GUATEQUES EN LAS TARDES VERANIEGAS
(A mi vecina de entonces y ahora, Marisa, que me recordó estas cosas en la terraza de Cañardo)
Los
guateques solían comenzar sobre las 20:00h más o menos, al caer las tardes
veraniegas, con los últimos fulgores plateados del sol y los primeros
claroscuros del atardecer bañando los rostros de los reunidos. Yo me sentaba al
resguardo –siempre he necesitado protegerme, fundamentalmente de mí mismo- de
la enorme acacia que custodiaba la casa de mis abuelos a leer tebeos y hasta
allí me llegaban nítidas las notas musicales contenidas en los “singles” y “elepés” de Adamo, Serrat, Raphael, J.Iglesias, Feliciano, Catt
Stevens, D.Roussos, Dúo Dinámico, Los Bravos, Los Brincos, Bee Gees, Rolling
Stones, The Beatles... y muchos más. Yo veía pasar a las chicas tan arregladas
y guapas y a los chicos tan ligones y repeinados a aquellas reuniones
adolescentes. Desde enfrente asistía callado y observando aquel vaivén
aparentando indiferencia, aunque tenía un poco de envidia porque mi personalidad
retraída me impedía unirme al grupo. Los recuerdo a casi todos bien perfumados
y sonrientes. De alguna muchacha sólo de mirarla, en silencio e inmóvil, acabé
enamorándome perdida y platónicamente, a la vez que admiraba a sus acompañantes
por poseer esa decisión que a mí me faltaba. Estaban varios peldaños por
encima, inalcanzables para mis humildes y limitadas pretensiones. Yo era
incapaz de hablar y seguir el baile más sencillo y ellos, en cambio, se
desenvolvían locuaces y con un ritmo frenético o suave, según el caso, que
hacía más patente mi ostracismo y desaliento.
La duda llegaba a tal extremo que cuando -por fin- conseguí bailar agarrado por primera vez, advertí como si aquella atractiva joven lo hubiera hecho por compasión y en connivencia previa con el resto de su panda. Entonces, al pensarlo, me sentí peor y comprobé que era muy pequeño en relación con su apariencia y torné a resguardarme entre lo mío durante una temporada más. Y sería por eso -o porque aún me gustaba correr y jugar a los juegos de siempre con los chicos de entonces- que otras tardes marchaba a imitar a los soldados entre los pinos de “Los Lavaderos” con amigos tan faltos de perspectivas danzantes como servidor. Cuando volvíamos de nuestras milicias, los componentes del guateque aún andaban con sus ligues y sus melodías, ya más enamoradas, ya más lentas y envolventes. Otras tardes deslumbrantes marchaba con mi abuelo a ayudarle en las labores del campo y al regresar lleno de polvo, con los pantalones remendados y con el aroma verde de las cepas chorreando desde mi frente, notaba que me miraban distantes como si mi presencia les ofendiera la vista, como si los pantalones zurcidos y aquel olor primario manchara su perfume de moda. Esto nunca lo supera el ser humano y ahí seguimos, inmersos en la vulgar dicotomía: alto-bajo; rico-pobre; guapo-feo; oficinista-obrero; tonto-listo; sano-enfermo; titulado-sin titulo… Así nos va.
