TOROS EN
CENICIENTOS Y CARBUROS EN CADALSO
Un verano en Cadalso
mi abuelo me dijo que cuando fuesen las fiestas de Cenicientos me llevaría a los toros como premio por haberle ayudado
en el campo. La mañana de un 15 de
agosto me avisó de que me preparara para la tarde porque había llegado la
ocasión que tanto estaba esperando. Quedamos en La
Fuente de los
Álamos; los taxistas Ramón y Pancho
hacían portes desde allí todas las tardes hasta el comienzo de las novilladas.
Al acabar, ellos mismos se encargaban de devolver a los cadalseños al pueblo. Los había más valientes y osados, los cuales
iban y venían andando tanto a los toros como al baile vespertino. ¡Eran otros
tiempos!
Aquella tarde mi madre se esmeró y se entretuvo
en exceso en aviarme para tan magno acontecimiento, cuando llegué al lugar
indicado alguien me dijo que mi abuelo ya se había ido con otros parroquianos
en el taxi de Ramón. Desolado,
abatido, entristecido, desconcertado, melancólico… y no sé de cuantas formas
más me quedé al oír semejante noticia. Dubitativo, pesaroso y con la mirada perdida,
caída sobre el gris asfalto de la carretera de Rozas, me encaminé como un perrillo abandonado hacia la Caseta de los Camineros en busca del consuelo
de mis tías y de mi abuela.
Mi abuela
nada más verme aparecer con semejante semblante compungido me preguntó: -“¿Qué pasó, hijo, no ibas con el abuelo a
los toros?” Desmadejado le puse al corriente de todo y luego nos callamos
los dos: Yo roto por la emoción, ella cariacontecida por la nueva mala. Estaba sentada
sobre una silla de anea en la puerta de Las
Casetas tomando el fresco bajo la acacia grande, a sus pies reposaba “Mingo”, el perro fiel que un día se olvidó
de ladrar de tanto mirarnos conmovido, vestía de negro –como siempre- y con su
pelo largo y plateado recogido en un moño mientras paciente extraía judías de
sus vainas secas. Hacía una tarde tan soleada que parecía que brillaba sobre
nuestros ojos emocionados. Inmediatamente apartó el perro y las vasijas con las
judías y alargó sus brazos, me abrazó y me cobijó entre su regazo. Con mi
pantalón corto de domingo, mi camisa blanca y mis modestas sandalias quedé envuelto
con ella inundado por un mar de caricias. Apoyé mi cabeza sobre su hombro
izquierdo y allí encontré el consuelo que tanto anhelaba. Ella continuó
acariciando mi cabeza con una ternura infinita durante toda la tarde, teniendo
cuidado en no despeinarme la raya de mi pelo que con tanta delicadeza había
trazado mi madre momentos antes. Y soñé
entre sus susurros y dulzuras durante un tiempo que nunca supe cuánto duró.
Quizá aún dure…
Años después me resarcí de aquella
desilusión. Mis padres, mis hermanos y servidor nos cambiamos tan rápidamente a
nuestra casa nueva de Las Sillas que
ni siquiera teníamos electricidad. Nos alumbrábamos con un humilde carburo que
mi padre encendía cuidadosamente. La ilusión por la casa podía más que
cualquier incomodidad. Era un atardecer inquietante y tormentoso de verano. Las
tormentas siempre me han impresionado hasta el temor más reverencial. Toda la
familia estaba contagiada de ese miedo. Entonces fue cuando mi padre, buscando tranquilizarnos, nos
prometió a mi hermano y a mí que en las fiestas de Cenicientos de ese año nos llevaría en bicicleta a los toros. Dicho y hecho. Jornadas después sobre la
barra de la bici que le tomó prestada a mi tío Luciano acomodó a mi hermano Nati.
Yo usé la mía, sin barra, que nos había vendido Faustino, “Peque”, y que
perteneció a su hija Gloria. Mi
hermano Justo no vino porque era
bebé y Jose ni había nacido.
Los toros se celebraban en la plaza del
pueblo, allí construían los coruchos una plaza de madera que en septiembre nos serviría también a los soplones.
