jueves, 17 de marzo de 2022

SURCANDO SOTILLO DE LA ADRADA, por Miguel Moreno

 SURCANDO SOTILLO DE LA ADRADA


    No soy residente en Sotillo, ni siquiera temporalmente. Sólo lo recorro lentamente a pie y muchas otras veces meditando sobre mi bicicleta, entretenido con el juguete más preciado y barato que poseemos los humanos: el pensamiento. Existe una especie de encantamiento, un género de sortilegio, que me une a este pueblo, que me engancha, que me atrae hacia él amorosamente.

 De joven visitaba su Verbena de la Paloma la noche del 14 de Agosto, ya metidos en la madrugada del 15, a la búsqueda de algo que me hacía sentirme todo lo feliz y vital que los veinte y pocos años me permitían. En otras madrugadas inolvidables, aquéllas en las que parecía que se convertirían en reales los sueños de las noches veraniegas, me acercaba al baile de verano de Venero Mañas aunque, ahora que lo recuerdo, era más bien a la barra del bar adónde me arrimaba porque allí solían habitar la mayor cantidad de personajes interesantes por metro cuadrado de la comarca. Bajo aquel cielo estrellado, impregnado por una brisa insinuante, sintiendo el murmullo del arroyo cercano y la euforia del optimismo golpeando mi pecho, dialogaba con un amigo de esos que nunca te abandonan, de esos que dejan tras de sí una estela de bohemia y romance cuando se ausentan de los lugares que antes llenaron con su amistad.  Nos atragantábamos bebiendo -a borbotones y ansiosos- unas copas que nos llenaban de vida, combinados de admiración y ternura que nos hacían sentirnos un poco mejores mientras veíamos como, sin remisión, se nos esfumaba veloz la noche desde el fondo de nuestros vasos y desde lo más profundo de nuestras sencillas aspiraciones sin haber hallado (una vez más y van…) la destinataria ideal de nuestros anhelos más nobles.


Tiempo después, nada más casarme –hacía dos días-, asistí con mi mujer, Paloma, un lejano atardecer del último sábado de un lejano mes de Junio, a la Fiesta del Botijo. Verbena que animaba la orquesta de siempre, o parecida, encaramada sobre una tarima de madera instalada en la plaza. Las calles aparecían adornadas con banderitas de papel y a los rostros de las gentes los adornaba la satisfacción. Botijos llenos de limoná reposaban festivos ante los umbrales de unas callejuelas adoquinadas y entrañables mientras a uno le iba ganando, poco a poco, sin prisas, como si de un susurro placentero se tratara, una alegría sotillana que se incrustaba en algún rincón del alma al que podías acudir cuando el desaliento futuro te invadiese. Y puestos a recordar, recuerdo por el mismo precio que he servido como camarero las bodas de muchos sotillanos en el antiguo Hotel Nuria; los hijos de aquellos novios hoy recorrerán los mismos rincones enamorados que entonces recorrían sus padres. La vida, aunque a veces no lo parezca, es una sucesión atropellada de bellos, intensos e inolvidables amores que ordenamos conmovidos al anochecer.

 

    Muchas mañanas soleadas, cuando salgo desde Cadalso en mi bici, tiran de mí los caballos del sol, Bootes y Peritoa, con dirección a Sotillo; ellos me suben raudos y alegres por los puertos cercanos de Gredos hasta que los pierdo de vista, como si a la vez que galoparan se fueran deshaciendo por el calor ante mis sorprendidos ojos, como si luminosos se fueran difuminando entre los rayos de su auriga. Y después, abandonado a mi suerte, surco solitario el Valle del Tiétar para encontrar acomodo idóneo en estos parajes que me ayudan a reencontrarme con la fascinación que me provocan.

 

Este es el Sotillo que siento en mis entrañas más íntimas y de él intento hablar con la perspectiva que me ofrece el corazón. Sé que cuenta con personas infinitamente más capaces e inteligentes que el que suscribe y que sabrán plasmar acertadamente todas las riquezas que contiene, ya sean arquitectónicas, agrícolas, culturales, económicas, deportivas, paisajísticas, políticas… Yo únicamente aspiro a describir torpemente los tesoros de afectos y las sensaciones que están suspendidas sobre él y que en ocasiones se desprenden sobre mí. Supongo que son el compendio de todo el espíritu artístico y humano que él abriga y que reparte generoso entre todos nosotros.

 Miguel de Cervantes, en su prólogo de “El Quijote”, define perfectamente aquellos lugares que le inspiraban. Sotillo de la Adrada, como muchos de nuestros pueblos, están repletos de sus musas: El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu, son grande parte para que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y contento…”     

 

                       Miguel MORENO GONZÁLEZ


7 comentarios:

  1. Lo conozco bien. En el año 83 compramos un chalet allí, mi exsuegra y nosotros en la Fuente de la Salud. Lo pasamos genial... ahora lo tiene mi hijo. Que recuerdos más bonitos madre mía...
    José A. Álvarez G. de Guzmán

    ResponderEliminar
  2. Muy bonito homenaje a Sotillo, cercano a Cadalso y también objeto y depositario de tus recuerdos.
    Un abrazo, Maestro.
    Luis C. Trijueque

    ResponderEliminar
  3. Precioso escrito que sale desde lo más profundo del corazón y del sentimiento.
    Sotillo siempre ha sido un gran pueblo.

    Carmen.

    ResponderEliminar
  4. Alicia Pascual Paredes17 de marzo de 2022, 15:58

    Yo también he disfrutado algunos años de sus fiestas, bailes y copas, cuando pasaba unos días en Piedralaves. Bonitas palabras las tuyas, como siempre.

    ResponderEliminar
  5. En Argelia ya nos pasaba ¿recuerdas Miguelón?
    Diego S. Bustamante

    ResponderEliminar
  6. "Es tan triste el amor a las cosas; las cosas no saben que uno existe".
    (Jorge Luis Borges) Imagino que Sotillo y sus gentes sí saben que existimos. Gracias en nombre de él y en el mío propio por tan generosos comentarios.

    ResponderEliminar
  7. Los buenos relatos siguen, así que ha disfrutar de ellos . Gracias

    ResponderEliminar