A todos aquellos cadalseños que eran mayores siendo yo niño. Os sigo
admirando…)
FRÍO EN LOS CORAZONES
La lluvia infantil me provoca
goteras en el alma. La recuerdo sonando mecánica y acompasadamente en los
canalones de la calle mientras leía por las tardes tebeos al volver de la
escuela. Llegaba con el pelo rizado todavía mojado y el pecho fatigado por la carrera
desde las escuelas de San Antón hasta la casa de mi abuela en la carretera de
Las Rozas. Llovía durante las noches invernales en las que dormía en la misma
cama con mi hermano Nati y hacíamos una cabaña con las mantas y las sábanas
para refugiarnos en ella y dentro de aquel espacio, lleno de imaginaciones, nos
contábamos historias de aventuras que sucedían en bosques inmensos cubiertos de
desamparo… Aquella lluvia persistente y compañera de la infancia sigue asociada
a mis lecturas de tebeos.
El frío y la nieve forman parte de una
mitología de cadalseños y pájaros ateridos, de los gorriones y tordos que se
lanzaban a muerte sobre la ballesta que tenía una aceituna negra que habían
preparado mi hermano y mi padre en la cercana viña del tío “Sordillo”. La noche
acallaba todos los sonidos cuando nevaba. Los perros no ladraban, no se oía
ninguna voz en la calle y el silbido del cierzo parecía llegar desgarrando un
silencio angustioso que sobrecogía mi ánimo y me hacía meditar en el olvido que
cubre a los muertos. “Mis muertos no son
Dioses y por eso nunca vuelven”, pensaba apenado.
El deshielo de marzo –después de un invierno
frío y largo- era un hermoso espectáculo que se deslizaba por aquellas cornisas
de la niñez que solo pertenecen a nuestra memoria. Por contra, no hay cosa más
fea que la nieve cuando en el asfalto de la ciudad se convierte en un fango obscuro
expuesta a la realidad diaria. La gente caminábamos con nuestras pasiones a
cuestas y las ruedas de los coches aplastaban la luz de la nieve que sólo
pertenece a los niños, aunque ellos la pisan transformada ya en barro cuando
vuelven del colegio. A simple vista parece un acontecimiento cotidiano, pero
esa negrura que se forma en el suelo de las calles al poco de nevar, es la
metáfora de otra suciedad a la que hoy estamos sometidos y no parece que nos
apetezca “ducharnos”.
Cuando aquí abajo los sentimientos se han
convertido en un barrizal, la nieve huye despavorida a refugiarse en el corazón
rilón de los árboles. Los ciudadanos estamos zarandeados por la propia
vulgaridad, la violencia de los fanáticos, un
virus sin corona y la agresividad de ciertos seres que nos hacen sentir
miserables e irredentos. Pero en este momento, el sol de octubre en Cadalso es
una saeta brillante que va a estrellarse contra las hojas otoñales. Durante su
trayecto atraviesa gozosa nuestra memoria y el corazón grande de los cadalseños
de mi niñez y el pequeñito de los pájaros. Ellos revolotean felices sobre mi
cabeza plateada según atardece en mi vida a ritmo de infancia.
Miguel
MORENO GONZÁLEZ
Al hilo de tu afirmación de que llueve y nieva menos ahora, me permito contarte una experiencia de mi infancia por esos lares.
ResponderEliminarUn viernes de diciembre en la época de matanza allá por los albores de los 60 del siglo pasado como se dice ahora, salimos con la intención de pasar el fin de semana de matanza con nuestros amigos Fidela y Florencio, matrimonio de Rozas amigos como he dicho y que hacían la función de guardeses voluntarios del pequeño chalet que mis padres hicieron en ese pueblo con mucho esfuerzo y sacrificio
Por cierto que fue el primero que se edificó
por "forasteros" en Las Rozas.
Pues bien íbamos los cuatro, mis padres mi hermana y yo en el 600 por la carretera de San Martín y un poco antes, pasado Pelayos, comenzó a nevar y al llegar al cruce de Casillas y Rozas y subir hacia el pueblo era de tal calibre la nevada que solo nos detuvimos a saludar y despedirnos al tiempo de nuestros amigos porque mi padre vio que esa nevada nos podía dejar incomunicados varios días, como así fue. Nos volvimos por la carretera de Cadalso dejando atrás a algún que otro vehículo atascado en la cuneta, gracias a la pericia y habilidad de mi padre que en eso de conducir era un maestro, y en más cosas también. Llegamos a Madrid sin incidentes y de la matanza disfrutamos de sus productos sobre todo de los chorizos en aceite y la morcilla de calabaza típicos de Rozas y que a Fidela le salían especialmente buenos.
Bueno te pido disculpas por contarte está historieta pero me la ha traído a la memoria tu escrito que como siempre me parece de lo más emotivo.
Un abrazo.
Pepe Vázquez
Gracias Miguel por tus escrititos llenos de sentimientos y poesía cadalseña. A la qué tú nos tienes acostumbrados
ResponderEliminarLas sacaria a dar agua al pilon van desaparejadas 👍👍👍👍
ResponderEliminarAntonia Frontelo Morales
Buen escrito y buenas foto, todo fenomeno. Gracias
ResponderEliminarMariano.
Antonia Frontelo Morales cuanto sabes.
ResponderEliminarChelo Villarin Recio
Ya no nueva como antes que colgaban unos caramelos de los tejados como garrotes. Yo también hice tiendas de campaña con las mantas de la cama y la almohada era un barquito lleno de imaginación surcando la cama como si fuera un inmenso río.que bonito relato Miguel antes éramos tan felices con tan poco que por un momento no me importaría volver a esos años tan maravillosos sin coronavirus y llenos de libertad y amor
ResponderEliminarMaria Antonia Hernández
Gracias por vuestros bonitos comentarios. Sobresaltar el ánimo al leer es la más hermosa justificación para escribir.
ResponderEliminarEl cambio climàtico nos alcanzó de pleno. Me encanta la lluvia desde siempre, la echo en falta tanto!
ResponderEliminarMe gustó tu escritito y la positividad con que lo terminaste. Gracias!
Bonitos recuerdos de mi tocayo Miguel Moreno (descritos magnificamente como siempre), y también la anécdota de Pepe Vázquez.
ResponderEliminarMiguel Revuelta de Guzman
El de la foto es Aniceto el padre de la pepi
ResponderEliminarJose Ignacio Calvo Acosta