La
vida nos maneja a su antojo y nos hace dar muchas vueltas para al final llegar
mareados y desconsolados al punto de partida. A día de hoy hemos dado bastantes
y en momentos de lucidez comprobamos que seguimos aferrados a aquellas
vivencias entrañables. Nos percatamos de ello cuando sentimos que dentro de
nuestro presente hay algo inefable que nos devuelve allí. Y ese algo casi
siempre suele ser bello y te deja en la expresión un rictus melancólico al
recordar aquella edad nunca olvidada. Aquel tiempo final del verano en el que
te quedabas huérfano de miradas y sin cintura imaginada donde posar las manos mientras
las noches se proyectaban a los sueños despiertos, hermosos e imposibles. Y
tantos sueños se sucedían estorbándose que las noches se quedaban pequeñas. Siempre
volvemos a lo que fuimos y lo hacemos dichosos por las verdes veredas de las
atardecidas veraniegas, cuando las tonalidades de antaño se te incrustaban en
el paraíso íntimo de los colores inolvidables para volver ahora a rebrotar
pujantes con cada nuevo verano. Notas todavía el impulso de aquel calor
interior y exterior que viene a visitarte desde el reino de la fantasía y que
era el más intenso, ingenuo y enamorado de nuestras vidas. Y quiero pasar por
alto aquellas tardes de nubes cárdenas obscuras y zainas presagio de tormentas,
porque siguen sin agradarme lo más mínimo. Liquidan sin compasión cualquier
metáfora poética por hermosa que ésta sea.
Él era,
seguro, junto con su hermano, el más ligón. Lo tenía todo: altura, atractivo
físico, hablaba bien, vestía mejor. Poseía una aureola que a nadie dejaba
impasible convirtiéndole en el eje de todas las citas, vivía en Madrid
aparentemente con una posición económica desahogada. Recuerdo que sus padres se
llevaban muy bien con mi abuela y hablaban frecuentemente en mi presencia
mientras ella aprovechaba para reivindicarme, para adularme, para quererme un
poco más por difícil que esto pudiera resultar… Supongo que perseguía
contrarrestar mi evidente mediocridad comparada con todo aquello en lo que
sobresalían los hijos de nuestros vecinos dándome “sopas con ondas”. Pasados los años, algunos veranos seguía viéndole
en Cadalso -ya casado y con hijos- pero pensaba, quizá equivocado, que no
teníamos nada que contarnos. ¿Qué podía decirle yo, que seguía arrastrando una
cierta amargura por mi ignorancia, a él y a las personas que como él parecían
dominar con holgura la situación? Creía que llegaban con sus modales exquisitos
a solapar a los paletos como nosotros (Aclaración Confidencial: en aquellos
años no existían ONGs de solidaridad con el paleto desprotegido). Por todo esto
–y más que no se veía pero que estaba latente- me sentía discriminado e
inferior y meditaba que por mucho que me esforzara nunca sería como ellos.
Luego… mejor ni molestarse, concluía tajante.
Así hemos
llegado, con el corazón hecho pedazos por los daños colaterales además de
desmoralizados, a esta era de la informática, la pandemia, la globalización y
las guerras preventivas. Descubrimos sobre nosotros, sorprendidos y hartos, un
heraldo que te dice que a partir de los cincuenta ya eres mayor para trabajar.
Que existen máquinas que hacen obsoleta tu colaboración y te abandonan sin
pensar que no eres un artilugio inerte, que aún existe una persona con sus
modestos sentimientos intactos, apto para seguir queriendo lo que admiras. Son
estos tiempos que corren que, como decía Delibes, “calientan el estómago pero enfrían el corazón”, los que hacen que
te domine una soledad maciza aunque estés rodeado de miles de personas. Ninguna
de ellas será capaz de tender un puente de diálogo y comprensión que haga más
fácil el discurrir de las emociones.
