Recuerdos y vida en la casa de Marcelo en el Alto
Los hombres recorrían sujetos al ramal de sus caballerías las calles del pueblo, muchas veces la noche aún estaba presente cuando lo abandonaban camino del Valle, un lugar fresco donde el arroyo de Tórtolas les recibía antes de comenzar la subida al Alto.
La escena se repetía muchos días del año, diferentes protagonistas se afianzaban a aquellas caballerías que eran su medio de transporte, unas veces se acomodaban arriba y otras tiraban los primeros seguidos de esa comitiva tan petrificada por los años y que formaban el hombre, el borrico, la mula y uno o dos perros que siempre caminaban al lado.
Una vez que llegaban al lugar de destino, cada uno tenía su cometido, todos eran una sola cosa y todos seguían las pautas de la época y de aquellos campos que tenían que cuidar.
La casa era su refugio, un lugar donde cobijarse, donde comer y a veces donde pasar las noches de cielos estrellados y nubes traicioneras que cargadas de lluvia y nieve recorrían el Alto.
Piedras, madera, tejas y una exigua chimenea, eran la amalgama que componía aquella casa, donde cada anochecer los secretos se desvelaban en el misterio de las llamas que producían las lumbres de noches frías y calor humano.
El interior de la casa testigo mudo de las noches. Y como recuerdo de un pasado agrícola, ese viejo tiro del arado que cuelga de un clavo.
La casa era el escondite y el lugar casi clandestino donde la vida podía ofrecerles innumerables hallazgos, grandes descubrimientos que permanecían encerrados en las mentes sanas y retraídas que la vida de aquellos años formaba en los hombres del campo.
Seguramente se dormía poco, pero las historias que se escuchaban les hacían soñar, incrementando la seguridad y los lazos de amistad entre ellos. Las sombras de la noche eran tupidas como las ramas de encina que rodeaban aquel hogar pasajero, y el silencio sólo era superado por los chispazos que las roñas de pino desprendían del fuego perenne de la oscuridad, y por la respiración del sueño.
Higueras y cepas resisten junto a las viejas piedras.
Al amanecer, se sacudían el polvo que resbalaba de sus prendas igual que el agua producida por la lluvia se dejaba caer por el tejado, acariciando a su paso cada una de las tejas de la casa que una vez más le servía de refugio. El abrazo al azadón y a la vertedera se estrechaba a medida que los dedos se clavaban en la madera y todo volvía a empezar. Arriba, abajo, mula, parada, cigarro, vino, sudor y algún que otro desarraigo con el entorno y las caballerías eran el vocabulario de cada día.
Al atardecer, cuando ya el sol se ocultaba los hombres del campo y sus caballerías terminaban la ardua faena, se preparaban para regresar al calor de sus casas, al amor de su familia y a la acogida de las calles de Cadalso. Las espaldas encorvadas y los cuerpos esquilmados por el duro trabajo no eran suficiente para que la alegría regresara, y al volver sólo pensaran en tener que seguir aguantando en ese desasosegado ir y venir que siempre era su vida. Y con la mirada perdida en la Peña Muñana y la cigüeña sobrevolando sus cabezas, los hombres del campo regresaban a casa por el Valle, la Peluquera y la cuesta de Tórtolas.
Cadalso y La Peña Muñana, siguen siendo hoy la misma vista de siempre desde el Alto.
El paso del tiempo ha deteriorado la figura de estos personajes, pero todavía en los casas que fueron su hogar en el campo cadalseño, se pueden ver las siluetas y oír los susurros, percibiendo
aquella vida que a pesar del paso de los años todavía sigue viva ahí, seguramente hasta que nadie quedemos de aquellos años, hombres, mujeres o niños.
Y como entonces también la cigüeña de Cadalso muestra el camino.
Esta vez ha sido la casa de la viña de Marcelo en el Alto, otro día será otra casa en otro lugar del campo cadalseño, porque cada casa, cada viña, cada surco y cada cepa, siempre tendrán algo que contarnos de nuestros abuelos, de nuestros padres y de nuestra propia vida.
Zorro Corredero
Fotos: Archivo Fotográfico Pedro Alfonso
Gran rreportaje un saludo de Manolo el nacho
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ResponderEliminarGracias Manolo.
Un saludo.
Que bien cuentas las historías Pedro Alfonso, da gusto leerte
ResponderEliminarSaludos
ResponderEliminarGracias por todo Ángela, espero que sigas leyendo las historias de Cadalso.
Un saludo.
Pedro
ResponderEliminarPocas casas quedan ya de las de entonces. Una pena que como las viñas tambien se estan perdiendo.
Muchas gracias por el reportaje.
Mariano
Muy bonita historia como lo cuentas, k cambio de vida tan grande, pero la realidad, algo también recuerdo de esos tiempos contado por mis padres. Lo vivían según lo contaban, gracias Pedro por recordarnos estas historias tan bien contadas por tí. Besos Pedro
ResponderEliminarChelo Villarin Recio
DE PIEDRA Y NIMIA FUE CASA
ResponderEliminarDe piedra y nimia fue casa
y aquí vivió un ser humano
otoño, invierno y verano
con perros burro y su masa.
Aquí la lumbre y su brasa,
y al no tener chimenea
el humo a todos marea,
y saliendo entre las tejas
al hombre enrejó entre rejas
en vida mísera y fea.
Saturnino Caraballo Díaz
El Poeta Corucho
Tu tenías una en tórtolas, de buenos remojones me he librado en ella, aunque pillaba un poco lejos.
ResponderEliminarEmilio López García
Y allí sigue junto a los pinos, pero cada día peor conservada. Ya nada es igual en el campo cadalseño.
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