Ramón Gómez de la Serna y Cadalso
Por algún rincón de Internet yacía este bellísimo relato sobre Cadalso de los Vidrios del célebre y prolífico escritor Don Ramón Gómez de la Serna Puig. Celebérrimas son sus greguerías: Elementos básicos de este género eran el humor y el empleo del recurso literario de la metáfora. Pongo tres ejemplos de greguerías de Gómez de la Serna: “El bebé se saluda a sí mismo dando la mano a su pie”. “La gallina está cansada de denunciar en la comisaría que le roban sus huevos”. “El pez más difícil de pescar es el jabón dentro del agua”. Divulgó las vanguardias literarias europeas desde su tertulia en el café Pombo, en la calle Carretas madrileña. Dicha Tertulia fue inmortalizada en el cuadro de su amigo el pintor José Gutiérrez Solana. Bien, pues este gran escritor firmó este hermoso artículo en la revista madrileña Índice y que merece la pena leer completo para orgullo y satisfacción de todos los que queremos a nuestro pueblo.
Miguel MORENO GONZÁLEZ
UN
PUEBLO REAL: CADALSO DE LOS
VIDRIOS
La concepción del vidrio es muy española. Quizá no llegamos al cristal, que es algo menos sincero y más artificioso y artificial que el vidrio; pero nuestro puro sentido del vidrio es algo castizo y original.
En una exposición francesa pasó una vez que a un fabricante de vidrio le dieron un premio mediocre, pero un premio como fabricante de cristal, y el fabricante estaba desesperado, porque eso era que habían creído que su vidrio era cristal, aunque cristal regular, sin haberse dado cuenta el Jurado de que era vidrio y que, por lo tanto, merecía el primer premio de los premios al vidrio: el premio que le hubiera hecho feliz.
En el
vidrio, nuestra tierra llega a clasificaciones y matices estupendos, y se
podría decir que nacen las cosas de vidrio como las espigas de la tierra, es
decir, como un nuevo producto plástico de ella, como las calabazas más
fantásticas, como la sal en las salinas. Sin refinamiento, como flor original
de esta realidad española, con depuraciones místicas en su substancia, surge el
vidrio de nuestra tierra.
Yo he ido en mis excursiones hasta Cadalso de los Vidrios, donde está la fábrica más antigua que hubo de España y donde hay un bello palacio que parece ser del marqués de los Vidrios y de su hija la marquesita de los ojos de cristal. En ese pueblo toledano que se destaca sobre el paisaje de infierno de la serranía toledana, el paisaje, en que si no supiésemos algo de Geografía supondríamos el Sinaí, está esa primera fábrica modesta, disimulada, con su breve chimenea, con sus crisoles inverosímiles. Ahí se fabricaron los vidrios de toda España y, sobre todo, los «cristales de cuarterón», que cerraron al invierno todas las ventanas y balcones, a los que la espesa madera interior, en la que se abría por el día sólo un ventanal, convertía en ventanas. El invierno de la poca civilización, el invierno del mundo aún incomprendido, era más duro invierno que el nuestro, era un invierno crudo con crudeza de Edad Media.
De la tierra oscurecida yo la vi en invierno de aquel pueblo, al que oscurecían más sus olivares y sus casas un poco trogloditas, brotaba un fondo de contraste que hacía más ingrávido, transparente, delicado, metafórico el vidrio, que era la industria del pueblo, como por vocación divina, como por inspiración poética; porque si no, ¿cómo pudo ocurrir que en ese pueblo tan apartado y de tan difíciles caminos y en rinconada tan abrupta, surgiese la «gongórica» ilusión del vidrio, es decir, la idealidad de lo real, la transparencia simbólica y alquitarada con un fondo tosco y con opacidades de conceptuosidad terrena?
Pueblo maravilloso y como pueblo de poeta, ese pueblo sucio de calles abandonadas a la incuria y a la inclemencia del tiempo. Todo lo sombrío, todo lo abyecto que emporcaba sus calles, su separación del mundo por los barrancos más desesperados, daban más importancia a su fábrica exaltada y clarividente, a su palacio romántico y a las casitas, tan limpias en el fondo de su interior. ¡Qué gratas intimidades las de las casas de Cadalso de los Vidrios! En cada casa hay un vidrio antiguo, en el que resplandece algo así como la filtración y condensación del tiempo. Yo no sé qué tienen que ver esos vidrios con el tiempo; pero el tiempo se transparenta en ellos y se esconde en su cuévano como en su propio búcaro.
