Leyendo la Historia de la Tauromaquia del erudito Don
Fernando Claramunt López, médico y estudioso de la Tauromaquia, me encontré con
la magnífica biografía que hace del torero Bernardo Gaviño. Puede o no gustar
el toreo, pero desde luego este texto me parece exquisito, preñado de buena
literatura histórica taurina, romanticismo y poesía. Es un hermoso relato. Cada
vez que lo leo la emoción contrae mi pecho y extrae lo mejor de mí. Creo que merece
muy mucho la pena y albergo la indisimulada esperanza que le guste a todo aquel
que lo lea. Una lejana tarde calurosa de San Isidro, reconocí a Don Fernando y
me acerqué a darle la enhorabuena a la entrada del Patio de Arrastre. Le di la
mano muy respetuoso. “Detalles como el suyo y el de otros muchos, compensan el
inmenso trabajo que realicé hasta ver acabada la obra…”
BERNARDO GAVIÑO Y EL
LUCERO MUERTO
Bernardo Gaviño nació
en Puerto Real (Cádiz), el 20-08-1812, un buen día –muy bueno, de veras- tomó
un barco para La Habana “por motivos
íntimos”, según Cossío. A Don José Ortega y Gasset le gustaría haber dicho
algo sobre ese punto en el cual los motivos “íntimos”
se vuelven “ex-timos”, cuando los
amores de dentro se tornan amores de las afueras. En la voluminosa enciclopedia taurina no se
dice nada más de las razones –o sinrazones- de Bernardo para tomar el barco. Si
el motivo era una pasión, tanto da que el barco pusiera rumbo a La Habana o a
Montevideo, que en los dos sitios estuvo. Fernando Villalón, poeta y ganadero,
debería haberlo contado por su cuenta: “Mi
caballo es muy buen mozo; ir en jaca es ir a pie, que nadie llegó a La Habana
en un cascarón de nuez.”
Bernardo aprendió a torear en el matadero de Sevilla, no
lejos del río: “…seis toros en medio y mi
novia en la ventana ¡Puente de Triana, yo he visto un lucero muerto que se lo
llevaba el agua!” Ya sabemos, gracias a Villalón, por qué se fue Bernardo
Gaviño de Andalucia: se le había muerto un lucero y se lo llevaba el agua.
Cuando lamentábamos no comprender por qué acabó el viaje en México, resulta que
el propio Villalón nos lo descubre: “Yo
vi un nopal entre rosas y una zarza entre jazmines, y una encina que encerraba
el alma de los jardines.” ¡Qué bien! Ya está. Lo demás son velas blancas,
pañuelos de despedida, adioses a las salinas y a los garrochistas de la isla.
El Bernardo que nos importa es el que ahora vive feliz en México como el pez en
el agua, y nunca mejor dicho. Todos le quieren y él quiere a todos.
Se hallaba mozo y muy mimado del pueblo y de los
aristócratas. El Conde de la Cortina y los marqueses de Calderón de la Barca lo
hallan hermoso, listo y hábil, “con cierto aire pesado”. Era alto y fornido, su
tosquedad era más bien cosa de primera vista. Había que ver a Bernardo jugar a
prendas y bailar. Un andaluz bailador
injerto en mexicano de corazón. ¿Puede la vida ofrecer más? Al día siguiente en el ruedo era cosa de
asombro verle de azul y plata o de azul y oro, llevaba ese color metido en el
alma, color de su “Bahía de los Mitos”,
de Cádiz. A la marquesa de Calderón se le iban los ojos detrás de aquellos
adornos bordados sobre el raso brillante.
