jueves, 4 de junio de 2020

LECTURAS PARA UN VIRUS SIN CORONA. SUDORES Y SENSACIONES



LECTURAS PARA UN VIRUS SIN CORONA. SUDORES Y SENSACIONES



     Salgo de Cadalso hacia la carretera de San Martín, aún no llevo un kilómetro recorrido y me arrepiento. Pienso que por la de Rozas hay más kilómetros y me decido a cambiar. Paso por la casa de mi infancia -la Caseta de Camineros-, bajo la sombra de una enorme acacia que ya no existe, me sentaba las tardes de verano acompañando a mi abuela y a mis tías, ellas cosían en bastidor y yo leía, de manera incansable, tebeos que me transportaban a ignotos lugares. Sobre esta misma carretera las noches calurosas del estío dibujaba con agua contenida en una cantimplora el nombre de mis ciclistas favoritos: Fuente, Gandarias, Pérez Francés, Ocaña, Delgado, Induráin… Todo está muy seco; oigo un ruido entre el pasto, es un lagarto, nunca he podido soportar a los reptiles. Marcho bien, es llano. Pasa un coche y un niño se me queda mirando gozoso por el cristal trasero. Me animo. Comienza una subida, en su inicio me asfixio, sé que éste es uno de los peores momentos, una vez superado me relajaré y tomaré más fondo físico, con este pensamiento lo supero. Se va haciendo suave el repecho y comienza un llano. Llevo 25 kms. y el agua parece caldo de sopa. No importa, siempre me fue bien el calor en bicicleta.


     Empiezo el ascenso desde Sotillo al puerto de Casillas. Es el más duro de la zona, los casi ocho kms. se hacen eternos y agotadores. Me rebasa como un rayo una moto, su conductor hace sonar el pito y su acompañante femenina mira saludándome con la mano. Lo agradezco y me ayuda a superar la primera parte desarbolada de la ascensión, al segundo trecho le acompañan los pinos y sus sombras son para mí lo más importante en este instante, he recorrido 35 kms. y me encuentro fresco. Me molesta un poco el "coulotte", coloco mejor la almohadilla y siento alivio. Me rocío la cabeza con agua para contrarrestar la envidia que me produce la contemplación de una piscina cercana rodeada de verde césped y chicas lozanas. Esta zona es mucho más fresca, hay viejos castaños que amparan mi recorrido fatigoso. Medito en que estoy expulsando toxinas que me eran superfluas, esta tarde me hallaré mental y físicamente a tono, exagerando, si cabe, esta hazaña de sudor y mezcla extraña de sensaciones.

     A los sesenta kilómetros acometo la escalada a La Granjilla, son cinco mil metros entre curvas, barrancos y pinos, menos duros que los anteriores pero a estas alturas cualquier subida es como L'Alpe Duez o parecida. Recuerdo que en invierno lo subí entre una niebla espesa que semejaba muros de algodones; hoy, por contra, hace un día muy caluroso y encuentro en este contraste un milagro que pocas veces agradecemos, ¡cómo no se consigue con ordenador…! Desde la carretera observo una portalera y oigo el balar angustiado de un cordero que llama a su madre. Y yo aquí, ¿puedo llamar a alguien que sepa escuchar mis lamentos? Lo más inmediato es coger agua fresca que brota de la fuente que hay en la carretera de Ávila, “Matazorras”, me la recomendó un día un paseante solitario por su frescor. Una vez coronada la cima comienza una bajada pronunciada, cambio al plato grande y piñón pequeño y bajo pedaleando, me inclino sobre el manillar y observo el resplandor destellante que produce el sol al chocar contra los radios, atrapo ese instante en un hueco mental, puede servirme en el futuro.



     Cruzo un pueblo que visité esta Semana Santa con mi familia, está muy concurrido. Oigo gritar a un niño: "-¡Mira mamá, Perico!". Admiro a Perico Delgado desde que hace años le vi demarrar en Los Alpes y dejó "clavados" a todos sus acompañantes. Las cunetas brillaban con la nieve que a su paso iba derritiendo su aliento y reconozco que me emocioné cuando el locutor gritó: “-¡Perico se va como una moto, señores!”. Yo daba botes nervioso en el sillón chillando: “-¡Vamos Pedro!”. Tenía carisma este hombre aunque era irregular como corresponde a los genios, quizá fuera eso lo que más me atraía de él, no me gustan los que ganan siempre, no me veo reflejado en ellos. "Gracias chaval por generar un recuerdo bonito con tu ingenuidad".

     Empieza a molestarme la pierna derecha, llevo 88 kms. Me faltan los seis últimos que me dejarán de nuevo en Cadalso y que se corresponden con la doble subida a "Tórtolas". El desnivel es muy pronunciado y acaba por darte la "puntilla", si fuera más largo sería un puerto-Tour. Observo una ardilla subir velozmente hacia la copa de un pino desde donde observa satisfecha el valle. Es curioso, por aquí paso miles de veces en coche y sin embargo ahora es como si fuera la primera, como si pasara dormido todas las demás. Hay una culebra muerta que la sorteo no sin dificultad. Supero a un cadalseño que viaja sobre un borrico, es el padre de un amigo, nos saludamos sonrientes. Rememoro que hace unos años eran muchos los que como él frecuentaban estos caminos con tiempo suficiente para observar y pensar. El progreso nos dio velocidad, a cambio nos tomó prestado el tiempo para meditar.