En la casa en que yo habité, y en la que por cierto no había cristales y si se quería ver la noche o la mañana había que abrir las maderas, había una bola de vidrio y un frutero antiguo, en que se reflejaba el día de Cadalso como en una unidad de tiempo que comprendía el pasado y el porvenir. La casa, diáfana a la par que un poco turbia y extrañamente cerrada en sí misma, que es una hora de todo tiempo, allí estaba en la jaula de aquella bola de vidrio, de tonos cambiantes y verdosos, como en su pecera ideal. Cada casa estaba alegre con su objeto de vidrio, y todo el cuidado de las manos estaba en conservarlo.
Vivían más del campo que de la fábrica, casi extinta y sentenciada al abandono por la competencia de otras fábricas más poderosas y más junto al ferrocarril; pero todos se miraban aún en los objetos de vidrio que les habían quedado.
La
mística idealidad de toda Castilla, y casi me atrevería a decir de toda España,
se me reveló en ese pueblecito, en el que resplandecían los vidrios y se
alegraban los ojos hechos a la tierra adusta, sequeriza y opaca, viendo brillar
la luz y lo que de tiempo y espacio se reúnen en la luz que entra en el vidrio
de los objetos del pasado.
En casa
de las cuatro hermanas, discretas, y que estaban suscritas a
—¡Figúrese
usted—me dijeron—que don Damián, el director de la fábrica, dice que desde hace
dos siglos no se fabrica nada de esto, ni se sabría fabricar con estos tonos
tan raros!
Entre las visitas que hice, fue la principal la del anciano director de la fábrica, el que la había dirigido los últimos días de su auge, cuando aún salían carros cristaleros para Madrid. El viejo director no había querido marcharse de su Cadalso de los Vidrios, aunque tenía dinero para irse a vivir a Madrid.
Los
momentos más felices de mi vida — me dijo — son cuando, paseando por la
carretera, se me acerca algún caminante y me pregunta: «¿Qué pueblo es este?» y
yo digo: «Cadalso de los Vidrios»; me congratula como nada...
Visité con el viejo director la fábrica y me llevó al rincón de judío que hay en toda fábrica, bodega o almacén. Allí me enseñó los objetos únicos de la colección, el vaso con color de mirada, la retorta con tono de fuego encendido, la botella de un color verde único.
—¡Qué
verde!—dije, sin poderme contener.
—¡Ah,
sí!... Ese verde es ya inencontrable... Aquí vino un restaurador de vidrieras
de catedral, que no encontraba por ningún lado ese verde... Ni con esmeraldas
disueltas se podría producir... ¡Para que después digan que la Naturaleza
prodiga todos los verdes!
—¿Y
cómo lo producen?
—Muy
sencillo: es una solera de verde casi agotada, con restos de otras cosas
verdes, hija de la primitiva cosecha; con restos de las primitivas botellas de
cerveza que se hicieron aquí... Sólo en alguna vieja farmacia es posible que se
encuentre alguna antigua bombona de este color. Pero vea este antiguo cáliz,
para las iglesias en que no los había de oro... Este me dijo enseñándome una
copa alta con lechosidades y blancuras opalescentes sólo gracias a que
mezclamos huesos humanos con la masa translúcida del vidrio y con la tierra
matriz, se logra este producto, de una pureza y una experiencia máxima... Es un
secreto de Cadalso de los Vidrios... Muchos han intentado producir este vidrio
sin mezclar ese ingrediente y no lo han conseguido nunca.
Me
quedé mirando un largo rato el cáliz y comprendí que de aquella fusión de la
tierra y los huesos en el fuego depurador, brotase aquella especie de espíritu
re-encamado, aquella especie de visión de las cosas a través de los ojos
vidriosos de los muertos y después que pasaron como tíficos por el baño de
agua, por el baño de fuego del purgatorio.
— Todo es tan frágil, que hay que tener un cuidado atroz con ello... Yo no los toco... Muere el producto de varios siglos, completamente hecho añicos, en cada cosa que se rompe... Yo, hasta he llorado a veces al ver caer y estrellarse alguna cosa.
