidad que rumiar en noches
infinitas de duermevela. Ella escribía muy bien las cartas de amor y de la
vida. Perfectamente redactadas, sin faltas de ortografía, pulcramente puntuadas.
¡Un lujo! Traían el olor oculto de su perfume embriagador y -a veces- en el sobre
introducía un pétalo de rosa que yo solía poner de marca-páginas del libro que estuviera leyendo. Descifrándolas imaginaba
dónde se apoyaría para escribirlas, cómo cogería la estilográfica arrastrando
su mano sobre el papel, qué música escucharía y sobre qué paisaje dirigiría su
mirada para inspirarse en mí. Cartas bellas y misteriosas que al final no
siempre fueron gratas… Pero los recuerdos son sentimientos que forjamos a
nuestro antojo para que no nos causen dolor. Es nuestro mecanismo de defensa ante
la desolación.
Todo degenera. Ya ni siquiera sabemos escribir y mucho menos cartas que contengan los sentimientos que sienten los humanos hacia sus congéneres. Garabateadas en prosa y repletas de emociones ya no aparecen en los buzones. Rememoro que los tachones en el papel me hacían perder el tiempo intentando descifrar lo borrado. No entiendo hoy esa curiosidad mía por querer descifrar lo tachado… Una carta era capaz de colmarte de felicidad durante varios días. Estabas pendiente de la llegada del cartero. Ibas rápido a abrir el buzón para ver si resultabas agraciado con el premio gordo de una misiva que te transportara a la dimensión del éxtasis feliz. En el fondo, sabías que el papel de carta (recado de escribir) se puede conservar para siempre, he ahí la magia. El papel virtual -que prima en esta era informática- desaparece con suma facilidad. Ahora, al leer las viejas cartas que recibí, me invade un gran desasosiego. No sé cómo contestarlas. Quizá el remitente ya no viva en las mismas señas o, a lo mejor, partió a algún lugar lejano y desconocido del que no poseo la dirección. Perdidas las cartas, perdimos también algo hermoso de nuestras vidas que nos ayudaban a ser mejores personas. No existe nada más triste que una carta sin lector…
Miguel MORENO GONZÁLEZ
Gratos recuerdos.
ResponderEliminarSi se volviera a escribir, ¿Cómo interpretar ese lenguaje minimalista y de signos? (xq)
Un abrazo.
Manuel de la Pastora
Miguel somos un cúmulo de recuerdos yo me acuerdo de tus padre cuando vivieron en sananton por encima de las escuelas soy muy mayor y así son mis recuerdos gracias por tus narraciones nos ayudan a recordar aquello un abrazo paisano
ResponderEliminarCarmen Frontelo Morales
Buenos días Pedro que recuerdos pasa un día estupendo
ResponderEliminarAurora Ferrera Ruiz
"La carta manuscrita se escribe en presente, va dirigida al futuro y se lee en pasado" Bonita introducción, perfecto desarrollo y sublime conclusión. Tus escritos no dejan de ser cartas, y aunque no sean manuscritas, tampoco se leen en pasado. Pues como tú las has vuelto a recuperar, son eternas si se saben apreciar y conservar. Yo diría más bien, que lo podemos volver a releer en un futuro, para volver al pasado y vivirlo como si fuera el presente. Muchas gracias Miguel por volver a hacerme reflexionar y aprender mientras disfruto leyéndote. ¡Un abrazo!
ResponderEliminarFrancisco Gabriel
Bonita familia!! Usted señor, permitame, ha ganado con los años.
ResponderEliminarMaria Eugenia Del Castillo Alfonso
El escrito precioso e impecable, y del tema que te va a decir alguien que escribe un diario para seguir escribiendo a mano, eso sí con pluma, y mantener la caligrafía. La tecnología bienvenida, pero se ha llevado por delante algunas cosas que no debieran haber desaparecido. Buenas noches.
ResponderEliminarPepe Vázquez
Muchas gracias por vuestros comentarios y a Pedro, como siempre, mi agradecimiento por la acertada composición del escritito.
ResponderEliminarLa gente buena siempre será recordada...
ResponderEliminarTu blog ha sido mi compañero constante en mi búsqueda de autodescubrimiento. Conéctate con otros fanáticos del juego Aviator en nuestro blog.
ResponderEliminarGracias, Miguel, por tus escritos.
ResponderEliminarCierto es que ya el género epistolar ha dejado de ser costumbre. Qué buenos ratos hemos pasado ante el "recado de escribir" los que hemos vivido lejos de nuestros lugares de origen. El roce de la mano sobre el papel, la tinta de la pluma y la caligrafía propia de cada uno eran trozos de nosotros mismos que enviábamos al destinatario y que recibíamos de ellos. Ahora el papel se ha tornado en pantalla, la tinta en píxeles y la caligrafía en Arial o cualquier otro tipo de letra prediseñada, ¡qué pena!
Un abrazo, Maestro.
Luis C. Trijueque