Recuerdo aquella tarde bajándonos de las bicis sudorosos e ilusionados en las
cuestas para volver a montar en el llano y en las bajadas. Al terminar la novillada sin caballos mi padre nos
compró en los puestos de los tostoneros un martillo de caramelo para cada uno y una bolsa de almendras garrapiñadas para mi madre. A
la vuelta, ya anochecido, nos alumbrábamos únicamente con la luz que producía la
dinamo al rozar con la llanta de la
bici. Se nos antojaba milagroso que la luz que lanzaba el
faro llegara tan lejos, iluminando la carretera por la zona de “Los Barrancos”. Mi padre no paró en toda la tarde de contarnos cosas divertidas para
que nos riéramos. Él era así: aparentaba seriedad en la distancia y según te
acercabas y le conocías te dabas de bruces con su ternura melancólica. Antes de
llegar a casa, nos pidió que llamáramos a voces a mi madre para que saliera a
recibirnos. Y enseguida apareció ella feliz. Pero no nos besamos, seguimos sin
hacerlo. Siempre hemos sido bichos raros para eso de los besos.
Nos miramos, sonreímos y salimos corriendo para ver si el carburo ya estaba
encendido. ¡Joder, qué jornada tan feliz!
La otra noche antes de acostarme salí al patio a ver cómo estaba la atmósfera, igual que se complacían en hacerlo los cadalseños de antes. Me senté un momento para observar resplandecer la luna coronando
Leyéndote, uno se siente orgulloso de ser cadalseño. Dibujas a Cadalso y a los cadalseñ@s con amor. Gracias.
ResponderEliminarCarburo cadalseño.
Verdaderamente emociona saber de historias como estas, y como con tampoco en esos tiempos, se podía tener algo de felicidad gracias al cariño de los tuyos.
ResponderEliminarMuchas gracias Miguel por compartir algo tuyo con esa ternura que te caracteriza.
Quiero una copia Miguel,por favor.Y otra cosita,la estatua de bronce del toro la realizo el taxidermista y escultor cadalseño Jose Antonio Arenillas Cabañas,un talento olvidado injustamente.Paquitopirata.
ResponderEliminarSiempre he considerado que la niñez resulta ser la etapa más significativa de nuestra vida, pues las vivencias que experimentamos en ella, perduran a lo largo de nuestros años.
ResponderEliminar¡Joder, que vivencias más bonitas las tuyas!
ResponderEliminarComprension, te deseo mucha saluz y felicidad.
ResponderEliminarGracias por tu relato.
ResponderEliminarGabrielo
Ganbin, otro ke le gusta ver las estrellas. stofi_potaski
ResponderEliminarMagnifico relato compresion,,me recuerdas cuando de niño tambien asistiamo a lo toros de cadalso,algunos viajamo en el techo del coche "El gato",desde Cenicientos,yo acudia con mi tio,llamado "El Carolino",tenia yo 8 o 10 años,ahora tengo 74,recuerdo la buena cerveza que se tomaba en cadalso,con lo barriles de madera,y la rivalidad que tenian los do equipos de futbol.le tengo mucha admiracion a tu pueblo,por que nos llevais unos años de adelanto,teneis buenos gobernantes y el ayuntamiento ,no tiene la ruina,que el de Cenicientos te deseo
ResponderEliminarcon felicidad para ti y toda tu familianes asistiendo a nuetras fietas. diogenes"
Enhorabuena por la narrativa, te felicito que aún encuentres en tu cabeza esos bonitos recuerdos de tu niñez, porque bastantes momentos malos a traido la vida y merece la pena disfrutar aquellos momentos buenos que un día pasamos. Fabiolasa
ResponderEliminarMirale el lado bueno.. aquel día aprendiste lo de "no te fíes ni de tu abuelo".. Un abrazo..
ResponderEliminarQue bonitos recuerdos gracias por compartir
ResponderEliminarPilar Diaz Recamal
Jeje eso es que tu abuelo era muy listo
ResponderEliminarAna Diaz
Me encantaron tus recuerdos y lo bien que lo has explicado ��
ResponderEliminarJulia Lago Fernández
Como no iba a ser menos, también compartimos experiencia. Mi padre era también aficionado y con él y un buen amigo de Rozas, Florencio, íbamos a los toros a Cenicientos y es cierto que allí llevan unos toros tremendos. A Cadalso si he ido andando a Cenicientos no, íbamos al principio en el taxi de Silonio y más tarde con el 600 de mi padre.
ResponderEliminarEn alguna ocasión te contaré la relación de mi padre con la corrida trágica de La Coruña en la que murió un espectador al salir el estoque despedido en un descabello. Según dicen a raíz de aquel incidente se impuso el veduguillo. Lo de trágica también fue por la suerte de los diestros.
Creo recordar haber leído ya esté escrito y la ternura infinita que me despierta el episodio del plantón de tu abuelo. Un abrazo.
Pepe Vázquez
Bellísimos recuerdos dibujados con el lápiz del cariño.
ResponderEliminarUn abrazo, Miguel.
Luis C. Trijueque