ARROZ AMARILLO (VIEJO CADALSO Y MADRID II)
Apreciado Pedro: Estoy justo en el Madrid de los Austrias, rodeado de sus calles estrechas y sus casas antiquísimas. Esta zona era siempre la más concurrida por la gente de los pueblos del suroeste de Madrid (como el nuestro) que venían a vender los productos de sus huertas o a hacer gestiones administrativas. Mi abuelo me traía muchas veces acompañándole. Yo era muy feliz a su lado, fue él quien me aficionó a los toros, me enseñó a desñetar durante las bochornosas tardes veraniegas –al tiempo que escuchaba las “Peticiones del Oyente” de Radio Peninsular- y a montar en la borrica. Cuando hacíamos noche en Madrid nos hospedábamos en la Posada de la Villa (hoy reconvertida en restaurante de lujo), la regentaba un paisano que con el paso de los años acabó viviendo en un piso junto a este Ministerio, que antes que nada fue Casa de la Villa, Cárcel de Corte, Palacio de la Audiencia y Ministerios de Ultramar y de Estado (un día te lo enseñaré, te gustará. Es memoria viva de Madrid). Sigo con mi paisano: Muchas mañanas me lo encontraba apoyado en el quicio de su portal. Antes de emprender su ruta se complacía en mirar, durante unos instantes, su calle, la calle Toledo. Yo intentaba que no me advirtiera. No soy muy amante de los saludos y cosas de ésas; reconozco que me gano a pulso y a puro huevo mi fama de raro. Sí, en cambio, me agrada observar a mis paisanos y revivirlos posteriormente en mi mente. Siempre que me encuentro con alguno procuro que no me vean, pero luego pienso en ellos: en su familia, en su casa, en el frío y el calor que habrán pasado en el pueblo, en si conozco a alguien de su entorno que sea conocido mío… Al final acabo embelleciendo nuestra historia en común.
El hombre que te comentaba de la Posada de la Villa se murió hace unos años dejándose llevar dulcemente, como si de un mal de amores se tratara. Hoy al distinguir su portal desde el autobús me acordé de él. No tenía ningún reparo en llamarme a voces si me descubría. Muchos años antes, mi abuelo me contó su triste historia de amor. Se enamoró perdidamente de mi tía, la hermana mayor de mi padre. Algo que no funcionó entre ellos emborronó sus enamorados y románticos poemas. Al cabo, ella se casó con una persona que la acompañaba por las noches mágicas cadalseñas y le mostraba el cielo lleno de luceros que iluminaban sus rostros. Él aprovechaba entonces para explicarle que las estrellas están hechas de partículas errantes que se funden como el amor.
Mi tía murió muy joven -como mi padre- y su primer enamorado nunca se casó, se quedó alimentando, ya para siempre, el encantador recuerdo de mi tía. El amor es eterno mientras dura y a él le duró toda su vida. Conmovido la componía poemas llenos de tristezas y de penas y la evocaba apoyado sobre la puerta de su casa en la calle Toledo. Esa calle fue una de las favoritas de Felipe II, le gustaba recorrerla cuando salía de farra y perderse por los antros que entonces albergaba esta rúa (nada nuevo, por otra parte, bajo el sol de los poderosos). Todo pasa y se olvida, pero parece que el amor de este hombre por mi tía permanece flotando por estas esquinas junto al ruido de los cascos de los caballos del Segundo Felipe Rey de España, al que llamaron "Prudente" y era tan Imperial que en sus dominios nunca se ponía el sol.
