Soy un cobarde. No he podido aguantar el humo, el calor sofocante, el ruido de aviones y helicópteros sobrevolando mi casa, el desconcierto de la gente y sobretodo la inmensa pena que me causa ver así a Cadalso. He escapado unos días a Salamanca porque el agobio es muy intenso, pero en unos días vuelvo y habrá que ponerse a trabajar. Javier.
Herederos del legado viñador en tradición, tenemos la obligación de cuidar de lo heredado. Se nos dejó encomendado por nuestros antecesores, y de ellos somos deudores del cuidado de las viñas, que otrora fueron campiñas y el Lar de nuestros mayores.
LA GRAN TORMENTA EN EL VALLE
Tempestad que se desata al comienzo de la tarde, el cielo se abre y arde, el rayo sobre la mata.
Se estremecen las encinas pese al hábito y costumbre, y en su recia mansedumbre se acobardan sus retinas.
La agitación de los pinos al desprender sus agujas, aleteo que dibujas tormenta de los destinos.
Las brevas de las higueras que asoman entre la hoja, con su pulpa blanca y roja contra tu furia de hogueras.
Troncos de los olivares bregados en los combates del rayo y de sus embates torcidos y circulares.
Ni los rayos ni centellas, ni los horrísonos truenos asustan a olivos buenos, amigos de las estrellas.
Las cepas, las más inermes sin el racimo formado, su ruina la has consumado y las vendimias y duermes.
Descargando tus granizos sobre los fértiles suelos, los sumes en desconsuelos a nuestros campos pajizos.
Los descargas en ramales que atemorizan las Peñas, y malévola te adueñas y eres causa de sus males.
Y a mieses que en la labranza dispuestas para la siega, que a la hoz se hacen entrega colmando nuestra esperanza.
Has abatido al centeno y al trigo lo has cercenado, la siega la has malogrado y el año no será bueno.
Has formado una laguna sobre el campo de cebada, dejándola condenada a no hacer nuestra fortuna.
Algarrobas en la Umbría reinante sobre el Juncar, y de niño mi habitar en veranos de alegría.
Formando una torrentera que arrastra a las algarrobas, sus gigantescas escobas sumergen en la pradera.
Cunde la desolación manos al cielo crispadas, maldiciones desatadas contra el fuego del turbión.
En las casas las mujeres con los niños asustados, por el tronar azorados renuncian a sus placeres.
El placer que dan los juegos incansables de la infancia, hoy no aspiran la fragancia de las aguas de los riegos.
En la Plazuela una casa de mujeres está llena, que entre rezos y entre pena ven la tormenta que arrasa.
Santa Bárbara bendita la entonan en alta voz, para que el granizo atroz de una vez cese y remita.
El desastre fue terrible y asoladas las cosechas, abriéndose nuevas brechas como siempre es predecible.
Sin trabajo y sin jornales en las viñas y en la siega, desgracias que al campo llega por los fuegos infernales.
La autoridad echó un bando, ser recogida la caza, partiendo desde la Plaza todo batido y andando.
Las liebres y las perdices fueron cobradas a cientos, en tierras de Cenicientos muertas entre las raíces.
Así fue la gran tormenta que abatió al pueblo corucho y tras trastornarle mucho de nuevo inició la cuenta.
que pena mi pueblo quemado
ResponderEliminarSoy un cobarde. No he podido aguantar el humo, el calor sofocante, el ruido de aviones y helicópteros sobrevolando mi casa, el desconcierto de la gente y sobretodo la inmensa pena que me causa ver así a Cadalso. He escapado unos días a Salamanca porque el agobio es muy intenso, pero en unos días vuelvo y habrá que ponerse a trabajar.
ResponderEliminarJavier.
Terrible, terrible y terrible no tengo otra palabra
ResponderEliminarEs una gran pena qué se esté quemando el veneno y nuestra gran peña Muñana.
ResponderEliminarHEREDEROS DEL LEGADO
ResponderEliminarHerederos del legado
viñador en tradición,
tenemos la obligación
de cuidar de lo heredado.
Se nos dejó encomendado
por nuestros antecesores,
y de ellos somos deudores
del cuidado de las viñas,
que otrora fueron campiñas
y el Lar de nuestros mayores.
LA GRAN TORMENTA EN EL VALLE
Tempestad que se desata
al comienzo de la tarde,
el cielo se abre y arde,
el rayo sobre la mata.
Se estremecen las encinas
pese al hábito y costumbre,
y en su recia mansedumbre
se acobardan sus retinas.
La agitación de los pinos
al desprender sus agujas,
aleteo que dibujas
tormenta de los destinos.
Las brevas de las higueras
que asoman entre la hoja,
con su pulpa blanca y roja
contra tu furia de hogueras.
Troncos de los olivares
bregados en los combates
del rayo y de sus embates
torcidos y circulares.
Ni los rayos ni centellas,
ni los horrísonos truenos
asustan a olivos buenos,
amigos de las estrellas.
Las cepas, las más inermes
sin el racimo formado,
su ruina la has consumado
y las vendimias y duermes.
Descargando tus granizos
sobre los fértiles suelos,
los sumes en desconsuelos
a nuestros campos pajizos.
Los descargas en ramales
que atemorizan las Peñas,
y malévola te adueñas
y eres causa de sus males.
Y a mieses que en la labranza
dispuestas para la siega,
que a la hoz se hacen entrega
colmando nuestra esperanza.
Has abatido al centeno
y al trigo lo has cercenado,
la siega la has malogrado
y el año no será bueno.
Has formado una laguna
sobre el campo de cebada,
dejándola condenada
a no hacer nuestra fortuna.
Algarrobas en la Umbría
reinante sobre el Juncar,
y de niño mi habitar
en veranos de alegría.
Formando una torrentera
que arrastra a las algarrobas,
sus gigantescas escobas
sumergen en la pradera.
Cunde la desolación
manos al cielo crispadas,
maldiciones desatadas
contra el fuego del turbión.
En las casas las mujeres
con los niños asustados,
por el tronar azorados
renuncian a sus placeres.
El placer que dan los juegos
incansables de la infancia,
hoy no aspiran la fragancia
de las aguas de los riegos.
En la Plazuela una casa
de mujeres está llena,
que entre rezos y entre pena
ven la tormenta que arrasa.
Santa Bárbara bendita
la entonan en alta voz,
para que el granizo atroz
de una vez cese y remita.
El desastre fue terrible
y asoladas las cosechas,
abriéndose nuevas brechas
como siempre es predecible.
Sin trabajo y sin jornales
en las viñas y en la siega,
desgracias que al campo llega
por los fuegos infernales.
La autoridad echó un bando,
ser recogida la caza,
partiendo desde la Plaza
todo batido y andando.
Las liebres y las perdices
fueron cobradas a cientos,
en tierras de Cenicientos
muertas entre las raíces.
Así fue la gran tormenta
que abatió al pueblo corucho
y tras trastornarle mucho
de nuevo inició la cuenta.
Saturnino Caraballo Díaz
El Poeta Corucho