jueves, 9 de octubre de 2014

Covadonga y la Santina




Atardece cuando llegamos a Covadonga, el santuario de Santa María la Real de Covadonga todavía está iluminado por los rayos de sol que se pierden en la cumbres de los Picos de Europa. La explanada está vacía, es un día de septiembre y por lo tanto tranquilo, así que aprovecho para observar todo con tranquilidad sentado en unos de los bancos que rodean la iglesia.




La basílica de Covadonga pertenece al municipio de Cangas de Onís, se encuentra a tan solo 282 metros de altitud y es paso obligado para todos los que se dirigen a los famosos lagos de Covadonga y que reciben el nombre de Enol y Ercina, encontrándose en pleno macizo Occidental de los Picos de Europa. 






Faltan unos minutos para las siete, Don Pelayo observa espada en mano el pasar del tiempo en este lugar tan relacionado con los orígenes de la reconquista contra los musulmanes. En el interior del santuario se conservan las tumbas de Don Pelayo y Alfonso I, están aquí desde el siglo VIII.




Justo unos segundos antes de las siete suenan las campanas, y de repente comienza a salir gente de la basílica, la explanada se va llenando y nadie se mueve, hasta que por la portada aparecen una comitiva de monaguillos y curas en perfecta formación seguidos de la Santina. Enorme sorpresa la que nos proporciona esta procesión, siempre en todos mis viajes a Covadonga había visto a la Virgen en la cueva, pero esta vez parece que la suerte nos acompaña y podemos participar de esta breve procesión desde la basílica hasta la cueva.





El recorrido es muy corto y el tiempo también, pero lo suficiente para ver pasar a la virgen que es transportada por mujeres y que se pierde en la bajada que termina en la cueva donde reposa durante todo el año.




Al ser imposible entrar en la cueva, nos quedamos fuera, y como en la gruta no veo nada me bajo más abajo para intentar ver desde las escaleras, pero tampoco es posible, sólo la imagen de las rocosas paredes y la ermita es lo que mis ojos pueden ver, de la Santina nada de nada. Así pues dejamos el lugar y regresamos a Cangas.




Quiero dedicar este post a una asturiana de armas tomar, mujer valiente y enormemente humana  que hace años tuve la suerte de conocer, se llamaba Covadonga y hacía las mejores fabes que jamás haya podido degustar. Tenía Cova un aire de sencillez y paisanaje asturianos que se le salían por todos los poros de su piel, cada palabra era un canto a su tierra, un himno a su Asturias natal y un regalo de enorme valor gastronómico el que nos proporcionaba con cada unos de sus plato. Las fabes como ya he dicho, y los frisuelos eran dignos del mejor restaurador.

Gracias Cova y hasta siempre.


Zorro Corredero
Fotos: Archivo Fotográfico Pedro Alfonso

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