¡Qué
impresión me dejó Cadalso de los Vidrios! Realmente parecía que conservaban
ampollas de tiempo con un cuidado sumo, todos quietos, con los brazos cruzados,
con el aliento contenido ante lo frágil.
¡Aquella
helada sí que lo bautizó ante el forastero con el nombre merecidísimo de
Cadalso de los Vidrios!
Muy bonito relato,
ResponderEliminarMaria Rosario Caballero Lopez
Que bonito Pedro en casa de mi abuela Celedonia habia copas en el estante azules y verdes que pena que todo lo antiguo se pierda gracias por compartir
ResponderEliminarSi, es una pena enorme que muchas de las piezas de vidrio de Cadalso se hayan perdido con el tiempo. Gracias por tu mensaje, aunque no sé quién eres. El próximo pon tu nombre.
ResponderEliminarPrecioso relato el de Don Ramón Gómez de la Serna, me ha encantado, y también las fotos tan ilustrativas que le acompañan.
ResponderEliminarMuchas gracias por este buen rato que he pasado.
Carmen.
El relato es muy ameno e interesante y te transporta a los años 20. Gracias Carmen por apreciar las fotos.
ResponderEliminarUn saludo.
me encanto los relatos me encanta el niño se saluda solo hay que leerlo Buenos días Pedro
ResponderEliminarAurora Ferrera Ruiz
Qué tiempos aquellos!!!
ResponderEliminarConchi Pascua Gondin
Me ha encantado precioso relato
ResponderEliminarPilar Diaz Recamal
Muy interesante, no sabía de su existencia. Gracias, siempre satisfaces nuestra curiosidad.
ResponderEliminarAlicia Jiménez Mínguez
Interesante relato sobre Cadalso
ResponderEliminarMariano
Creo que hay un lapsus en este magnífico articulo. Cadalso de los Vidrios pasó a formar parte de la provincia de Madrid en 1833. En el texto lo nombra como perteneciente a la provincia de Toledo, que lo fue, pero como queda dicho hasta 1833, que pasó a ser de la provincia de Madrid, despues de la división provincial que hizo Don Javier de Burgos, Secretario de Estado de Fomento con Cea Bermúdez.
ResponderEliminarOtra historia interesante que no sabía. Gracias Pedro por contárnoslo
ResponderEliminarLucia Lop
Sencillamente espectácular
ResponderEliminarMuy interesante.
ResponderEliminarChelo Villarin Recio
Realmente relato con solera me ha encantado
ResponderEliminarChelo Villarin Recio
Vaya relato con solera buena me encanta
ResponderEliminarChelo Villarin Recio
Tienen en Curro explanada,
ResponderEliminarverde, de un verde olivado.
Del verde olivo alfombrada
preludio de la llegada
al culto Villa del Prado.
Muchas gracias por compartir.
ResponderEliminarM Lourdes Maroto Gil
Que excelente escrito el de Don Ramón, se sabe quiénes eran las cuatro hermanas y el tal Damián ? Muchas gracias por este bello y retrospectivo escrito que nos lleva hasta aquellos años de primera mitad del siglo XX.
ResponderEliminarInés
No lo sé y tampoco será fácil adivinarlo, date cuenta que han pasado 100 años desde la visita a Cadalso de Ramón de la Serna.
ResponderEliminarUn slaudo.
Está genial
ResponderEliminarEsperanza De La Cruz García
Saludos un fuerte abrazo
ResponderEliminarM Lourdes Maroto Gil
me encanta la fotografía
ResponderEliminarAurora Ferrera Ruiz
Gracias Por que vi el otro qué pusiste y lo leí y vi las fotos. Qué tiempos por descubrir
ResponderEliminarChelo Villarin Recio
Buenos días Pedro un abrazo
ResponderEliminarAurora Ferrera Ruiz
Sabias palabras
ResponderEliminarAntonio Quiroga Sanz
Es la leche
ResponderEliminarLola Frontelo Garcia
Pedro buenas soy Carlos hijo de Nieves prima de tu padre. Gracias a ti por tener la historia de nuestro pueblo si no muchas cosas se hubiera perdido yo me acuerdo mucho del mi niñez lo dicho gracias por todo lo que haces por el pueblo un abrazo muy grande.....
ResponderEliminarGracias Carlos por tu mensaje y por seguir estando interesado por Cadalso, tu pueblo y el de tus antepasados. Un abrazo.
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