De azul se nos murió Bernardo, de azul con alamares negros, porque la
ocasión de morirse es tan solemne en México como en España, y eso que se murió
contento, estallando de alegría frente al toro en los últimos lances de capa. Un
astado de Ayala le cornea mortalmente en Texcoco el 31-01-1886, domingo. Muere
el 11 de febrero siguiente, a las nueve y media de la noche. Había salido a
torear acompañado de una cuadrilla no muy brillante. Menos lo era su fortuna por aquellos tiempos,
puesto que casi en la miseria vivía y aceptaba torear por 30 pesos, que es lo
que cobró a cambio de su vida. Pero le seguían queriendo. Todos respetaban la
nobleza de aquel anciano torero, sobrado de dignidad y afición, rondando los 75 años de edad. A Bernardo le alcanzó el toro por falta de agilidad, después de
haber rematado con arte y buen oficio un pase de muleta por alto. No pudo dar
un quiebro ni vaciar la embestida con el pase forzado de pecho. Sabía muy bien
las reglas, pero ya no era capaz de ejecutar las suertes que tantas veces había
enseñado a otros. Marchó por su pie a la enfermería, nombre que se aplicó a un
cuarto en que sólo existía una cama y un montón de heno. Buenos doctores
vinieron a curarle, pero la infección ya estaba en marcha y el torero, estaba
bien claro, había emprendido el viaje del delirio hacia la muerte. Gritaba a toros
invisibles y jaleaba suertes arriesgadas.
A su último toro lo había piropeado y jaleado por la casta y fiereza que
mostró durante la lidia. El toro correspondió al elogio con la cornada certera.
Bernardo tenía sed y bebía con agradecimiento el agua que le daban, pero volvía
a lo suyo, a su corrida. Nada más morir le cubrieron con un paño negro y le
pusieron coronas alrededor. Cirios no, porque no había dinero para comprarlos.
De todos modos, a manera de cruz tenía sobre el pecho la empuñadura de un
estoque que se dijo había pertenecido a “Pepe
Illo”. Todos los Toreros que se encontraban en México acompañaron a Gaviño
al cementerio.
En sus buenos tiempos había sido el ídolo de los públicos, respetado y
querido por las autoridades de su país
de adopción. Muchos fueron sus discípulos, el más destacado Ponciano Díaz.
Ponciano y otros toreros de la época contribuyeron a aliviar la situación de la
familia de Gaviño y ayudaron a perpetuar su memoria. Ya todo daba igual. Si no
le hubiera matado el toro seguro que habría muerto de melancolía, como Bécquer,
añorando aquel lucero muerto que se llevaba el agua…
Adaptado por Miguel
MORENO GONZÁLEZ sobre un texto de Fernando CLARAMUNT LÓPEZ
No había oído hablar de ese torero. Menos mal a la enciclopedia viviente que tenemos en ti.
ResponderEliminarA. Acuña
Una bonita historia... algo curioso por el viaje y lo que no entiendo bien es que pone que nació en agosto de 1835 y fallece en febrero de 1886, luego son 51 años y después pone que disfrutaban de él con cerca de 75 años, así que eso es lo que no me cuadra... 😎😎. Cuando veo tus "escritos", pienso que será algo curioso y dulce, bonito, emotivo..etc... por eso me he dado cuenta...
ResponderEliminarJosé A. Álvarez G. de Guzmán
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarBuena observación. Yo no me di cuenta. Ya sabes que muchas veces en las fechas se bailen números y provocan esos errores. Muchas gracias, José, por estar tan atento. Se ve que te lo lees entero y pones atención en la lectura. Agradecido por tus siempre cariñosos y acertados comentarios. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarA. Acuña: Gracias. Pero las enciclopedias son de otros... Yo, simplemente, las leo. O mejor, las leía. Tus comentarios son dignos de mi agradecimiento.
ResponderEliminarEstimado amigo José "Peque". He consultado otros textos y el error de las fechas viene dado porque Bernardo no nació en 1886, sino en 1812. El Zorro ha sido sensible a tu comentario, como no puede ser de otra forma, y lo ha corregido cabalmente. Gracias José, por leer los escrititos del Zorro con ese interés y cariño y no quedarte únicamente en la superficie. Es un grato honor tener un lector tan agudo y comprensivo y siempre tan fiel amigo de sus amigos. Gracias en nombre de Pedro y en el mío propio. Sigue conservando largos años tu eficaz comprensión lectora. Se nota que hiciste aquel bachillerato nuestro tan completo...
ResponderEliminarMerece la pena leerlo y, como es costumbre, aprender cosas desconocidas hasta ahora y a toreros de los que no había oído hablar. Cómo siempre gracias por un bonito escrito.
ResponderEliminarPepe Vázquez
Los toros no me gustan....
ResponderEliminarElena Rojas Mayor
Madre mía que foto más antigua
ResponderEliminarMaria Antonia Hernández