Yo a veces busco, pausado y silencioso, aquel amor imperial perdido. Tanto lo busco que hay días que, sin que nadie se aperciba, me apoyo en el mismo quicio en el que él lo hacía. Y emocionado los recuerdo. Mi tía no tuvo hijos y yo era su sobrino favorito. Me quería sobrecogedoramente pero sin que nadie lo notara. Mi abuela sí, mi abuela averiguaba todo lo amoroso sobre mí porque albergábamos un común amor interior muy nuestro. Los domingos preciosos de mi infancia cadalseña Martina me invitaba a comer. Si te fijas con disimulo en el dedo corazón de mi mano derecha contemplarás un sello de oro. Me lo dejó ella cuando murió. Estaba depositado en su mesilla, en un sobre, dentro de su cajita original; sobre un papel pequeño y cuadriculado había escrito, escueto: "Para mi sobrino Miguel, para que recuerde los domingos de "arroz amarillo", así llamaba yo a las paellas que ella me preparaba con esmerado cariño. Después ya nunca más me llevó a esperar a los Reyes Magos a los “Cuatro Caminos” las tardes del cinco de enero, ni a pasear por la carretera de Rozas hasta "El Chorrillo" los atardeceres de verano. El desamparo se adueñó de aquellos parajes y de mi ilusión adolescente.
Algunas noches invernales me viene aquel aroma a carne frita que preparaba en las trébedes mi abuela bajo la chimenea de la cadalseña calle Carretas. Y en verano me inunda el olor a brea con la que mi abuelo y sus compañeros tapaban los baches de las carreteras. Pero el olor y el aroma que más recuerdo es el del amor que me tenían. Era un niño muy querido y todos se esforzaban por hacerme feliz. Acaso fuese porque fui el primer hijo, el primer nieto, el primer sobrino que llegaba con la penúltima esperanza… En aquella época exenta de bienes materiales mis allegados poseían muchas ganas de querer por el simple afán de sentir ese hermoso sentimiento. Aquella sensación de sentirse querido era maravillosa, por eso hoy sigue siendo para mí un espectáculo inolvidable, emocionante, infinito…
El sol brilla sobre la terraza madrileña de enfrente, como la luna lo hace en el centro de mi ventana durante las noches de melancolía y luceros cadalseños. Mañana y pasado saldré de ruta. Será el momento para volver sobre estas cosas. Perdido entre la maraña de mis recuerdos, nadie sabrá lo que surca por mi mente mientras pedaleo con mis sentimientos. Soy así y quiero que sepas, Pedro, que me gustaría ser capaz, antes de que mis días se apaguen, de derramar mis granos de arroz amarillo por los lugares en que me sentí querido.
Miguel MORENO GONZÁLEZ
Realmente bello y de un tono sugestivo propio de alguien que como tú, ama.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pedro Zorro Corredero
Me ha parecido enternecedor y me ha despertado curiosidad por saber mas de esos amores...Un gran relato Miguel
ResponderEliminarFélix
Felicidades Miguel
ResponderEliminarSaludos
Qué bonito Miguel, cuando he empezado a leerlo sabía que eras tu, como sabes llegar al corazón, con esa sensibilidad que te caracteriza, tu si que brillas con luz propia,
ResponderEliminarUn fuerte abrazo,
Montse
Muy bonito Miguel!!..y a la par emocionante.Sigues siendo el mismo..(un amante de la melancolia) He visto este articulo junto a mi mujer Rosi y me comenta la foto de la c/ Carretas de Cadalso..ya que ella vivió una historia muy parecida a la tuya..con sus abuelos, tio..etc...emocionante de verdad. un abrazo.Peke.
ResponderEliminarMiguel ¿estas seguro que el enamorado de tu tia no se caso? Creo que te refieres a Manolo "El Boca" al menos ese era el que regentaba "La Posada de la Villa. Sies asi ese SEÑOR (que lo era) si se caso y sus hijos los puedes ver por Cadalso.
ResponderEliminarBonita historia Miguel,gracias npor hacerme viajar sin moverme del sillon.Paquitopirata.
ResponderEliminarMuchas gracias a todos. Mi pago más preciado es saber que he sido capaz de emocionar a algún lector. En cuanto al "penúltimo anónimo", me gustaría comentar algo de esta historia contigo.
ResponderEliminarUn sincero abrazo para todos.