VIVENCIAS ENAMORADAS
Utópicamente perseguí la amistad. Pocas
veces la conseguí. Creí erróneamente que podía alcanzarla con mi primer amor.
Al poco de casarse con su hombre de siempre el matrimonio se desmoronó. “Te llamo como amiga”, me dijo una tarde
otoñal. Yo estaba abandonado y enamorado en Campamento
(Madrid), lamiéndome las dolorosas heridas que su desamor me ocasionó.
Corrí raudo a verla engañando a mi amor con la amistad. Craso error. Aquel viaje acabó rematándome.
Alquilé un apartamento junto al mar en Estepona, allí vivía con su marido
distanciados entre sí. Nos veíamos por las mañanas y al atardecer en un
chiringuito frente al mar. Estaba destrozada anímicamente y buscando ayuda
entró en una secta religiosa. Sus
posturas se radicalizaron por el adoctrinamiento que le hacían. Al darse cuenta
de su yerro los abandonó, pero ellos siguieron presionándola y acabó al borde
del abismo.
Me contó que una mañana de mar embravecida
se metió en el agua… La sacaron inconsciente antes de que se ahogara. Según me
lo refería yo acariciaba su mano sobre la mesa y sentí cuánto seguía
queriéndola. Llovía suave sobre el mar y nuestra derrota y la brisa traía un
aroma amargo de salitre enamorado.
Aquella noche dejamos las razones en la
playa. Diciéndonos lo que siempre se dijo nos pusimos los cascos del deseo y
los manchamos de amor. Nos hicimos viejos tumbados sobre la estela de la luna
que cubría el mar e intentamos apuñalar nuestras penas. Empapados y vencidos,
supimos al abandonar aquel campo de batalla que habíamos hecho de aquel final
una caricia inmortal.
Aún hoy vivo días repetidos a aquéllos. Los
distingo por la luminosidad y el azul del cielo. Son pocos, pero se me quedaron
grabados en la mente desde la primera vez que los viví. Un trozo de mi corazón
sigue ocupándolo ella… Como si la quisiera demostrar, al igual que en la famosa
rima de Bécquer, que algo eterno hay en mí a la que eternamente me juró su amor.
Volví a Madrid roto, desconcertado, la pena
me rebosaba por doquier y me sumí en una triste melancolía por largo tiempo. Me
rescató una chica alegre y con muchas ganas de amar y vivir. Cuando iba a
buscarla a una academia de la calle Arenal, soñaba que me enamoraba de ella según
nos dirigíamos a un mesón gallego sito en la calle Bordadores, pero ocurrió al
revés. Una mañana de sábado que sus padres no estaban fuimos felices y risueños
a comer a su casa.
Al acabar nos besamos con una pasión
juvenil desenfrenada que sigo cuidando a buen recaudo. No hicimos el amor porque
me sobrevino un ataque de realidad: “No
estoy seguro de quererte y esto puede hacerte mucho daño”. Me miró
desolada. Desconozco lo que hubiera hecho hoy… Aquella tarde me vestí despacio
y salí. Ella quedó desconsolada en su habitación huérfana de caricias. Jamás
volví a saber nada de ella. Pienso que en aquel instante me odió; me consuelo
creyendo que quizá, posteriormente, me lo agradecería y le quedaría un recuerdo
agradable de mi paso por su amor. Esa esperanza banal la conservo guardada en
mi memoria. Era bonita e ingenua, y tenía una piel tan suave que no merecía que
yo la abrazara sin amarla.
Mi vida es un constante fluir de
sensaciones; gozosas unas, penosas otras. Épocas tengo en las que me apetece
vivir todo con intensidad, sobresaltarme con lo bello que poseo al tiempo que
quiero seguir descubriendo la hermosura de lo desconocido. No quiero marcharme
sin averiguar cuáles son los encantos que siguen alimentando mis emociones, ni
cuáles las penas que me postran en la melancolía.
Como los duendes y los artistas busco el
sabor de la belleza y la emoción. Intuyo que todos los seres humanos al
desaparecer dejamos flotando algo nuestro que alguien que vendrá detrás
recogerá. Y es que nuestra soledad nos empuja, nos pide superarnos en las
emociones. Ella nos abandona inconsciente a nuestra suerte, mientras el sol
cadalseño nos acaricia y nos hace volar, soñar y preguntarnos: ¿Qué será de ellas después de tantos años…?
Fotos: Archivo Fotográfico Pedro Alfonso
Mientras sigamos teniendo curiosidad por experimentar nuevas sensaciones, por alimentarlas, serà señal de que estamos vivos, evolucionando.
ResponderEliminarPrecioso relato Miguel. Tienes mucha vida emicionante vivida y lo que te queda todavia por vivir y contarnos.
Yo también pero pequeña en el mar con mi flotador de patito, lo que me gusta el mar y las olas, se puso bravo el mar y tardaron en poder sacarme. Pero no le cogí miedo
ResponderEliminarChelo Villarin Recio
Me gusta la historia Miguel
ResponderEliminarChelo Villarin Recio
Una vez más me engancha el escritito del jueves. Bonitas vivencias de amor ,que bien podemos terminar en ese mesón de la calle bordadores tomándonos unas cañas con ese queso de untar fuerte típico de Galicia. Gracias por compartir como cada jueves
ResponderEliminarMaria Antonia Hernández