Fue por la
inhumana regulación de plantilla de tu empresa ítem de otras causas que
desconozco, que emprendiste el camino sin retorno hacia la desolación más
conmovedora. Sucedió que tus tardes ya no conservaban el aliciente de las
primeras, que éstas se tiñeron más de tormentas que de soles, que falló el
edificio de tus sentimientos bajo los cimientos carentes de afectos. Y fue en
ese momento que descubriste desarmado por la melancolía, que tras tu apariencia
de hombre seguro se ocultaba un alma hipersensible y frágil, capaz de llorar
añoranzas pasadas cobijado en tu presente sobrecogedor. Una tarde se te
estrechó aún más el ánimo, la presión te atenazó inmisericorde, la esperanza y
la ansiedad te cercó
Y yo en ese
instante de sollozos callados te hubiera cogido emocionado entre mis brazos. Y
mis lágrimas se habrían derramado confundidas con las tuyas, abriéndose camino a
beso limpio por tus mejillas tristes
y suaves. Y te hubiera abrazado y acariciado con inmortal ternura. Y te habría
devuelto lentamente a la vida, pero no a ésta sino a esa otra en la que
únicamente tienen acomodo seres como tú. Y en esa existencia yo te llevaría de
nuevo a los guateques en los que seguirías siendo por méritos propios el
protagonista destacado. Y te vería evolucionar feliz a la vez que yo también estaría
radiante observándote desde enfrente. Esta vez sí iría a buscarte para hablar
contigo porque me da la impresión que lo necesitabas tanto como el bailar y no
hallaste la pareja idónea para comunicárselo. En el baile te sobraban
acompañantes y en el cariño te faltaban. Siempre sucede lo mismo: Llegaste
tarde e indefenso a las citas más importantes de tu vida. Antes irrumpe,
puntual y despreciable, un Saturno que devora a sus criaturas más sentimentales
y buenas. ¡Ah!, una advertencia última que te mando al vergel de la danza: No
te confundas conmigo ya que, como siempre, también llegué tarde en esta ocasión
y no tengo perdón porque fue por pereza. Lamentablemente soy del montón
prescindible: Digo algo válido y luego hago justamente lo contrario y eso tiene
un nombre muy ilustrativo: hipocresía. No te fíes de la gente como yo, somos
más culpables que los demás. Aquéllos no lo intuyen, luego nada pueden hacer.
Nosotros sí intuimos situaciones y no ponemos el remedio. ¿Quiénes son entonces
los auténticos culpables? Y ahora me voy. Me alejo cobardemente de mí para
resguardarme durante una temporada más.
que Bonito que recuerdos y que bien explicado la realidad gracias por recordar 😍😍😍
ResponderEliminarAurora Ferrera Ruiz
Muy bonitos recuerdos
ResponderEliminarRosa Merchan
Gracias por recordar esa época y a sus protagonistas con tanto cariño y Añoranza!!
ResponderEliminarBonito relato, en el que en muchas situaciones me siento identificado contigo, con esa timidez y encierro en nosotros mismos, sin expresar nuestros pensamientos o acercarte a gente por creer que somos inferiores, sin darnos cuenta que al final todos tenemos nuestros temores y cada uno los expresa de una manera, unos con timidez y otros con aires de superioridad, pero al final son escudos que cada uno nos ponemos y no son mejores unos a otros, sino distintas formas de expresión para intentar sentirnos mejor en esos momentos que afloran nuestros miedos.
ResponderEliminarLuis C. González
Miguel, pienso que los guateques esos en los que tú no participabas y en los que a mí me ninguneaban o me ignoraban, nunca fui tipo popular, deportista con no muy mala planta pero tímido hasta lo enfermizo, han sido la excusa para hacer una profunda reflexión, yo diría que casi un acto de contrición, de los comportamientos humanos devenidos de esas situaciones donde uno se ve pequeño comparativamente con otros sin saber por qué y sin tratar de averiguarlo tampoco.
ResponderEliminarEn cualquier caso magnífica forma de manifiestar sentimientos tan íntimos y estupenda muleta la de los guateques.
Pepe Vázquez
Qué tiempos aquellos....en una foto, veo a gente muy conocida, entre ellos Pepote y Felipe Villarin.. Que están en el Cielo. La vida es así.
ResponderEliminarJose A. Álvarez G. de Guzmán
Magistral, Maestro. Has descrito a la perfección las actitudes y estados de ánimo de los participantes en aquellos guateques. Sensaciones que hoy, al rememorarlas, nos arrastran hacia la nostalgia.