     Estoy en plena ascensión. Me refresco. En este instante pasa por mi mente Félix, hermano de Isidro, un cadalseño que participó en la competición ciclista de las fiestas de hace años, resultó ser el único aficionado ya que el resto de corredores militaban en equipos organizados. Recuerdo que le sacaban varias vueltas de ventaja. Anochecía y aún le restaban dos vueltas, sólo quedaba él en carrera. La gente le esperaba como si fuera el primero. Nadie se movió, ni siquiera cuando descargó una gran tormenta. Yo estaba debajo de un árbol solo y con las manos metidas en los bolsillos. Fue un clamor al ver aparecer las motos de la Guardia Civil que anunciaban su llegada. Cuando cruzó la meta todo un pueblo le aclamó. Le abrazamos, le tocamos, le izamos en volandas. Llorábamos empapados y en él sus lágrimas se confundían con una mezcla hermosa de agua, sudor, cansancio y felicidad: “-¡Viva Félix! ¡Eres el mejor! ¡Viva la madre que te parió!”. Alguien arrebató un cohete al alguacil y lo lanzó al aire confundiéndose su estruendo con el de los truenos. Aquel atardecer supe lo que tira de uno su tierra y sus gentes. Ganó la carrera un chico rubio, alto, guapo, con los pelos rubios de sus piernas afeitados. Nadie recapacitó en él. Hacía tiempo que la gesta de un perdedor había cautivado nuestro corazón. Digo yo que alguna vez a los perdedores, aunque sólo sea en nuestros corazones, les tocará ganar, ¿no?
    


     Estoy superando el primer tramo, voy tan despacio que parece que subo parado, ¿es posible esto? Me levanto sobre la bicicleta pero las piernas se niegan a sostenerme. Me siento de nuevo y consigo superar el primer escollo difícil. Sudo abundantemente y desfallezco. Echo la última agua que me queda sobre mi cabeza y siento una ligera recuperación. ¡Ánimo!, quedan 800 metros eternos e inhumanos. Un camión reduce su velocidad porque no puede pasarme en una curva, seguro que su conductor me estará maldiciendo. No importa, sólo quiero coronar el puerto sin rendirme. No quiero coches, ni motos, ni ordenadores, ni siquiera echo de menos el aire acondicionado. Quiero ser yo, felicitarme a mí mismo satisfecho, ofrecerme este triunfo sensacional para rumiarlo antes de dormirme. ¡¡¡Lo he conseguido!!! ¡¡¡Ufff, qué mal rato!!!

     Sin embargo ahora que ruedo suavemente medito en que no es para tanto, que puedo hacerlo más duro y superarlo. Lo que pasa es que no confiaba en mí lo suficiente y eso no puede ser. El próximo día acometeré un recorrido mayor para comprobarlo. Si voy bien pertrechado mentalmente lo conseguiré. La vida es una carrera ciclista en la que lo importante es llegar con dignidad, como Félix.

     Marcho a casa. Después de una ducha reconfortante estiro las piernas en el sofá. Recuerdo lo conseguido y paseo mentalmente la ruta. Sigo meditando y sonrío al pensar que en el fondo cada momento vivido tiene su encanto. Quizá el secreto estribe en tener un huequecito pequeñín en la mente para usar cuando nos haga falta. Como cuando éramos niños y cualquier cosa nos parecía al alcance de la mano por complicada que fuera. Otra cosa será recuperar la pierna derecha y los roces del sillín…

                                      Miguel MORENO GONZÁLEZ

7 comentarios:

  1. Joerrrrrr... Me has hecho sudar sólo leyéndolo...je je...
    José A. Álvarez G.

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  2. Gracias Miguel por compartir tu relato en bici entre sudor,cansancio etc.... Que bonito cuando pasas por tu antigua casa de los camioneros y recuerdas esas tardes tan entrañables donde leías esas historias a tu abuela.por otra parte es cierto que cuando alguien te mira desde un coche cómo un niño o 7na mujer es verdad que te da animo y cierto subidón para seguir hiciste bien de cambiar tu ruta.

    Maria Antonia Hernández

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  3. Miguel, ¡¡¡pero realmente os pegais unos “tutes” de bici considerables!! ¡¡¡Vaya campeones!!!������
    Eugenia

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  4. Muy emotivo lo de Félix, no sé si es posible esa solidaridad ahora...
    José C.

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  5. Miguel, con qué acierto, sensibilidad, sentido... describes la cruda realidad ciclista, lo que supone andar en bici: Los profesionales, porque es su trabajo; nosotros solo somos unos enamorados de esa montura a la que tanto queremos, a sabiendas que nos hace sufrir. ¿Hay algo semejante como disfrutar sufriendo?
    Remi

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  6. Miguel, siempre superándote!!! Así eres tú. Y alerta a las pequeñas cosas que suelen pasar desapercibidas. Y como siempre, sabias reflexiones:
    "El progreso nos dio velocidad, a cambio nos tomó prestado el tiempo para meditar".

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  7. Como siempre es un placer agradeceros vuestros entrañables y sentidos comentarios. Ellos siempre están muy por encima del escritito.
    Muchas gracias

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