ResponderEliminarGracias y un abrazo. Luis C. Trijueque
Claro venían los veraneantes aunque no tuviesen un duro Y eran los amos pero tú tranquilo ya lo ves todo llega ha su tiempo con tu Paloma ❤️❤️
ResponderEliminarAntonia Frontelo Morales
Que mayores somos. Recuerdo perfectamente a los dos hermanos y el día que el pequeño dijo ahí os quedáis, yo no sigo.
ResponderEliminarA. Acuña
Que tiempos tan buenos
ResponderEliminarLoren Alfonso Jeronimo
Que bonitos recuerdos
ResponderEliminarObdulia Cordero Santillan
Muy bonitos recuerdos
ResponderEliminarJose Maria Barderas Martin
Que bien lo pasábamos... Que recuerdos de mi juventud más bonitos!!!!
ResponderEliminarElena Rojas Mayor
Por la ropa no parece verano
ResponderEliminarJosé Manuel Jimenez Minguez
Entonces lo pasábamos mejor q ahora y sin dinero pero bailábamos muchos y muchas risas y amigos nosotros lo hacíamos en casa mi abuela q recuerdos
ResponderEliminarGloria Espinosa
Que bonitos Recuerdos
ResponderEliminarJuani Lopez Conde
Los conozco a casi todos, en primer plano pepote que nos ha dejado hace poco. Por la foto no creo que fuese en verano, están bien abrigados
ResponderEliminarPilar Lopez Navarro
Pilar Lopez Navarro Y detrás Juanma él primo de Lola
ResponderEliminarAntonia Frontelo Morales
Antonia es Carlos el mayor bailando con la Isabelita la del tio Teodomiro
ResponderEliminarDolores Saez Canoyra
Y Felipe él de la tía Catalina
ResponderEliminarAntonia Frontelo Morales
Que tiempos más bonitos. Se pasó la vida muy rápido❤️
ResponderEliminarElena Rodríguez Novillo
Pepote ...Que recuerdos y otra vida con bonitos recuerdos
ResponderEliminarMaria Rosario Caballero Lopez
En la foto esta mi primo Carlos bailando con la Isabelita Salas Pepote esta bailando con lá Mari Angeles la de telefonos y la Sagrario la patatitas la Emilita la de Tirso la Mamen la mujer de Marcelo y Felipe el de la tia Catalina
ResponderEliminarDolores Saez Canoyra
Dolores Saez Canoyra y él uniceja quien es?
ResponderEliminarAntonia Frontelo Morales
no le conozco Antonia creo que puede ser el hijo del administrador de correos pero no estoy segura
ResponderEliminarDolores Saez Canoyra
Hay los guateques que bien lo pasábamos
ResponderEliminarLucia Lop
Lola que memoria tienes te conoces a todos
ResponderEliminarJuani Lopez Conde
Muchas gracias a todos. Eran otros tiempos, otra vida y, fundamentalmente, nuestras edades también eran otras. Me siento satisfecho si con los recuerdos hemos vuelto a vivir pasajes de nuestra vida entrañables y emocionantes. Sentir emociones es el motor de mi vida. Antonia Frontelo Morales me arrancó una sonrisa cómplice con su ocurrente comentario y Marisa me hizo muy feliz recordando estos episodios en la terraza de Cañardo la otra atardecida... Gracias también por la extraordinaria ilustración que con sus fotos hace en estos escrititos mi admirado Pedro Alfonso Gerónimo. Sin duda sus instantáneas son lo más valioso porque nos traslada a los lugares que más queremos. ¡Feliz Verano, aunque no se celebren guateques...!
ResponderEliminarQue recuerdos 😃
ResponderEliminarPilar Calvo Villarín
Dolores Saez Canoyra siempre me sorprendes con tus conocimientos y memoria yo los conozco a todos pero nada de sus nombres
ResponderEliminarValentina Miguel Meilán
La que baila con Pepote, no es una chica que se llamaba Olga?
ResponderEliminarElena Rodríguez Novillo
No, creo que es Mari Ángeles.
ResponderEliminarOk
ResponderEliminarElena Rodríguez Novillo